sábado, mayo 08, 2004

NOSOTROS EN LA EUROPA SOCIAL DESDE SANTA FE



José Luis López Bulla

(Ponencia: Jornadas sindicales de Santa Fe, 6 y 7 de Mayo de 2004)

Hablar de Europa, con fundamentado punto de vista, es referirse a nuestras cosas más directas. Mientras no nos metamos plenamente esto en la cabeza no avanzaremos, porque Europa no es una caprichosa orientación política sino una opción de vida; más todavía, para nosotros no hay una opción alternativa a Europa, no hay otro camino que el europeo. Me interesa afirmar que, en mi opinión, no se trata de una postura defensiva en relación, por ejemplo, a los Estados Unidos sino de un planteamiento de civilización. Pero sí de una Europa como alternativa al proceso de mundialización salvaje que, por lo demás, está provocando un profundo desequilibrio en las relaciones de poder en el mundo, mediante un espectacular unilateralismo que genera humillación y frustración en ciertas latitudes. A mi entender son estos elementos (humillación y frustración, incluso tanto o más que la miseria, unidos a un sentido de inferioridad que no siempre coincide con la pobreza) el caldo de cultivo del terrorismo --injustificable a todas luces, cierto --que ha masacrado tantas vidas en los cinco continentes y, hace poco, en Madrid. Una Europa política, pues, como opción de reequilibrio de tales relaciones de poder en el mundo, porque sin una Europa política no es posible una Europa social. De manera que Europa no puede seguir siendo un elemento extraño en el debate político cotidiano español, escasamente preocupado por etapa de transición histórico-económica, social, política e institucional. Esta discusión política (y también social y cultural) adquiere ahora más importancia para nosotros tras los magníficos resultados electorales así en España como en Francia que podrían abrir un nuevo itinerario. Me permito un inciso con relación a estos importantes resultados para la izquierda: ya he oído voces por ahí echando las campanas al vuelo y, sobre todo, afirmando la frase tan sobada de que se está abriendo un nuevo ciclo ¡Qué más quisiera yo que fuera tan indudable! Lo digo porque todavía están muy frescas las elecciones en Grecia donde el PASOK ha perdido los comicios (cierto, todavía mantiene unos resultados en torno al 40 por ciento) y los malos resultados del SPD en Alemania en las elecciones de los lands. Todavía es muy pronto para saber si las elecciones en España y Francia son una alternancia o la apertura de un nuevo ciclo; ya lo iremos viendo.

Estas son las razones que veo, por el momento, para el debate europeo que se reclama: la necesidad de un gobierno de la globalización en esta fase de innovación-reestructuración y la crisis del Estado-nación tal como la hemos conocido hasta ahora. Se trata, pues, de dos grandes motivos que desafían las conductas del movimiento organizado de los trabajadores, de los movimientos sociales alternativos y del conjunto de las izquierdas, de un lado, y de la personalidad de tales sujetos. Hablar de Europa, por lo tanto, quiere, decir también, transformar las conductas autárquicas y el carácter de dichos sujetos. Yendo por lo derecho: la economía y, en consecuencia, la empresa están plenamente insertas en ese mundo de la globalización y en el escenario europeo. Lo que comporta una asimetría con el mundo de lo social y el territorio de los sujetos sociales y políticos. Dicha asimetría no es un buen asunto. Pongamos un ejemplo decisivo: ¿cómo afrontan la política de izquierdas y el sindicalismo el hecho de que en España el promedio del coste laboral sea de 15 euros por trabajador y hora trabajada, mientras que en los países del Este europeo es de 4,5 euros? De ninguna de las maneras se trata de una bagatela.

uropa está el origen del movimiento socialista y del sindicalismo como modernas expresiones de la irrupción de una parte de la ciudadanía, los de abajo, que todavía no había alcanzado plenamente sus derechos. Fue un amplio movimiento de masas que tuvo una visión formalmente internacionalista pero que realmente no pudo escaparse de actuar fundamentalmente en el terreno del Estado-nación. Las reacciones de solidaridad internacional (que, en algunas ocasiones, fueron importantísimas) fueron esporádicas. Con la tranquilidad y el desparpajo impertinente de lo ya conocido, se puede volver a abrir la caja de las críticas contra aquellas limitaciones evidentes de nuestros antepasados: ello no quita un ápice de los acontecimientos históricos que hicieron nuestros abuelos. Una visión más sosegada y prudente tal vez pueda tener una mirada más serena: lo más probable es que no hubiera condiciones objetivas para llevar a la práctica lo que retóricamente se pregonaba desde la literatura oficial de aquellas fuerzas y movimientos de antaño. Pero ahora las cosas han cambiado profundamente: ha mudado el sistema de producción, ha cambiado la economía y el Estado está conociendo una profunda y acelerada transformación. Romano Prodi acostumbra a establecer un pedagógico paralelismo entre nuestro ahora mismo y la época del descubrimiento de América. Y sin embargo, el retraso de la izquierda en tan importantes asuntos es del todo evidente, y para muestra emblemática ahí va ese botón: en las contiendas electorales (un importante momento para contrastar los niveles de relación entre los partidos y el electorado), las cosas europeas brillan con una clamorosa ausencia, especialmente cuando todo un conjunto de importantes cuestiones empiezan a ser extremadamente preocupantes que he anticipado en parte.

En efecto, la integración de los mercados está comportando tres elementos negativos: a) la deconstrucción parcial de los derechos laborales, b) una tendencia acelerada a la liberalización de los servicios públicos y c) la deslocalización de empresas. De otro lado, paralelamente a la introducción del euro, se están dando las siguientes evoluciones: primero, desde 1980 hasta el año pasado el producto interior bruto de la zona euro con relación al mundial ha pasado del 19 al 15.5%; segundo, el crecimiento medio de la zona euro, entre el 2001 y el 2003, ha sido de un 1%, mientras que en los Estados Unidos ha representado un 2%; tercero, la productividad, desde 1995, ha caído un 1% frente al crecimiento en los EE.UU. de un 1%. Elementos de gran envergadura que exigirían políticas conducentes a crear un ambiente favorable de crecimiento sostenido, el saneamiento de los efectos contraproducentes de la competencia (por la vía del dumping) y las necesarias inversiones en educación, formación, investigación, desarrollo y crecimiento. Sin embargo, la realidad es otra: las decisiones, por ejemplo, de la cumbre de Lisboa (2000) han sido gobernadas por el ECOFIN mediante el predominio absoluto del mercado sobre ´lo social´ y del monetarismo sobre la ocupación. Más todavía, mercado y monetarismo conocían diseños más o menos concertados, mientras que lo social y la ocupación van, una y otra, a la buena de dios. Digo que conocían unos diseños más o menos concertados hasta el momento del conflicto del Pacto de Estabilidad y Crecimiento que ha enfrentado a la Comisión Europea con el ECOFIN y a unos países con otros, por ejemplo, España con el eje franco-alemán. De este tema se hablará más adelante. De manera que hablar de la Europa social es hacerlo sobre la cumbre de Lisboa que apuntaba a los siguientes objetivos que, se dijo, eran interdependientes: pleno empleo, crecimiento con sus correspondientes inversiones, carácter duradero de las reformas estructurales, políticas de welfare state y desarrollo; un año después, la cumbre de Göteborg introduce el desarrollo sostenible. La relación entre una y otra cumbre ha hecho que alguien haya acuñado la expresión de Lisborg como sincopación de Lisboa y Göteborg. La pregunta es: ¿qué nivel de coordinación para conseguir los objetivos de Lisborg tienen las izquierdas políticas europeas y el sindicalismo confederal? A un servidor le gustaría estar informado al respecto. Porque, a simple vista, da la impresión de que todos van cada uno a lo suyo y, para ser más exactos, sin salir de los estrechos marcos de su respectivo Estado-nación. Pero lo cierto es que cada cual va por su lado en lo referente a las políticas sociales, también porque hasta la presente nadie ha estado interesado en que la Unión Europea tenga competencias en materias de pensiones y protección social. La Conferencia de Göteborg (2001) ya dio un cierto toque de alerta sobre la importancia de estos asuntos. Pero cada cual quiere asegurarse el monopolio de unas determinadas políticas clientelistas.

Ahora bien, una cosa es clara: la Carta de Niza 2000 es, sin lugar a dudas, un importante paso adelante. No conozco a nadie con la cabeza bien puesta en los hombros que no la valore positivamente. Este es un texto intergubernativo que, por primera vez, introduce importantes derechos de ciudadanía social. En efecto, el Título IV es un buen texto normativo que compendia un importante elenco de derechos, protecciones y tutelas como hasta ahora no se habían escrito. Yendo por lo derecho: la pelota está en el tejado de los interlocutores sociales, al menos en determinados terrenos, por ejemplo tras el reconocimiento del derecho de la negociación colectiva europea por la Carta. Que unos y otros sigan encastillados en sus particulares fortines autárquicos es harina de otro costal y no precisamente atribuible a nadie más que a ellos mismos.

La construcción de la Europa social o se incardina en el paradigma de esta etapa, ya postfordista, o no se está haciendo debidamente las cosas; una etapa que he definido de innovación-reestructuración, también para indicar que no se trata de un tránsito a la antigua usanza, sino más bien de una transición permanente (como si dicho tránsito no se acabara nunca), tal como es la naturaleza ahora de la innovación tecnológica. Permitidme una previa: se equivocaría quien viera que estas novedades son el resultado de un complot que se diseñó en todo lo alto de Monte Pelegrino con von Hayek oficiando la misa negra del neoliberalismo. Porque, en buena medida, esto es también el resultado de la incesante caminata revolucionaria de las fuerzas productivas que un amigo nuestro dejó dicho allá en el año 1848 en un famoso manifiesto escrito al alimón con otro buen miembro de la cofradía: era el barbudo de Tréveris. Quizá vengan a cuento, con relación a lo que estoy diciendo, las palabras de Joseph Roth: “no se baila el charleston porque el mundo sea capitalista, sino porque es una de las formas de expresión de la sociabilidad de nuestra época”.

Ahora bien, creo que es de la mayor importancia preguntarnos si con este Pacto de Estabilidad y Crecimiento se puede llevar a cabo los postulados de la Cumbre de Lisboa como elementos necesarios de la Europa social. Mi respuesta es que no. Y, con igual claridad, afirmo que sin un acuerdo económico tampoco es posible. Más todavía, con ser de la mayor necesidad un acuerdo económico tampoco bastaría si no se teje una contractualidad europea entre el sindicato europeo y sus contrapartes empresariales. Pero, de momento, seguimos bajo el paradigma de este Plan de estabilización que, ahora, ya no es de crecimiento.

Como es sabido, el Plan fue estipulado en 1997. Las principales observaciones que algunos hicimos en su día fueron las siguientes: a) es rígido porque su aplicación obvia las evoluciones de la coyuntura económica internacional y europea; b) se apoya en un constructo idelogicista porque se ve sometido al libre funcionamiento del mercado interno, a la desregulación del mercado de trabajo y a la reducción de la intervención pública y del gasto social. Ni que decir tiene que dicha rigidez es un doble disparate: económico, porque priva a la Unión Europea de una intervención sostenida en el ciclo; político, porque se quita, en la práctica, a los gobiernos y a la misma Unión del único elemento de discrecionalidad que le queda, una vez que se ha transferido la ´soberanía monetaria´ al Banco Central Europeo. Por lo demás, el Pacto de Estabilidad ha provocado: a) una fuerte caída de las inversiones públicas porque no distingue entre inversiones y gasto corriente, de modo que los gobiernos recortan las inversiones; b) una abusiva práctica de trocear y desplazar las inversiones públicas fuera de los presupuestos generales de cada Estado con la conocida técnica del método alemán.

El Pacto duró mientras iba viento en popa a toda vela el velero bergantín de la economía europea, lo que explicaría que se hicieran aquellos planteamientos de Lisboa 2000. Pero después vino el tío Paco con las rebajas: la economía entró en un ciclo diverso y empezaron los problemas porque, además, las perspectivas no eran muy halagüeñas que digamos. Alguien, desde filas moderadas, habló de “la incapacidad de las economías europeas para crecer a un ritmo satisfactorio y del empeoramiento de la coyuntura internacional”. El problema es que, así las cosas, se produjo esta situación: a) los gobiernos francés y alemán incumplieron a sabiendas y queriendas el Plan; b) Aznar tiró con bala contra ellos, apoyando el Plan con esa fe del carbonero que le ha llevado a una gloria bastante devaluada; c) Berlusconi echó pestes contra el plan porque es europeo, d) el resto de los gobiernos dijeron llamarse Andana; y e) el Banco Central Europeo, como siempre, miró el panorama y fue a la suya, consciente de que no debía explicaciones ni a dios ni al diablo. Los ´estúpidos´ del Banco Central continúan (y siguen en ello) con su obsesión de lucha contra la inflación cuando el problema es ahora la deflación. De ahí que el presidente Prodi, vista la situación del patio de vecindonas, hizo lo que podía, un pastel para intentar contentar a tan diverso zoco: lectura flexible del Plan de Estabilidad; y lo más seguro es que no tenía otra opción. Pero, parece claro, que este asunto no puede seguir de esta manera. Por las siguientes razones: 1) no hay concordancia entre sus contenidos y la evolución de la economía, 2) es afásico con relación a los objetivos de Lisboa y Göteborg, 3) se da de patadas en las espinillas con el objetivo de una serie de amplias reformas que conduzcan a la Europa social.

Con lo que se lleva dicho, parece conveniente ahora entrar en harina en el asunto que convoca estas jornadas santaferinas: los contenidos (por supuesto, lo más importante) de eso que llamamos la Europa social. De todas formas, quiero recordar, en primer lugar, --aunque parezca que abuso de vuestra paciencia-- lo que se ha dicho hace un rato: la Europa social que tiene sentido es la que se encuadra en este mundo real, el de esta fase de innovación-reestructuración, el de esta revolución tecnológica del tiempo real y de la revolución financiera del espacio global; y, en segundo lugar, quiero preguntar a bocajarro si existe un interés claro por parte de las izquierdas, políticas y sociales, por diseñar la Europa social y, contemporáneamente, poner en funcionamiento los instrumentos convenientes para ello, porque afirmo que hasta la presente no se utilizado lo más mínimo la genérica literatura comunitaria para poner en marcha un proyecto sostenido en pos de la Europa social. Es claro que esta pregunta retórica (en el sentido de que sabemos de antemano la respuesta) sólo ha sido contestada afirmativamente en la primera parte de su contenido, esto es, se quiere construir la Europa social; no obstante, sigue en el aire su condición suficiente: ¿con quiénes, con qué instrumentos? Es decir, quiénes son los amigos, conocidos y saludados que están compartiendo diversamente el paradigma de dicha construcción social y qué instrumentos han puesto en marcha para tales fines. Esto es lo que, hasta ahora (aunque cueste decirlo) no aparece con claridad. Esta es una cuestión de suma importancia y que, en principio, poco tendría que ver con la vieja concepción de la ´política de alianzas´ que siempre hizo correr kilométricos ríos de literatura, tanto oral como escrita. En mi opinión ya no se trataría de ello (de la vieja política de alianzas en torno a un astro mayor alrededor del cual giran los dioses menores) sino de la configuración de un bloque político-social con voluntad de hacer historia, esto es, de poner las bases y los desarrollos de la Europa social.

Antes de entrar en el obligado elenco de materias que deben informar la Europa social, vamos a situar las dos grandes precondiciones indispensables: una, el paradigma innovación tecnológica y la compatibilidad entre desarrollo y cuestión medioambiental; otra, un considerable avance en la integración política y, muy especialmente, la ampliación de los poderes del Parlamento europeo y de la Comisión. Ni que decir tiene que el camino fatigoso hacia la Carta social no pasa por el actual Plan de Estabilidad que debe ser reformado a fondo, pues como ha quedado dicho anteriormente supone que estamos ante una situación esquizofrénica: de un lado, los ambiciosos objetivos de Lisboa y Göteborg y, de otra parte, los mecanismos de dicho Plan, amén de lo que (en otro orden de cosas) supone las restrictivas decisiones del Banco Europeo. Más todavía, ¿es posible afrontar los retos de los nuevos socios de la Unión con la vigencia del Plan de Estabilidad?.

Y sin más dilación se pasa a apuntar los mínimos indispensables que deberían caracterizar la metodología de una renovada Carta social europea. (El lector notará en falta algunas cuestiones elementales que no se mencionarán pues figuran detenidamente en la Carta de Niza 2000, tales como el derecho a la negociación colectiva, el ejercicio de la huelga y otros, que damos por dichas y bien dichas).

1.- Derecho a la certidumbre del contrato de trabajo para todas las formas del trabajo contra las rescisiones unilaterales y no motivadas por causa justa, substituyendo los antiguos vínculos de fidelidad y antigüedad propios del viejo modelo fordista.

Una certidumbre del contrato de trabajo que no sólo se refiere a las garantías del trabajo heterodirecto en los nuevos países socios de la Unión, que tienen un iuslaboralismo menos tuitivo, sino también a los de los trabajadores de los actuales países que conforman la Unión. Es decir, de todos. Hablemos claro, la certeza que imprime el contrato de trabajo no quiere decir que el contrato sea por tiempo indefinido; expresa, nada más y nada menos, que lo convenido en tal instituto tiene la firmeza de lo estipulado. No es poca cosa en estos tiempos que corren, caracterizado porque se han despotenciado las reglas del juego. No es poca cosa para nosotros, europeos de estos tiempos, y, desde luego, es algo de gran importancia para las relaciones laborales de los nuevos socios que entrarán en la Unión dentro de poco.

2.- Derecho a la formación durante todo el periodo de la vida laboral con los mecanismos de financiación adecuados a cargo de las empresas, el Estado y la sociedad.

La razón es bien sencilla: hemos dicho que la fase de innovación-reestructuración no es un tránsito a la antigua usanza sino un prolongado cambio. Más todavía, si el éxito de la empresa se mide por la capacidad de interpretar las demandas del mercado, el derecho a este tipo de formación aparece como condición sine qua non para la autorrealización de la persona que trabajo, para la eficiencia de las empresas y para la relación de todo ello con los sistemas de protección social y la mejor marcha de la economía. Y, además, como elemento imprescindible para un adecuado control de la flexibilidad negociada entre los sujetos sociales y sus diversas contrapartes.

En pura lógica con lo dicho hace un momento sacamos otra conclusión: es necesario reformar adecuadamente los sistemas pedagógicos en todas las enseñanzas, desde la primaria a la universitaria. Porque ya no es válida la formación (a nivel que sea) que concluya afirmando que lo aprendido en tal cual sede, en un momento dado, tiene utilidad para siempre.

3.- Elaboración de un catálogo de nuevos derechos de ciudadanía social propios de esta fase de la innovación tecnológica.

Porque no es posible afrontar los nuevos desafíos mediante mecanismos de protección que, siendo adecuados en la época del fordismo industrial, hoy ya son placebos: ni chicha ni limoná. En esa dirección, retomo lo que he planteado en diversas ocasiones, esto es, el Estatuto de los Saberes, como elemento central de lo que podríamos denominar el welfare tecnológico, es decir, el nuevo compromiso político-social que deberían construir la política, el sindicalismo confederal y las organizaciones empresariales europeas, y en base a las muy positivas experiencias de los últimos tiempos, tampoco debería olvidarse el papel de la sociedad civil en la innovación, concretamente el papel de los hackers. Desde luego, la construcción de ese nuevo compromiso político-social que se plantea tiene, como mínimo, dos importantes pilares: la negociación colectiva y la legislación, elementos imprescindibles para el nacimiento de un nuevo iuslaboralismo. Si, para ello, tuviéramos que bordar una bandera, propongo que el lema sea: Más saberes para todos.

A mi entender, será en el terreno de los saberes y del conocimiento donde se ventilarán los grandes desafíos de los tiempos presentes y venideros. O lo que es lo mismo, el binomio saberes-tecnología es la madre del cordero: el saber entendido como factor social y factor productivo, será cada vez más el motor determinante de la equidad y de la calidad del desarrollo, el eje central de una renovada propuesta de justicia social. De ahí que el conocido científico sevillano Luis Angel Fernández Hermana proponga insistentemente algo tan lúcido como la enseñanza digital gratuita que evoca unas profundas resonancias históricas sobre una de las batallas de civilización más importantes de las izquierdas de ayer: la enseñanza gratuita, uno de los grandes pilares de las políticas de welfare del siglo XX. En resumidas cuentas, hoy el valor de la igualdad no puede deslindarse del acceso al saber o, si se prefiere, la instrucción a todos los niveles es pieza clave para la igualdad.

4.- El derecho al conocimiento del objeto del trabajo, el control de los sistemas de organización del trabajo y de la participación en la definición de los objetivos productivos y organizativos.

El gran objetivo es: reducir y cambiar las relaciones de subordinación, aumentando los espacios de libertad en los centros de trabajo. De ahí la necesidad del instrumento sobre el que vengo insistiendo machaconamente: la codeterminación. Este es un territorio en el que se echa de menos la actividad contractual del sindicalismo que todavía sigue escorado hacia el ´pacto callado´ de la época fordista: el dador de trabajo monopoliza el poder de la organización del trabajo, esto es, el uso, reservándose el sindicalismo la corrección del abuso. Lo curioso de este asunto es que la caída del fordismo industrial no se ve acompañada de la desaparición del taylorismo, ya que el dador de trabajo sigue cooptando los saberes empíricos del conjunto asalariado sin ningún tipo de contrapartidas. Es decir, sigue en el aire el espectacular apotegma del ingeniero norteamericano Taylor: si la organización del trabajo es científica, ¿a santo de qué vamos a negociarla con los trabajadores y sus organizaciones sindicales? Unas palabras que, en determinados aspectos, tienen una fuerte actualidad; ahí se medirá la capacidad de proyecto del sindicalismo y la izquierda política para proponer una creíble y gradual alternativa. O lo que es igual: saber salir del pensamiento y la práctica fordista cuando la empresa ha tiempo que se escapó ya de dicho sistema en su variante industrial.

5.- El welfare state activo, no clientelar, basado en el paradigma tecnológico, que tenga un carácter incluyente, descentralizado y con los correspondientes apoyos de la subsidiaridad.

Parece evidente que, de lo que se lleva dicho hasta ahora, se desprende la necesidad de situar también las nuevas protecciones del Estado de bienestar en el actual paradigma de innovación-reestructuración que está substituyendo a uñas de caballo el viejo territorio del fordismo. Porque la evidente crisis del Estado de bienestar nace de las profundas modificaciones que ha tenido el sistema productivo fordista, hoy ya en una situación terminal. O lo que es lo mismo, la persistencia del mismo modelo de Estado del bienestar bajo una realidad que ha cambiado profundamente está comportando efectos desestabilizantes. De ahí, especialmente, nacen las dificultades más densas que tienen las políticas distributivas y el conjunto de acciones del welfare: unas y otras están poniendo en muchos apuros al sindicalismo confederal y al conjunto de la izquierda política. El sindicalismo se mueve en un terreno asaz inoperante, de un lado; a la izquierda política, por otra parte, le conduce o bien a una cierta mimesis de los planteamientos de la derecha o bien a conductas de resistencia. Y lo cierto es que también en ese terreno, en el del welfare, se medirán sindicatos e izquierdas, a partir de ahora, con la realidad. Unos y otros deben salir con urgencia de ese callejón sin salida pues se está convirtiendo el asunto en una situación aporética.

Las cosas son, ciertamente, complicadas porque las políticas de Estado de bienestar (lo que algunos sociólogos llaman benestaristas) han estado vinculadas, a lo largo del pasado siglo, con el sistema de producción fordista; caído éste ¿cómo sustituir las fuentes nutrientes del welfare? Este es el gran desafío que tiene la Europa social de la que tanto estamos hablando. Porque, si bien en términos generales, se ha podido hablar de un ´modelo social europeo´, la cuestión actual es: comoquiera que el benestarismo de los países más desarrollados de nuestro continente se han basado en la primacía del fordismo ¿cómo construir un auténtico welfare europeo, cuando ya el tan repetido fordismo industrial es pura hojalata? Esta es la cuestión. Desde luego algunas señales nos vienen, por ejemplo, desde Finlandia. Las investigaciones de Manuel Castells y Pekka Himanen son ilustrativas. Destacan, entre otros, los compromisos entre empresas (especial, aunque no únicamente) como Nokia, el Estado, las regiones y los sindicatos. El hilo conductor que atraviesa estas instituciones es la innovación tecnológica y los procesos formativos, las inversiones en investigación y en los diversos escenarios de la sanidad, enseñanza, vivienda... Esto ha llevado a dicho país a una espectacular caída continuada, o al menos a un nivel bajo, de injusticia y exclusión social. La explicación parece clara: el desarrollo tecnológico finlandés, medido por el índice de logro tecnológico de la ONU, es superior al de Estados Unidos y al resto de las economías avanzadas. La señal que nos viene, así las cosas, es que las políticas benestaristas tienen como fuente nutriente el paradigma de la innovación tecnológica. Así pues, la visión de algunos apocalípticos de que la innovación tecnológica liquidaría el Estado de bienestar no se ha visto confirmada por la realidad de las cosas finlandesas. Porque el punto de vista con fundamento de los finlandeses ha sido establecer un amable binomio entre la innovación-reestructuración y el welfare.

En otro orden de cosas, el (necesario) vínculo entre concertación social, a todos los niveles, y las políticas benestaristas debería orientarse a ir conformando un welfare que ya no fuera fundamentalmente de resarcimientos, tal como se expresó durante todo el tiempo fordista; una práctica ésta, de resarcimientos, que sigue vigente. Para que esta cuestión tan delicada quede lo suficientemente clara es necesario poner algún ejemplo ilustrativo: el monopolio de los sistemas de organización del trabajo por parte del empresario (y su unilateralismo en las decisiones) ha consolidado que el dador de trabajo no vea (o no quiera ver) la relación estrecha entre sistemas de organización del trabajo, condiciones de trabajo y siniestralidad laboral; al final todo acaba en que el empresario acaba externalizando los costes de tanta sangría humana a los sistemas públicos de protección social, provocando una considerable hemorragia del welfare. De ahí que las disposiciones normativas y la concertación social en Europa caigan en la cuenta de este circuito vicioso. Quiero decir que lo importante no es resarcir a los afectados por la siniestralidad laboral sino poner las bases para reducirla drásticamente, mediante unos sistemas de organización del trabajo que conduzcan a la humanización de las condiciones de trabajo: unas y otras deben ser la expresión de la concertación social que, como fuente de iuslaboralismo, se traducirían en textos normativos más eficientes y gestionados mediante el instrumento de la co-determinación al que antes se ha hecho referencia. Es decir, se trata de un welfare activo y no solamente asistencialista de resarcimientos; también con la adopción de nuevas orientaciones de política industrial y la investigación de base aplicada, estimulando el uso de productos compatibles con la defensa y promoción del (único) medio ambiente que tenemos. En resumidas cuentas, es necesario proceder a una profunda revisión de qué se entiende, en esta fase de largo recorrido de la innovación-reestructuración, por Estado de bienestar. De ahí que a este edificio tan agrietado del welfare, los planteamientos rutinarios (como por ejemplo el Pacto de Toledo, por poner un ejemplo doméstico) no sirven en absoluto para nada, porque siguen dejando intacto el carácter de welfare fordista, aunque el Gotha no lo vea de ese modo: actúa con los mismos comportamientos que cuando el Sol nunca se ponía en el mundo de la cadena de montaje.

El prestigioso ingeniero mataronés Joan Majó, que fue Ministro de Industria en uno de los gobiernos socialistas de la década de los ochenta, acostumbra a explicar la ley de Moore como uno de los ejemplos más visibles del nuevo estadio de la ciencia y la técnica, también de las repercusiones que tiene en la economía. Gordon Moore, también ingeniero, observó la sorprendente regularidad del crecimiento de la potencia de los microprocesadores: desde 1971 hasta nuestros días dicha potencia se dobla cada dieciocho meses, lo que se dice pronto. Esta ley es importante porque: uno, explica hasta qué punto es exponencial la potencia de tan minúsculos chirimbolos, al tiempo que se reduce el ratio coste/preecio por bit; dos, por la aparición de un formidable motor de la revolución tecnológica en curso que está redefiniendo permanentemente la estructura de los costes, la geografía de los mercados, las modalidades operativas de todo tipo de producción y distribución... Pues bien, así están las cosas. Y, siendo de esa manera tan vertiginosa y trepidante ¿es posible continuar con unas políticas de welfare que obvian tan espectaculares novedades? No tengo la menor duda, por el manido (e inconveniente) sendero por el que se va no se construye una Europa social como dios manda. En pocas palabras, mantener la misma carreta en la vereda de siempre trae los dividendos a los que alude Jürgens Peters, un alto exponente de la IG Metall: uno de los nuestros, no de la acera de enfrente.

Decididamente las nuevas políticas de welfare deben apuntar a favorecer el capital inmaterial: el conjunto de los conocimientos y competencias que se acumulan y distribuyen a través de la investigación, la enseñanza y la formación. Piezas claves de todo ello serían, como mínimo:

n El Estatuto de los Saberes, del que ya se ha hablado, como compendio de nuevos derechos de ciudadanía,

n Políticas públicas para la acumulación y utilización del capital inmaterial y su combinación con las inversiones privadas,

n Un espacio común europeo de la investigación, transformando las actuales iniciativas europeas (de tipo puntual) en políticas europeas, lato sensu, de investigación,

n Códigos de conducta compartidos sobre problemas ambientales y éticos...

n La potenciación de una industria y un mercado del saber.

Me excuso si parece que pontifico, pero por ahí deberían ir las pistas que ayudarían a Jürgens Peters y a la santa cofradía sindical europea a “repensar los instrumentos redistributivos” a partir de ahora; y, de paso, a construir un Estado de bienestar activo e incluyente. Por ahí me atrevo a seguir proponiendo el nuevo compromiso social entre los sindicatos y sus diversas contrapartes (privadas y públicas) de un Pacto por la Innovación tecnológica que lógicamente tendría su momento inicial pero que, por mejor decir, sería un itinerario de contractualidad sostenida. De ello he hablado en otras ocasiones y no es cosa de abrumar al lector con reiteraciones innecesarias.

6.- La fiscalidad europea

¿Será abusivo recordar que la fiscalidad es un poderoso instrumento de redistribución de la justicia social? De ahí que los grandes desafíos de la Europa social no pasen, en consecuencia, porque los Estados miembros sigan reteniendo por los siglos de los siglos sus competencias en la materia: es necesario que gradualmente se proceda a poner en marcha un proceso de transferencia hacia la Unión europea. Por ejemplo, ¿porqué no empezar transfiriendo los impuestos de sociedades? En todo caso, lo importante sería ir hacia una armonización fiscal flexible, esto es, con sus correspondientes horquillas como paso previo a la fiscalidad europea. Desde luego sería un cierto paso contra el dumping fiscal. Ahora bien, una fiscalidad europea acorde con la Europa social que estamos preconizando requiere un cambio substancial de los poderes del Parlamento europeo y la creación de una authority fiscal europea.

Lo que no puede ser es que el Banco Central Europeo siga siendo tierra de nadie; quiero decir: de nadie que le controle. Porque la cuestión de fondo es: las competencias de la Unión Europea en los terrenos macroeconómicos son débiles y, de la misma manera, sus instrumentos son débiles, mientras que el BCE tiene la sartén por el mango de sus políticas friedmanianas. Si la Unión, por lo que llevamos dicho, debe impulsar unas políticas de crecimiento sostenido compatible con el medio ambiente, el saneamiento de los efectos malsanos que se desprenden de una competición sin reglas que hacen del dumping noticia cotidiana, si se requieren gastos de inversión en los escenarios educativos, formativos, de investigación y desarrollo, políticas inclusivas y contra la exclusión social..., la Unión debe tener poderes fuertes. Y el Parlamente no puede no disponer de sus atribuciones, por ejemplo, debe fijar los objetivos de política fiscal que se refieren a la esfera pública.

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Ahora bien, los anteriores desafíos en torno a la Europa política (ya hemos dicho que es una condición sine qua non para que exista una Europa social) exigen, también sine qua non, unos sujetos políticos y sociales radicalmente nuevos: una personalidad nueva de los partidos políticos, del sindicalismo confederal y de las organizaciones empresariales. De momento, no creo que haya novedades en esa (necesaria) dirección. Tengo para mí que lo más chirriante es que tales sujetos siguen anclados en la lógica del Estado-nación, lo que produce una estridente asimetría: el mundo está globalizándose de manera vertiginosa con unos mecanismos que, hasta hace poco, eran inéditos, mientras que la política convencional no sale de su tradicional cascarón; la izquierda no es una excepción; la empresa y (el conjunto de la economía) es un huracán globalizador, pero el sindicalismo confederal y las organizaciones empresariales mantienen sus tradicionales visiones y prácticas solipsistas anteriores a dicho vendaval. Lo que está comportando un considerable debilitamiento de la capacidad contractual y organizadora del sindicalismo europeo que afecta, principalmente, a las organizaciones que han tenido mayor fuerza. Porque la globalización no ha impuesto sólo un profundo cambio de los procesos sociales sino también de las relaciones de mando: las finanzas, la ciencia, la información, las redes que exigen con urgencia que los partidos, el sindicalismo y las organizaciones empresariales se transformen en instrumentos organizados a escala europea. O lo que es lo mismo, en palabras de Gramsci: deben tener la capacidad de hacer historia. De donde infiero que la (necesaria) refundación, de la que tanto se habla, no afecta sólo a la política sino también al pensamiento y a los instrumentos. Pero ello no significa volver a los planteamientos tradicionales de la izquierda (un tópico socorrido y recurrente con cierta frecuencia), aunque sólo sea porque nuestros mayores de antaño nos dejaron una herencia no siempre adecuada, lo que no impide sus no menores aciertos.

Por otra parte, sorprende que tales sujetos (partidos, sindicatos y organizaciones empresariales, al menos en España) no hayan alzado la voz en torno a un conocido fenómeno que dura ya algunos años, esto es, el repliegue a posiciones de miope defensa de la soberanía nacional, de los poderes y de determinados interdictos de algunos Estados nacionales, por ejemplo el gobierno del Partido Popular, aunque no sólo éste. Se me ocurren dos razones: una, la subalternidad de Aznar (y otros gobernantes europeos) en torno a la administración republicana de Bush, de un lado, y, de otra parte, la confrontación de Aznar contra los nacionalismos periféricos de nuestro país. En el primer caso, la dependencia del compadre norteamericano es una manifiesta imposibilidad de avanzar en la Europa política como condición fundamental para la Europa social; en el segundo aspecto, quien piense que la renacionalización de la vida política española es una manera de combatir los nacionalismos periféricos cae en un error grotesco.

Desde luego la construcción de la Europa social exige que la izquierda política ponga en el centro de su conducta la revaloración social del trabajo como elemento de identidad concreta. Ello es fundamental porque se tiene la impresión que la lectura que se está haciendo, desde hace ya bastante tiempo, es que la modernización está imponiendo un obscurecimiento de la cuestión social. Me permito una ligera digresión, la más abundante literatura política de la izquierda es el federalismo, cuya importancia es innegable. Pero el federalismo no es para la izquierda, que yo sepa, una cuestión de identidad suficiente; podrá (es) necesaria, pero no suficiente. Sin embargo, el torrente de reflexiones al respecto contrasta con la exigüidad de análisis y propuestas políticas sobre los gigantescos cambios que se están operando tras la disolución acelerada del paradigma fordista. Ni que decir tiene que la Europa social requiere un cambio de metabolismo del sindicato europeo en, al menos, dos direcciones: una, la asunción plena (incluidas sus consecuencias) de la dimensión europea, especialmente en el terreno de la contractualidad; dos, el carácter plenamente europeo de las plataformas reivindicativas, primero, y de los convenios colectivos, después, en todos los ámbitos. No sin cierta perplejidad, Antonio Baylos habla de que “resulta llamativa esta incapacitación del movimiento sindical a esta dimensión supranacional, cuando su acta de nacimiento fue el internacionalismo. Una incapacidad, habría que añadir, en el mantenimiento de unos organismos de representación sindical en el caso español, los comités de empresa, que (en este mundo de la globalización) siguen manteniendo sus concepciones y prerrogativas de la más pura raigambre autárquica. Pero sobre esto no insistiré en esta ocasión porque sospecho que sería fatigar demasiado al lector, al que remito a echarle un vistazo a otros trabajos anteriores.

En resumidas cuentas, lo que quiero trasladar a este encuentro santaferino es la necesidad que tienen tanto la izquierda política como los sujetos sociales (también los empresarios orgánicos) de una nueva epistemología. Hablo de la construcción de un pensamiento realista e históricamente fundamentado, no un nuevo mito ideológico y político: un pensamiento global, capaz de restituir a la izquierda el sentido de una función histórica y, al mismo tiempo, de dar a la política --a toda la política-- una nueva dimensión: la lectura de los procesos que, desde hace tiempo, están en acelerada marcha, con un análisis crítico de la sociedad moderna, con una idea concreta de los grandes cambios necesarios y de las fuerzas reales (sociales, nuevas instituciones, instrumentos de poder) para hacerlo posible, de un lado; y, de otra parte, es preciso un eficiente compromiso entre la política y la economía, entre el Estado y el mercado, por lo menos en la línea de lo ya hablado en la Conferencia de Lisboa, esto es, dando a la política y al Estado un papel de guía del proceso económico.

Durante esta charla santaferina (y en otras ocasiones) me habéis oído ser bastante deslenguado sobre las izquierdas del siglo XX. Pero lo cierto es que hizo historia. Más todavía, las conquistas de civilización (la construcción del Estado de bienestar, el amplio universo de los derechos de ciudadanía política y social, el fortalecimiento de las organizaciones democráticas) se deben al coraje de nuestros abuelos de antaño. Ese estadio está ya agotado, también por el sentido y naturaleza de las conquistas de nuestros antepasados. El desafío de la Europa social (extrovertida hacia todos los hemisferios del planeta, capaz de liquidar todos los vestigios y secuelas del eurocentrismo) debe ser la pasión civil de ahora, y a partir de ahora. Esto es, la puesta en marcha de un proyecto que genere amplias agregaciones de personas en torno a partidos, organizaciones y movimientos que puedan compartir diversamente la gestación y desarrollo de la Europa social que venimos hablando; de un sentido cultural y político no mitológico, plausible, hacedero cotidianamente. A grandes rasgos, las líneas maestras que se proponen son las siguientes, indicando que su desarrollo quedará para otra buena ocasión. Son las siguientes:

n La profundización de la democracia creando nuevos institutos de participación activa e inteligente;

n La democratización de la economía, valorando socialmente el trabajo, el control y la transparencia de los procesos financieros;

n El establecimiento de controles del mercado con una propuesta histórica de su papel insubstituible;

n Un proyecto de reforma de la empresa;

n La gestación de un nuevo welfare incluyente;

n La compatibilización entre desarrollo económico, Estado de bienestar y paradigma medioambiental:

n La paz como bien universal, como convivencia general en todo el planeta.

Y un apunte final: no es posible afrontar estos desafíos europeos y mundiales si no se aborda de manera eficaz el epifenómeno del terrorismo, también porque no parece posible la construcción de la Europa social mientras el terrorismo siga golpeándonos, seguramente por la vulnerabilidad que conlleva en todos los aspectos. A mi juicio, el empecinamiento de José María Aznar de meter todos los terrorismos en el mismo saco ha sido realmente funesto. Es más, ni lo son por sus causas ni tampoco por su consecuencias políticas. Esta obcecación es, sobre todo, se encuadra en que el pensamiento está siendo substituido por una general ansia de propaganda. Aquí no se discute que todos los terrorismos concluyen en una masiva sangre derramada: algo que es del todo evidente. Que ETA y Al Qeda llenen de dolor numerosísimas familias es algo que les une, lo que no es poca cosa, desgraciadamente. Pero ahí se acaban las coincidencias. Es más, podría darse la total eliminación de ETA y mantener la incapacidad de destruir Al Qeda. La trágica novedad de este terrorismo (el que ha golpeado dramáticamente Madrid con un daño terrible en lo humano y simbólicamente apocalíptico) es que no se refiere, como alguien ha apuntado lúcidamente, a los esquemas tradicionales: a la clase, versión Brigadas Rojas, o al territorio, en la acción de ETA. Un terrorismo que, tal vez, indica algo que dejó sentado el maestro Eric Hobswam en la década de los noventa: Europa y el mundo finalizan un siglo de (relativa) estabilidad y entran en un período de desorden, quizá incontrolable. Que son unas palabras extremadamente pesimistas en las que no quisiéramos creer.

[1] Asesor de la Presidencia del Consell de Treball, Econòmic i Social de Catalunya.

[2] Sería cosa importante reflexionar en torno al paralelismo entre el unilateralismo empresarial (con la caída de las normas y el derecho: la ruptura de la baraja de la que habla con frecuencia Miquel Falguera) y el unilateralismo en política internacional con la manumisión del derecho.

[3] Véase Alfredo Reichlin y Vittorio Foa en Gli argomenti umani, de setiembre y diciembre de 2002, respectivamente; también Bruno Trentin en su presentación del Manifesto per l’Europa, todas ellas posteriores al 11 de setiembre de las Torres Gemelas.

[4] La globalización como: la explosión de los sistemas de economía planificada en los países del llamado socialismo real; la disolución del sistema de cambios fijos; la desregulación de los mercados financieros; la consiguiente mundialización de las finanzas y su creciente predominio sobre la economía real; los ritmos acelerados de la innovación tecnológica y, sobre todo, el enorme crecimiento de las tecnologías infotelemáticas que propician la deslocalización de las inversiones y las iniciativas empresariales, deseganchándolas cada vez más de los precisos (y hasta ahora, vinculantes) puntos de referencia territorial. Lo que ha comportado el tránsito de la riqueza de las naciones a la riqueza sin naciones.

[5] Con esto no se quiere decir que el Estado nación haya perdido sus poderes. Hay que tener cuidado con la utilización indiscriminada de este concepto, porque todavía el Estado nacional cuenta con importantes poderes tanto legislativos como de redistribución. El significado que damos a crisis es el de transición a...

6] Para un preciso conocimiento de la evolución de la globalización, véase Emilio Ontiveros en Los efectos de la globalización en www.fe-es.or

[7] Más datos. Según la III Relación sobre la cohesión europea de la Comisión, presentada a principios de 2002, la disparidad en la renta per capita regional respecto a media europea era del 53 por ciento de una región de Grecia frente al 263 por ciento del Gran Londres.

[8] En realidad este nombre (estabilidad y crecimiento) no deja de ser un oxímoron. De hecho es una opinión fundada que su nacimiento fue más bien una chapucilla para poder contentar a los alemanes, muy preocupados por el peso (real o simbólico) de su moneda y a Lionel Jospin que tenía puesta la mirada en la lucha contra la inflación y en la creación de empleo. Sin embargo, hay que ver el arte que le echan algunos a la magia de la palabra: de un pasteleo franco-alemán se sacan un concepto sacrosanto que, si te encaras con él te ponen pingando. Hasta al mismísimo Prodi (con ser Prodi) le dieron sus cogotazos cuando habló, con más razón que un santo, de la estupidez que supone creer en dicho pacto a pies juntillas.

[9] Es sintomática también la situación la situación italiana: el pib ha crecido tan sólo un 0,3. Pero peor todavía es la estructura de tan raquítico crecimiento: la industria está bajo cero y la construcción pierde cinco puntos; la construcción es el único sector que salva la cara con un amplio crecimiento en los últimos ocho años: allí también el ladrillo hace de las suyas... Vale la pena destacar, con datos de Guglielmo Epifani, máximo dirigente de la Cgil, que de Enero de 2003 al mismo mes de este año la facturación industrial ha caído un 6% y son 1500 empresas las afectadas por la crisis con unos 200.000 trabajadores.

[10] Romano Prodi: Manifesto: Europa, el sueño y las opciones. Noviembre de 2003.

[11] José Luis López Bulla: ¿Dónde está Europa? Mundo-Cataluña, 8 de marzo de 2004.

[12] A lo largo de este trabajo la expresión flexibilización deberá entenderse como utilización unilateral de las políticas, esto es, no negociadas con sus contrapartes. Sería, pues, lo contrario de flexibilidad que conlleva contractualidad. Véanse, a tal efecto, mis artículos en Izquierda y Futuro núm.2, ´El control de la flexibilidad´ y en La factoría núm. 20.

[13] Conviene aclarar, frente a lo expresado por algunos medios generalmente desinformadores, que el grupo parlamentario socialista europeo no ha votado contra los planteamientos de la Comisión europea. Dicho grupo, que sostiene una interpretación flexible del Pacto de Estabilidad, se limitó a votar en el Parlamento europeo que no se llevara a la Corte de Justicia al ECOFIN.

[14] De todas formas, la Cumbre de Lisboa se propuso una serie de objetivos ambiciosos, pero sin diseñar de qué manera se iban a alcanzar y, sobre todo, con qué graduación. Se planteó hacer de Europa ´el continente más competitivo del planeta´, crear 20 millones de puestos de trabajo en diez años, situar la tasa de ocupación femenina en el 60 por ciento y la de los veteranos (entre 55 y 64 años) en un cincuenta por ciento. El cuento de la lechera.

[15] Carta de derechos fundamentales de la Unión Europea, Consejo europeo de Niza, diciembre de 2000.

[16] El Presidente Prodi ha dicho en enero pasado que “después de cuatro años de la Conferencia de Lisboa, parece claro que no conseguiremos sus objetivos” para a continuación arremeter contra “los gobiernos nacionales que no han cumplido sus tareas”. A lo que habría que añadir: esta fase ha coincidido con el repliegue a posiciones de estrecha defensa de las soberanías nacionales, de los poderes, de los interdictos por parte de los Estados nacionales.

[17] José Luis López Bulla: ¿Dónde está Europa? En El Mundo-Cataluña, 8 de marzo de 2004.

[18] José Viñals, Director General del Banco de España, en La economía europea en la encrucijada, intervención en la III Conferencia anual sobre Política económica, empresa y sociedad, en el Círculo de Empresarios, Madrid 25 de noviembre de 2003.

Una situación que ha hecho que Ecofin, en su reunión de primeros de abril, celebrada en Eunchestown (Irlanda) haya revisado a la baja las previsiones de crecimiento económico para el conjunto del área.

[19] Los banqueros estúpidos del BCE es un piropo del prestigioso economista Franco Momigliano. Como hemos dicho antes, también Prodi habló de la estupidez de idolatrar el Pacto de estabilidad y crecimiento. Ya iba siendo hora de que el lenguaje diplomático tuviera algo que ver con las expresiones que oímos en La Gloria y otras tabernas santaferinas.

[20] Esta es la situación en que se encuentran Zapatero y Solbes, este último destacado protagonista del enfrentamiento entre la Comisión y el Ecofin.

[21] Resolución del Consejo General, 1974: realización del pleno y mejor empleo; mejorar las condiciones de vida y trabajo que permita su harmonización en el progreso; participación creciente de los interlocutores sociales en las decisiones económicas y sociales de la Comunidad y de los trabajadores en la vida de las empresas.

Resolución de la Cumbre de Madrid, junio de 1989: El Consejo europeo considera que, en el marco de la construcción del mercado único europeo, conviene conceder a los aspectos sociales la misma importancia que a los aspectos económicos y que, por consiguiente, deben desarrollarse de manera equilibrada.

Los sindicalistas de mi generación no estuvimos muy atinados al leer estos papeles y ver las posibilidades que abrían.

[22] Raimon Obiols y el resto de los eurodiputados del Partido socialista europeo que forman el llamado Grupo Spinelli están hablando de la necesidad de algo así como un ´Plan Marshall´ de ayuda a los socios que, dentro de muy poco, se sentarán en la misma mesa que los actuales miembros.

[23] De hecho esta cuestión ha sido tratada in extenso por Miquel Falguera i Baró en toda su literatura jurídica. Los asiduos de las jornadas santeferinas recordarán sin duda que una parte substancial de su discurso en las Segundas Jornadas versó sobre tan importante cuestión.

[24] Para estos asuntos de la flexibilidad, véase mi trabajo Diálogos con Javier Terriente en La factoría, núm. 20, en http://www.lafactoriaweb.com/

[25] Joan Majó: Nuevas tecnologías y educación. Primer Congreso de las TIC en los centros de enseñanza no universitaria. El texto íntegro de esta conferencia viene en la web de Joan Majó. Buscar por google.

[26] José Luis López Bulla en La cuestión tecnológica, El País-Cataluña, 25 de abril de 2003

[27] Manuel Castells y Pekka Himanen: El Estado de bienestar y la sociedad de la información, El modelo finlandés (Alianza editorial, 2002), donde se explica hasta qué punto una serie de innovaciones creadas por los hackers han sido adoptadas posteriormente por todo tipo de corporaciones; por ejemplo, el sistema de mensajes de texto. El mismo Pekka Himanen acuñó en 1991 la expresión hackerismo social.

[28] Por ejemplo en el número 2 de Izquierda y Futuro, El control de la flexibilidad.

[29] Que fue una de las grandes características del sistema taylo-fordista. Aunque algunos oídos pacatos se escandalicen es claro que toda una serie de cuestiones, especialmente salariales, surgieron de lo que he calificado de pacto callado. Comoquiera que, en aquellos sistemas tan rígidos, era dificultosa la movilidad y el ascenso categorial, se compensaron mediante las pluses de antigüedad y otras de características festivas, como por ejemplo, las navidades y vacaciones de verano; estas últimas en la España de Franco, Franco, Franco (y su fordismo cuartelero) se llamaron del 18 de Julio.

[30] Esta es, a mi entender, la explicación esencial de la crisis de los sistemas públicos de protección, lo que descartaría argumentos tales como la mayor esperanza de vida de los pensionistas y otros que, aunque no irrelevantes, no son explicaciones esenciales.

[31] Jürgens Peters, importante dirigente sindical de la IG Metall, en Gewerkschlafliche Monastschefte, una importante revista de dicha organización en su núm. de junio 2001: “Los sindicatos han entrado debilitados en el nuevo siglo desde el punto de vista de las políticas distributivas. Para poder repensar adecuadamente ante sus propios afiliados y actuar en sus ´competencias políticas´ deben recuperar la capacidad de influir en la distribución, repensar y desarrollar de nueva forma los instrumentos redistributivos”.

[32] El índice se basa en cuatro componentes: la creación de tecnología (el número de patentes otorgadas per cápita, los ingresos por autoría intelectual y licencias exteriores per cápita), la difusión de las innovaciones recientes (internet, exportación de productos de alta y media tecnología), la difusión de tecnologías antiguas (teléfono, electricidad) y el nivel de cualificación humana (promedio de años de escolarización, tasa bruta de estudiantes universitarios de ciencias e ingeniería sobre el total del estudiantado). Lo que ha llevado a que la exclusión social medida por el analfabetismo funcional sea bajísima en Finlandia (6,9), mientras que en los Estados Unidos es un 17,9 y en el resto de las economías avanzadas un 15.5, según datos de la OCDE en 2001.

[33] Joan Majó, ver: Chips, cables y poder (Editorial Planeta, 1997)

[34] En un sentido más amplio incluiría, además, todas las actividades intelectuales y al conjunto de la producción cultural.

[35] Es conocida la frase del economista norteamericano Lester Turrow: “Los europeos tienen un mentecato Banco Central que se concentra sólo en la inflación”.

[36] Ver Riccardo Nencini, secretario nacional de la FIOM (la poderosa organización metalúrgica de la Cgil) que, en un documento de cara al próximo congreso de su federación, expone: “Nos encontramos hoy ante una pérdida de eficacia de la acción sindical no sólo en Italia sino en la mayoría de los países europeos, desde Alemania a Francia y desde el Reino Unido a los países escandinavos”.

[37] Jürgens Peters, Gewerkschlafliche Monatschefte de junio de 2001 que: “los sindicatos han entrado en el nuevo siglo debilitados desde el punto de vista de las políticas distributivas”. Lo nuevo de estas reflexiones (las de Nencini y Peters) es que vienen desde los mismos adentros del sindicalismo confederal, y alertan a quienes, la mayoría, parecen decir aquello de Sin novedad, señora baronesa.

[38] Entre otras gangas, nuestros abuelos hicieron, con vengo insinuando, una lectura apologética del fordismo que fue una insidia para la autonomía cultural del movimiento de los trabajadores y de la izquierda política. Aunque no fueron los únicos, los comunistas se pusieron firmes (y en su lugar, descansen) cuando leyeron la intervención de Lenin en cierto evento soviético bendiciendo el taylorismo y el fordismo: media hora antes de leer dicho informe, nuestro abuelo Rabaté, dirigente sindical francés, abominaba de los métodos de don Federico Taylor. Mención especial en torno a esta idolatría es la famosa expresión de un buen amigo, Gramsci, que dejó sentado algo realmente cuestionable: el fordismo es el mayor esfuerzo para crear un nuevo tipo de trabajador y hombre, indudablemente superior. O tempora o mores... Sobre estas cuestiones véase El sindicalismo en la encrucijada de Miquel Falguera y José Luis López Bulla (Columna, 97)

[39] Puestos a entender las cosas, diré que la lógica de Aznar no se aguanta por ningún lado, aunque las posiciones de Blair y ciertos gobiernos del centro y este de Europa admiten una cierta (aunque injustificada) comprensión. El primero porque su relación con los norteamericanos viene de muy atrás; los segundos porque, así lo manifestaron ellos, era una manera de escaparse definitivamente de su pasado ´socialista´, todavía muy reciente en términos históricos. Desde luego, la confrontación contra los nacionalismos de nuestro país no llega ni a razón necesaria porque se trata de un asunto casero, absolutamente irrelevante en la geopolítica mundial.

[40] Ver Antonio Baylos en La necesaria dimensión europea de los sindicatos y sus medios de acción, Gaceta sindical, monográfico núm. 178, setiembre de 1999. Estos asuntos tan importantes apenas si tienen tratamiento en los documentos congresuales que se están celebrando estos días, a pesar de que un buen pelotón de países, de aquí a poco, serán miembros de pleno derecho de la Unión Europeo.

[41] José Luis López Bulla: El modelo de representación social, en Izquierda y Futuro, núm. 4; y en Una conversación particular, en la Revista Social de Derecho, núm. 22, entre Antonio Baylos y José Luis López Bulla

[42] Loretta Napoleoni ha escrito un interesantísimo libro Yijad, cómo se financia el terrorismo en la nueva economía (Urano) con abundante información al respecto. Según la autora la economía del terror supera los 1,5 billones de dólares: una cifra superior al doble del producto bruto del Reino Unido.

[43] Sorprende, por ello, que una persona tan seria como Giorgio Ruffolo haya dicho que no es tan importante ir al origen del terrorismo fundamentalista islámico, con motivo del 11 de setiembre, sino a las consecuencias. Y lo peor de su argumentación fue lo siguiente: cuando hay un incendio se llama a los bomberos no a los sociólogos para que investiguen las causas del fuego. Cuando leí la perla me quedé de piedra, ¿y a usted como le sienta el chascarrillo?

[44] José Luis López Bulla: Nuevas preguntas sobre el terrorismo, El País-Cataluña, 29 marzo de 2004.

[45] Luigi Manconi: Un terrorismo senza classe e senza terra, l’Unità, 25 de marzo de 2004. Este es un artículo que recomiendo muy vivamente. Véase en www.unita.it

[46] Confiemos que esta profecía se vaya al garete de la misma forma que les ocurrió a las del marqués de Condorcet y Emil Faguet: el primero, predijo que nada ocurriría en los próximos lustros, debió tener una sorpresa mayúscula con las revoluciones americana y francesa; el segundo, a finales del siglo XIX anunció el fin de todas las guerras. Ni uno ni otro tuvieron un aceptable ojo clínico que digamos.