sábado, mayo 28, 2005

TRABAJOS NUEVOS, SINDICATOS NUEVOS


TRABAJOS NUEVOS, SINDICATOS NUEVOS

José Luis López Bulla[1]

Agradezco, sin ningún tipo de protocolo, la amable invitación que me ha hecho el presidente Gabaglio para intervenir en estos diálogos del Fórum de las Culturas. Quiero remarcar, especialmente, que el tema que Emilio nos ha propuesto, Nuevos trabajos, sindicatos nuevos, tiene un especial atractivo y, desde luego, su título es ya, de por sí, una feliz provocación: en el sentido etimológico de la expresión, provocare es volver a llamar o reconsiderar, según se mire. Todo indica, según reza el carácter de estas reflexiones, que a nuevas expresiones del mundo del trabajo se corresponden nuevos sindicatos. No parece fácil abordar lo que se nos pide, pero estoy relativamente confiado pues, chispa más o menos, es lo que vengo propugnando desde hace ya muchos años[1]; lo curioso del asunto es que ahora que casi he olvidado de las cosas sindicales me llaman para que intervenga con más frecuencia sobre tan importantes asuntos.

Me parece conveniente partir de las siguientes consideraciones: a) el fordismo industrial se está deslizando de manera veloz hacia otro paradigma que vengo calificando como innovación-reestructuración; b) el mundo está conociendo una nueva realidad que la literatura al uso denomina globalización; c) algunas importantes atribuciones de los Estados nacionales en las esferas socioeconómicas se han trasladado hacia instituciones supranacionales o a lo que, en jerga europea, se llaman las regiones[2]; d) la cuestión medioambiental ha irrumpido de manera espectacular en la conciencia real de la ciudadanía, exigiendo compatibilidades y vínculos nuevos con la economía. Se trata de cuatro grandes elementos que tienen importantísimas repercusiones en el trabajo (en todas las expresiones del trabajo heterodirecto), en el conjunto de la economía, en las políticas de welfare state y, por tanto, en el carácter y personalidad de los sujetos sociales, esto es, en el sindicalismo confederal. Son novedades de gran relieve que, afortunadamente, nos han tocado vivir. Yo, por lo menos, doy gracias a los dioses menores por haberme dado la fortuna de vivir estos tiempos, y de entrada rechazo que sea preferible que cualquier tiempo pasado fuera mejor, según dejó dicho Jorge Manrique. Ahora bien, a quien no comparta mi visión debo indicarle que, buenos o malos, estos tiempos son los nuestros, los que nos ha tocado vivir. Así pues, más vale afirmar que nuestro reino es de estos tiempos que apoltronarse en la idea, por lo general desacertada, de aquel poeta castellano.

Primero

1.-- Es evidente que ya no nos encontramos en la fase del fordismo que tendencialmente es pura herrumbre[3]. Ello comporta, dicho a bote pronto, que la cadena de montaje no es ya el agente general de la gran industria; lo que conlleva que todo el tradicional sistema fordista (que conformó las protecciones, la más importante fue el Estado de bienestar) no sea ya el eje de coordenadas de la revolución de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. El primer problema que aparece es que, si bien este planteamiento parece ser compartido, no está tan claro que las consecuencias de tan vasta transformación sean leídas adecuadamente por los sujetos sociales y lo que podríamos denominar el empresariado orgánico, esto es, las organizaciones patronales. Lógicamente, más tarde entraré en esta materia.

Estamos en la fase de la innovación-reestructuración[4]. La nueva tecnología y los nuevos materiales cambian con una aceleración espectaculars]-->[5]. Esta es una situación que no ha hecho más que empezar y, todo indica, que esta será la tónica durante un larguísimo recorrido histórico. Los nuevos sistemas de organización del trabajo (¿sería más adecuado decir de los trabajos?) condicionan y son condicionados por la rápida y honda innovación tecnológica. La flexibilidad está en el orden del día. A efectos de entendernos semántica y conceptualmente utilizaré ´flexibilidad´ cuando es consecuencia de acuerdo o pacto (esto es, el resultado de una concertación entre los agentes sociales y los operadores económicos) y hablaré de ´flexibilización´ a lo que es impuesto, es decir, lo que está fuera del instituto de la contractualidad; a partir de ahora no pienso repetirlo más veces[6]. Así pues, la flexibilidad supone un desafío espectacular para las prácticas sindicales y de los operadores económicos ya que es una enorme discontinuidad con las certidumbres de todo tipo que unos y otros han tenido a lo largo de un buen cacho del siglo XX. En ese sentido es de cajón que antropológicamente se tengan recelos y miedos a la flexibilidad[7]; pero, sostengo que intelectualmente es todo un reto que tenemos delante de nuestros ojos. Es en el territorio de la flexibilidad donde se van a ventilar tanto las demandas de los trabajadores (y la personalidad de la representación social de los asalariados) como los resultados de lo que esa venerable señora que es doña Correlación de Fuerzas estipule en todos los estados de la concertación social: desde el centro de trabajo hasta las que se produzcan en las alturas. En definitiva, o el sindicalismo confederal se introduce con sus propias señas de identidad en el eje de coordenadas flexible o no tendrá la capacidad necesaria para ejercer su noble tarea de representar al conjunto asalariado en todas sus diversidades; o los operadores económicos entienden que la flexibilidad debe ser el resultado de pactar o no habrá eficiencia sostenida en el centro de trabajo y en el universo de la economía. Este concepto, eficiencia sostenida, tiene como interés el llamar la atención (no sólo al empresariado sino también todos los sujetos sociales) de que se está hablando de algo estratégico, esto es, de largo recorrido; en resumidas cuentas, que está al margen de las contingencias de los ciclos económicos, de un lado, y, de otra parte, porque observo que, de un tiempo a esta parte, la ´esperanza de vida´ de no pocas empresas se está reduciendo de manera alarmante. Naturalmente hay más motivos: la política, que tiene importantes diseños (se compartan o no) en torno a la ciudad, la enseñanza, las infraestructuras, etc., no cuenta, por lo general, con reflexiones y propuestas en torno a la empresa: es como si hubieran dejado ese territorio en manos de sus principales protagonistas[8]

2.-- Esté tranquilo el lector: no seremos prolijos en este apartado de la globalización. Evidentemente ´toca´ hablar de ello, pero será de manera sintética y flaca, escorada hacia algunos aspectos que apenas si motivan reflexiones en la literatura sindical.

Premisa: vivimos en la globalización. Preguntas impertinentes ¿los sindicatos tienen una personalidad global? ¿las plataformas reivindicativas tienen una personalidad global? ¿los resultados de las diversas prácticas contractuales tienen una personalidad global? Más todavía, ¿los elementos que contiene la Carta de Niza 2000, en el ámbito de la Unión europea, son utilizados a fondo por el sindicalismo confederal europeo y por los sindicatos de los Estados nacionales que conforman todavía la Unión? Tengo una respuesta muy molesta: de ninguna de las maneras. La carga de la prueba queda en manos del paciente lector que sea capaz de estudiar todos los convenios y prácticas contractuales de nuestro común patio de vecinos europeo. Entiendo que las cosas no son fáciles y acepto que hay que darle tiempo al tiempo. De acuerdo. Pero hay dos problemas: uno, que las cosas caminan a velocidades supersónicas; dos, que no se observan conductas tendenciales en las prácticas sindicales que apunten a una europeización, primero, y globalización, después, de las conductas del sindicato confederal. Para muestra, este (todavía más) impertinente botón de muestra: la actual representación social en el centro de trabajo, el comité de empresa. Este organismo, definido ex lege, tiene unas atribuciones de claros contenidos autárquicos; pero, la empresa es ya global en este mundo global. ¿Tiene sentido, así las cosas, mantener dicha representación social? Porque si vivimos en la globalización es un contrasentido una morfología organizativa autárquica[9

3.-- Las cosas que estamos relatando tienen otras consideraciones. En paralelo a la globalización estamos asistiendo a una novedad histórica: la pérdida de poderes importantes de los Estados nacionales. El caso europeo es muy significativo: hemos hablado de la euromoneda, y a ello deberíamos añadir que el Banco Central Europeo es el instituto que fija los tipos de interés; o, por poner otro ejemplo, hace tiempo que las políticas industriales y sectoriales de gran calibre se deciden en Bruselas. Es de cajón que todo esto tiene importantes repercusiones, entre otras, en las políticas de welfare. De hecho se trata de asuntos que vinculan a lo que Emilio Gabaglio denomina i lavoratori di oggi, los trabajadores de hoy[10] o (san) Antonio Gramsci, los trabajadores de carne y hueso.

De ninguna de las maneras quiero dar a entender que la acción representativa de los sujetos sociales en los Estados nacionales ha perdido sentido, ni tampoco hay que sacar la conclusión que éstos han perdido sus atribuciones. Nada de eso. Todavía hay mucha tela que cortar al respecto. Me limito a situar una serie de grandes movimientos que ya están, en todo caso, incrustados en nuestro presente cotidiano. Que también se caracteriza porque los Estados nacionales (el caso español es paradigmático) están, mientras transfieren poderes a la Unión, enviando importantísimas competencias hacia las Comunidades autónomas. Esto recuerda los movimientos del corazón: sístole a Europa, diástole hacia las regiones.

4.-- La cuestión mediambiental está en el orden del día. De ninguna de las maneras es una moda sino algo que pone en entredicho toda una serie de comportamientos que hemos conocido hasta ahora.

Segundo

Así las cosas, nos encontramos con una profunda mutación del trabajo asalariado que ha regido durante la mayor parte del siglo XX. La primera consideración es, contradiciendo enérgicamente a Jeremy Rifkin, que no sólo no ha desaparecido el trabajo dependiente (ni sus líneas tendenciales lo apuntan así) sino que se ha ampliado. Otra cosa, bien distinta, es su profundo cambio morfológico. Y esto, que es otro cantar, es un asunto de gran envergadura. De entrada nos encontramos con, grosso modo, el siguiente panorama: deconstrucción de una parte consistente del empleo tradicional y aparición de nuevas actividades y trabajos; la permanencia del trabajo fijo (que se va reduciendo) y la aparición de todo un archipiélago de tipologías que, hablando concisamente, denominaremos precariado[11]. Dos factores explican esta mutación: de un lado, el tránsito acelerado del fordismo hacia otro escenario; de otra parte, las decisiones político-administrativas que se han ido poniendo en marcha, a través de lo que retóricamente se han dado en llamar reformas estructurales, con la mirada puesta en el traslado de los contratos fijos al territorio del precariado. Confundir una cosa con la otra no es buena cosa y está produciendo una visión poco afortunada por parte del sindicalismo confederal. En todo caso, es completamente lógico que, frente a tantas mudanzas de época, el sujeto social se encuentre un tanto perplejo, pues ha sido educado (más bien, autoformado) en las anteriores relaciones industriales y protegido por el iuslaborismo creado por los padres de Weimar y sus inmediatos sucesores. De ahí que, también por ello (estando el Derecho del trabajo en una fase de transición[12) sea atinada la referencia implícita de este encuentro: a trabajos nuevos, sindicatos nuevos. Más adelante se hablará del carácter nuevo que debería presidir al sindicalismo confederal. De momento, nos bastaré con una pincelada: a pesar de las perplejidades (y de los evidentes retrasos), el sindicalismo confederal español ha realizado un cúmulo de conflictos sociales que precisamente indican su malestar por la deconstrucción del trabajo que fomentaron a golpe de lege ferenda los poderes públicos; las diversas huelgas generales españolas tuvieron el marchamo de la repulsa a la desmembración de los mercados de trabajo que promovieron tanto los gobiernos de babor como los de estribor. Donde los sindicatos, ciertamente, no estuvieron demasiado al tanto fue en los cambios que el nuevo paradigma de la flexibilidad iba creando en los mencionados mercados laborales.

¿Qué podría entenderse, estando así las cosas, por sindicatos nuevos? De manera esquemática por:

n la puesta al día de sus prioridades reivindicativas,

n la modernización del ejercicio del conflicto social,

n el nuevo entramado organizativo del sujeto social.

Las prioridades reivindicativas

Derecho a la certidumbre del contrato de trabajo para todas las formas de trabajo (subordinado y parasubordinado) contra las rescisiones unilaterales y no motivadas por una causa justa tras la paulatina desaparición de los vínculos y fidelidades propios del viejo modelo fordista. Hablo de paulatina desaparición de unas relaciones subordinadas que explican (y hasta cierto punto justifican) una serie de comportamientos, negociados o no, entre las partes. Por ejemplo, comoquiera que era difícil la promoción categorial en aquel viejo sistema, se idearon los institutos salariales de los pluses de antigüedad y las pagas extraordinarias (que en nuestro país tuvieron la modalidad del 18 de Julio y la Navidad). Por otra parte, el dador de trabajo supo cooptar en buena medida a los empleados de los segmentos técnicos y administrativos mediante un pacto implícito de fidelidad (de éstos al dador de trabajo) frente a los asalariados de mono azul. Pero, este pacto ya no está de buen ver ya que la masificación de técnicos y administrativos ha acentuado la consciencia asalariada de estas categorías. Se diría que el viejo proletariado se está convirtiendo en una especie de cognotariado (de trabajador del conocimiento)[13].

Derecho a la formación durante todo el periodo de la vida laboral con los mecanismos de financiación adecuados a cargo de las empresas, el Estado y la sociedad. La razón es clara: hemos dicho que la fase de innovación-reestructuración no es un tránsito a la antigua usanza. Más todavía, si el éxito de la empresa se mide por la capacidad de interpretar las demandas del mercado, el derecho a este tipo de formación aparece como condición indispensable para la autorrealización de la persona que trabaja (y que desea tener acceso al empleo), también para la eficiencia de las empresas y para la relación de todo ello con los sistemas públicos de protección social en un contexto de buena marcha de la economía que redistribuye bienes y servicios.

Elaboración de un catálogo de nuevos derechos de ciudadanía social acordes y simétricos con la fase actual de largo recorrido de la innovación-reestructuración. Porque no es posible afrontar los nuevos desafíos mediante mecanismos de protección que, siendo parcialmente adecuados en la época del fordismo industrial, hoy ya son papel mojado.

En mi opinión es necesario conformar lo que podríamos llamar el Estatuto de los Saberes, como elemento central de lo que podríamos llamar el welfare tecnológico: el nuevo compromiso social que debería construir la política, el sindicalismo confederal y las organizaciones empresariales. A tal fin, es de la mayor importancia la puesta en marcha de un Pacto social por la innovación tecnológica con dos pilares esenciales: la negociación colectiva y un renovado iuslaboralismo. A tal fin, propongo la siguiente metáfora: Más saberes para todos. Porque será en el terreno de los saberes y conocimientos donde se están ventilando ya los grandes retos de civilización. O, lo que es lo mismo, el binomio saberes-tecnología es la madre del cordero. Es decir, el saber entendido como factor social y factor productivo será, cada vez más, el motor determinante de la equidad, la cohesión social y el desarrollo: el eje central de una renovada justicia social. O sea, hoy (y, por supuesto, a partir de hoy), el valor de la igualdad no puede deslindarse del acceso al saber. Por lo que presupongo que el banderín y las trompetas modernas deberían decir: enseñanza digital obligatoria.

El derecho al conocimiento del objeto de trabajo, el control de los sistemas de organización del trabajo y de la participación en la participación de los objetivos productivos y organizativos. Es decir, el gran objetivo es: reducir y cambiar las relaciones de subordinación, aumentando los espacios de libertad en los centros de trabajo. De ahí la necesidad del instrumento que vengo propugnando, la codeterminación de las condiciones de trabajo entre la parte social y la dirección de la empresa[14]. Este es un territorio donde se echa de menos la actividad del sindicalismo confederal que, al parecer, sigue escorado hacia el ´pacto callado´ de la época fordista: tú (empresario) decides qué y cómo se produce; nosotros (trabajadores) al renunciar a ese uso, intentaremos corregir el abuso que hagas en todo ello.

Por otro lado la codeterminación es un instrumento que puede gobernar lo que debería ser el sinalagma flexibilidad-seguridad. Entendiendo la flexibilidad, ya se ha indicado más arriba, como cosa que se negocia, mientras que la flexibilización sería el uso unilateral del dador de trabajo.

El welfare state activo, no clientelar, basado en el paradigma tecnológico, con un carácter inclusivo, descentralizado y con sus correspondientes apoyos de la subsidiaridad. De lo que hemos dicho hasta ahora se desprende la necesidad de situar también las nuevas protecciones del Estado de bienestar en el actual paradigma que está substituyendo a uñas de caballo al viejo territorio del fordismo industrial. Y algo más: porque la evidente crisis del welfare nace de las profundas modificaciones que está teniendo el sistema productivo fordista. De manera que la persistencia del mismo modelo de Estado de bienestar, bajo una realidad que ha cambiado profundamente, está comportando efectos desestabilizantes.

Estamos proponiendo un vínculo entre políticas benestaristas (así en la concertación social y los convenios colectivos como en la actividad legeferendaria) y la innovación tecnológica. Y, por otra parte, concebimos dicho welfare como un sistema que ya no se oriente principalmente hacia los resarcimientos sino a las oportunidades de empleo, del acceso a los conocimientos y saberes. Ello no empece que, en efecto, cuando haya que resarcir, se resarce. Me explico: claro que hay que resarcir, por ejemplo, en los casos de siniestralidad laboral. Pero lo fundamental son las políticas de prevención, el control de la organización del trabajo y los horarios en una fábrica tendencialmente humanista, es decir, mucho menos nociva. Lo que, sin duda, es fundamental en toda estrategia de cualquier empresa que se plantee su eficiencia sostenida; también como elementos que palien tanto el conflicto en estado de latencia como el que aflora cuando truena Santa Bárbara bendita.

La modernización del conflicto social

Aquellos tiempos pasados se caracterizaban porque cuando las personas estaban de ´brazos caídos´, las máquinas no funcionaban. La ventolera de las innovaciones se está llevando aquel tipo de conflicto. En la actualidad, se está de brazos caídos y las máquinas siguen a todo meter; los cajeros automáticos substituyen a una buena parte de las actividades de los empleados bancarios que, agazapados en sus viserillas y manguitos, te pagaban en mano; los cámaras de tv3 (en el famoso partido del Barça – Atlético de Madrid, en la venerable etapa de Robson) estaban en huelga, pero la digitalización dejó la huelga de los operadores y comentaristas en un acto simbólico y todo el mundo pudo ver la remontada de nuestros colores… En resumidas cuentas, los viejos timbales ya no retumban como antaño. ¿Está muerto, pues, el ejercicio del conflicto social? De ninguna de las maneras. A lo sumo está interferido por la innovación tecnológica, pero también puede ser potenciado por el aprovechamiento de las innegables y poderosas herramientas de aquella[15.

El nuevo entramado organizativo del sujeto social

Sería bueno que se le echara un vistazo al modelo de representación social en la empresa, tanto el de carácter unitario (los comités) como el estrictamente sindical (la llamada sección sindical de empresa). El historiador dirá que no ha cambiado en absoluto el modelo que está vigente desde los primeros días de la transición; y el sociólogo se preguntará qué tiene que ver esa morfología con la nueva manera del sistema empresa. Francamente, el llamado ´modelo dual´ español (comités y sindicato en la empresa) sigue impertérrito --al igual que don Tancredo—ante los embates de las gigantescas mudanzas de época que estamos viviendo. ¿No ha llegado ya la hora de acompasar los nuevos sistemas de organización del trabajo, las diversidades categoriales del conjunto asalariado en el centro de trabajo --un complejo pluriverso, según la expresión de Norberto Bobbio-- con la más adecuada forma de representar a la comunidad social, esto es, al conjunto de personas que trabajan en la empresa? Porque, de hecho, si se repasa la historia del sindicalismo europeo (no se olvide que fue en Europa donde nació la cosa) las formas organizativas tuvieron un vínculo con la morfología de la empresa. Los cambios, cierto, costaron lo suyo. Que se lo pregunten al maestro Joan Peiró cuando propuso cambiar los sindicatos de oficio por los sindicatos de ramo, por ejemplo. El problema (un tanto misterioso) es saber qué motivo es el que impide que se avance en un proyecto (todo lo gradual que se quiera) en la correspondencia entre nuevas situaciones y la cosa organizada.

[1] Miembro del Consell de Treball, Econòmic i Social de Catalunya. Intervención en el Forum de las Culturas. Barcelona, 1 de julio de 2004


[1 José Luis López Bulla en: Diálogos con Javier Terriente, La factoría; El control de la flexibilidad, en Izquierda y Futuro.

[2 Piénsese en la naturaleza y los efectos de la moneda europea, el euro, por poner un ejemplo tangible.

[3] Nótese que estoy hablando del fordismo industrial y esencialmente referido a Occidente. Ahora bien, también en nuestras latitudes se está consolidando en algunos sectores de servicios (comerciales y de hostelería, principalmente) algunos rasgos, no irrelevantes, del sistema fordista como, por ejemplo, el colosalismo mastodóntico del gran centro de trabajo. Por otra parte es necesaria otra aclaración: la desaparición del sistema fordista no lleva aparejada la extinción del taylorismo. En mi opinión, el maridaje que se dio a lo largo del siglo XX, esto es, el taylo-fordismo, se encuentra ahora en esta situación: el taylorismo ha quedado viudo de su esposa fordista. Quien esté interesado en estas cuestiones tiene abundante literatura para consultar. Entre otras: Bruno Trentin, Il coraggio dell´utopia (Rizzoli) y La città del lavoro (Feltrinelli)

[4] No me estoy refiriendo solamente a la industria, sino a todos los sectores de la actividad económica. O lo que es lo mismo, incluyo en el paradigma de la innovación-reestructuración a los sectores terciarios y financieros, a todo ese universo de la sociedad de la información. De ahí que proponga que el ´agente general´ sea la red.

[5] La llamada ´ley de Gordon Moore¨ es sólo un pálido reflejo de estos zafarranchos.

[6] José Luis López Bulla: Diálogos con Javier Terriente. http://www.lafactoria.web/, núm.

[7] No sólo referido a los idiotismos de oficio sino a algo más profundo: algo que desborda el campo de la economía y de las relaciones económicas.

[8] José Luis López Bulla, La reforma de la empresa, http://www.la/ factoríaweb, núm. 8.

[9 José Luis López Bulla y Antonio Baylos: La actual representación social, Revista de Derecho Social.

[10] Emilio Gabaglio: Encuentro con la ACLI, web

[11] Que no se deberá de confundir con el trabajo eventual.

[12] Umberto Romagnoli acostumbra a decir que el Derecho laboral está en el congelador. Este autor tiene una abundante literatura jurídico-política que el lector castellano puede encontrar en CES. Rodolfo Benito. Y el más curioso puede consultar en las páginas digitales de Eguaglianza & Libertà.

Más explícito es Miquel Angel Falguera i Baró en “Derecho a la intimidad y nuevas tecnologías”. Consejo General del Poder Judicial. Conferencia, 3 de mayo de 2004: “Las nuevas tecnologías están trastocando el sistema de relaciones laborales y, por tanto, el propio Derecho del Trabajo”.

[13] De hecho la expresión ´proletariado´ tiene un origen un tanto curioso: los trabajadores tenían mucha prole. De ahí viene la palabreja. Así pues, lo esencial ahora (además de la caída de la natalidad, también en esos sectores) es que el trabajador está tendiendo aceleradamente a ser una persona que dispone de conocimientos (de más conocimientos) para el ejercicio de sus actividades, tareas y trabajos. Cognotariado puede ser un tanto chocante, pero no menos que proletariado.

[14 Amable lector, por lo que más quieras, no confundas la codeterminación con la cogestión.

[15] En relación al conflicto social en los servicios públicos, véase José Luis López Bulla en El País-Catalunya, 22 de enero de 2004, huelga tecnológica. Y para más información sobre lo que se trata, véase el número … (monográfico) Cuadernos Ceres El conflicto social en el hecho tecnológico.

domingo, marzo 06, 2005

CUARENTA ANIVERSARIO DEL SINDICATO

CUARENTA ANIVERSARIO DE LA CONC…

(Intervención en el acto del día 5 de marzo de 2005)

Compañeras y compañeros:

Estamos mejor que hace cuarenta años. Sin duda alguna: estamos mucho mejor que hace cuarenta años. De ahí que pueda sacar una primera conclusión: tal vez, ese sea el primer éxito de la generación fundadora del sindicato, de su lúcida visión de poner en marcha un nuevo movimiento de trabajadores; y de su desparpajo a la hora de vincular la defensa de las condiciones concretas del conjunto asalariado con la firme exigencia de la libertad. Se me dirá, con razón, que todavía existen muchos problemas. Mi respuesta es clara: antes teníamos, ¿dónde va a parar?, muchísimos más. Repito: ahora estamos mucho mejor, porque (entre otras cosas no irrelevantes) lo que antaño eran intuiciones, hogaño son conocimientos. Y entre intuiciones, por lúcidas que sean, y conocimientos (por pocos que se tengan, aunque éste no es el caso), siempre hay y habrá una substancial diferencia.

Otro éxito de la generación fundadora fue poner las bases para que las intuiciones se convirtieran en conocimientos. En resumidas cuentas, también por más motivos de los que he dicho, estamos de mucha enhorabuena. Y sólo a partir de esa consideración (“estamos mejor que antes”), podremos observar adecuadamente las actuales patologías, que no son pocas.

Me permito usar el tiempo que tengo para reflexionar, sólo de pasada, sobre algunos asuntos serios, tal como los piensa uno que está ahora viendo los toros desde la barrera. Soy de la opinión que sólo el sindicalismo (y, en la importante parte que le corresponde, Comisiones) es el único sujeto que propone la valorización social del trabajo. Es decir, como fuente de ciudadanía y como hipótesis de autorrealización. Cierto, el trabajo en constantes cambios y transformaciones. La política --ya sean amigos, conocidos o saludados-- está muy descuidada con relación al trabajo y a su valoración social. Tal vez porque la política da la impresión de seguir la senda de algunos profetas que anunciaron el fin del trabajo asalariado y la muerte del conflicto social, confundiendo la crisis de las expresiones viejas del trabajo, no cayendo en la cuenta de cómo iban emergiendo los nuevos trabajos. Y, de ahí, que cada dos por tres se proclame que el conflicto social ha muerto. Permitidme una referencia histórica: una persona tan sensata como Rovira y Virgili (un prócer ilustre del nacionalismo catalán) anunció a principios del siglo XX que el conflicto social había muerto y que lo importante era Catalunya. El Presidente del Fomento (los empresarios) le espetó con una lucidez llena de imperdonable grosería: “¿Serás mentecato? El conflicto social no ha muerto, porque entonces ¿qué sería de las acciones en la Bolsa?”, un hombre tosco, aunque lúcido. No se sabe si hubo, tras aquella refriega, un determinado soufflé. Pero seguro que duró poco. De todas formas, hay muertos que gozan de buena salud.

Esta desconsideración en torno al trabajo y su valoración social lleva, incluso a las izquierdas ilustradas, a archivar la idea de progreso que es sustituida por la equívoca palabra del cambio. En fin, esperemos que se trate de un archivo provisional.

Algunos, ahora, tampoco escarmientan y se contagian de las voces agoreras, tal vez porque la clase obrera ya no va, afortunadamente, al paraíso. Y hubo quien desfiló hacia otros horizontes, necesarios, aunque no suficientes; necesarios, pero no a costa de ponerle alcanfor al valor social del trabajo. O, posiblemente, unos y otros están estupefactos ante las grandes transformaciones de época que están a todo meter. Y, perplejas ante tanto cambio, ofrecen indirectamente estas salidas: o la integración del movimiento de los trabajadores o el extremismo o sencillamente irse de excursión hacia otros derroteros. De ahí que el sindicalismo confederal sea (casi) el único que sabe valorar, que quiere valorar el trabajo; el casi se completa con su famosa pareja de hecho, el Derecho laboral.

Vivimos tiempos, he dicho, de formidables transformaciones. A ellos os estáis enfrentando con nuevos saberes y conocimientos: ahí está, ahí está no sólo la Puerta de Alcalá sino, por ejemplo, el pacto de Seat del verano pasado para demostrarlo: un auténtico buque-insignia para la renovación cultural de la práctica del sindicalismo confederal. Por cierto, existe una legión de distraídos que, cada dos por tres, reclaman reformas estructurales y desconocen la gran reforma estructural que supone el acuerdo de Seat. Que, además, viene a demostrar lo que ya sospechábamos: las grandes reformas vienen de abajo, y no pocas cosas de arriba son pura filfa, farfolla. No todas, claro, pero sí más de las convenientes.

Comoquiera que estamos inmunes a las blasfemias aparentes, diré que estos cambios no son un complot del capitalismo para hacerle la puñeta al movimiento de los trabajadores: son la expresión actual del “gigantesco revolucionar de las fuerzas productivas”, aunque tenga que apoyarme en el barbudo de Tréveris, en Carlos Marx, para que lo dicho no suene excesivamente escandaloso. Ello no quita que los capitalistas se aprovechen de ello e intenten meternos el dedo en el ojo. Pero ahí está, ahí está el movimiento organizado de los trabajadores y el sindicalismo confederal. Es cierto, con sus limitaciones. Pero que está tendencialmente en el paradigma correcto: se pueden tener limitaciones, pero lo más importante es situarse en el eje de coordenadas que conviene a todas las categorías del mundo del trabajo. Eso es más importante que acertar de higos a brevas en un terreno que se refiere a otros tiempos, no menos nobles que los actuales, pero eran otros tiempos.

No estáis de excursión hacia otros derroteros, ni os habéis distraído acerca de en qué planeta estamos; tampoco os habéis equivocado de Continente. Y hasta donde yo me sé, no os veo como neoliberales a la hora de tomar decisiones de gran importancia, ni partidarios de que se recorten los derechos sociales. Perdón, digo estas cosas porque, a mis años, es un deber seguir ejerciendo la malafollá granaína. Y sigo: hicisteis la mar de bien en vuestra reciente decisión sobre el Tratado de Europa, porque uno de los defectos de algunos --a un servidor le pasó algunas veces-- es llegar tarde a los grandes desafíos: una tozudez rayana en tres cuartos de kilo de estupidez. Pero, entre otros motivos de orgullo ante vuestra reciente decisión sobre Europa, es que se ha tomado plenamente en el ejercicio de la plena independencia sindical.

Y es que ese ejercicio siempre se mira con el rabillo del ojo desde algunos sujetos que están fuera del sindicato. Un rabillo del ojo que ya no es exactamente la vieja correa de transmisión sino algo ciertamente chocante, aunque esconde una sonada impotencia cultural: si no coincides con lo que yo afirmo, te diré cuatro cosas para que escarmientes. No sé por qué me viene a la memoria una de las frases más estridentes que pronunciara el padre del taylorismo: “Los trabajadores no están para pensar; eso es cosa nuestra, de los capitanes de industria”. Que encierra el concepto más representativamente autoritario del sistema de organización del trabajo que hemos conocido en el siglo XX. Y que, sin duda, ha contagiado a tirios y troyanos. También a los mánagers de la política de una parte de la izquierda ilustrada.

Habéis hecho bien; como dijo el florentino más grande que ha existido hasta la presente: sigue tu camino y deja que la gente hable. Y es que Dante era así de quisquilloso. En resumidas cuentas, vosotros no sois el sindicato de la izquierda; vosotros estáis en la izquierda. En una izquierda social que se mide ante los retos actuales y verifica lo que propone. Que abre su capacidad de representación a los trabajadores autónomos dependientes. Que plantea alternativas para la modernización de Catalunya: el reciente pacto estratégico es una buena prueba de ello. Que consigue más afiliados, cada vez más representativos de la composición social del trabajo asalariado en sus diversidades de género y juventud, sean nacidos aquí o venidos de otras tierras del planeta.

Así pues, seguid ese camino. Seguid pensando con vuestras cabezas porque --desde fuera, hoy por hoy-- todavía no veo suficientes señales de que os puedan acompañar, como requieren estos nuevos tiempos. No hay otra vía que (lo repito con énfasis) la cultura, es un ejemplo entre otros, de nuestra gente en Seat. Lástima que nuestras contrapartes parece que siguen siendo unos hojalateros, con perdón de este noble gremio. No me felicito de la poquedad de proyecto que tienen nuestras contrapartes, porque eso no nos ayuda; también porque desvirtúa la naturaleza de cómo debería expresarse el conflicto social en las actuales circunstancias. Pero, eso es lo que hay…

En resumidas cuentas, una noble historia como la nuestra tiene su continuidad en las nuevas generaciones de sindicalistas que podrán hablar de nuevos avances, por ejemplo, cuando se cumpla el medio siglo. Una noble historia, he dicho. Con personas de tanto fuste como lo fueron Cipriano García y la Pura de Hospitalet, Josep Cervera y Paco Puerto. Y de su hilo conductor como lo es Angel Rozas que sigue ejerciendo su magisterio, y que está hecho todo un pimpollo. Y comoquiera que la defensa de los intereses de los trabajadores está a cargo de la pareja de hecho (sindicato y derecho laboral), no menos nobles lo fueron gentes como Solé Barberà, Luis Salvadores y Albert Fina, y no cito a nadie más porque o están vivos y coleando o tienen puñetas en la bocamanga.

Me permito una última consideración: posiblemente estemos en puertas de un nuevo Estatut d’Autonomia. Buena cosa. El problema es si contemplará o no una seria valoración social del trabajo y todas las consecuencias que ello comporta o se orienta a un comistrajo identitario; el problema es si será útil para los más o un placebo para que los menos suplanten las esperanzas de las gentes por los aromas de las montañas sagradas y la sangre carolingia químicamente pura. Atención, porque se han levantado algunas expectativas y conviene no distraerse demasiado. Y no conviene alejarse demasiado de la realidad. Fijaros que cosas pasan: ahí fuera hace un frío que pela con unos temporales de nieve un tanto insólitos; en cambio en la Torre del Homenaje de la política, la caldera está al rojo vivo. Algo más que asimetrías…

Bien, tal como sucede en las fiestas familiares (y ésta lo es aproximadamente), sólo me resta desearnos un feliz y orgulloso aniversario. Lo diré sobriamente: creo que nos lo merecemos.

Gracias.

Barcelona, 5 de Marzo de 2005