domingo, marzo 06, 2005

CUARENTA ANIVERSARIO DEL SINDICATO

CUARENTA ANIVERSARIO DE LA CONC…

(Intervención en el acto del día 5 de marzo de 2005)

Compañeras y compañeros:

Estamos mejor que hace cuarenta años. Sin duda alguna: estamos mucho mejor que hace cuarenta años. De ahí que pueda sacar una primera conclusión: tal vez, ese sea el primer éxito de la generación fundadora del sindicato, de su lúcida visión de poner en marcha un nuevo movimiento de trabajadores; y de su desparpajo a la hora de vincular la defensa de las condiciones concretas del conjunto asalariado con la firme exigencia de la libertad. Se me dirá, con razón, que todavía existen muchos problemas. Mi respuesta es clara: antes teníamos, ¿dónde va a parar?, muchísimos más. Repito: ahora estamos mucho mejor, porque (entre otras cosas no irrelevantes) lo que antaño eran intuiciones, hogaño son conocimientos. Y entre intuiciones, por lúcidas que sean, y conocimientos (por pocos que se tengan, aunque éste no es el caso), siempre hay y habrá una substancial diferencia.

Otro éxito de la generación fundadora fue poner las bases para que las intuiciones se convirtieran en conocimientos. En resumidas cuentas, también por más motivos de los que he dicho, estamos de mucha enhorabuena. Y sólo a partir de esa consideración (“estamos mejor que antes”), podremos observar adecuadamente las actuales patologías, que no son pocas.

Me permito usar el tiempo que tengo para reflexionar, sólo de pasada, sobre algunos asuntos serios, tal como los piensa uno que está ahora viendo los toros desde la barrera. Soy de la opinión que sólo el sindicalismo (y, en la importante parte que le corresponde, Comisiones) es el único sujeto que propone la valorización social del trabajo. Es decir, como fuente de ciudadanía y como hipótesis de autorrealización. Cierto, el trabajo en constantes cambios y transformaciones. La política --ya sean amigos, conocidos o saludados-- está muy descuidada con relación al trabajo y a su valoración social. Tal vez porque la política da la impresión de seguir la senda de algunos profetas que anunciaron el fin del trabajo asalariado y la muerte del conflicto social, confundiendo la crisis de las expresiones viejas del trabajo, no cayendo en la cuenta de cómo iban emergiendo los nuevos trabajos. Y, de ahí, que cada dos por tres se proclame que el conflicto social ha muerto. Permitidme una referencia histórica: una persona tan sensata como Rovira y Virgili (un prócer ilustre del nacionalismo catalán) anunció a principios del siglo XX que el conflicto social había muerto y que lo importante era Catalunya. El Presidente del Fomento (los empresarios) le espetó con una lucidez llena de imperdonable grosería: “¿Serás mentecato? El conflicto social no ha muerto, porque entonces ¿qué sería de las acciones en la Bolsa?”, un hombre tosco, aunque lúcido. No se sabe si hubo, tras aquella refriega, un determinado soufflé. Pero seguro que duró poco. De todas formas, hay muertos que gozan de buena salud.

Esta desconsideración en torno al trabajo y su valoración social lleva, incluso a las izquierdas ilustradas, a archivar la idea de progreso que es sustituida por la equívoca palabra del cambio. En fin, esperemos que se trate de un archivo provisional.

Algunos, ahora, tampoco escarmientan y se contagian de las voces agoreras, tal vez porque la clase obrera ya no va, afortunadamente, al paraíso. Y hubo quien desfiló hacia otros horizontes, necesarios, aunque no suficientes; necesarios, pero no a costa de ponerle alcanfor al valor social del trabajo. O, posiblemente, unos y otros están estupefactos ante las grandes transformaciones de época que están a todo meter. Y, perplejas ante tanto cambio, ofrecen indirectamente estas salidas: o la integración del movimiento de los trabajadores o el extremismo o sencillamente irse de excursión hacia otros derroteros. De ahí que el sindicalismo confederal sea (casi) el único que sabe valorar, que quiere valorar el trabajo; el casi se completa con su famosa pareja de hecho, el Derecho laboral.

Vivimos tiempos, he dicho, de formidables transformaciones. A ellos os estáis enfrentando con nuevos saberes y conocimientos: ahí está, ahí está no sólo la Puerta de Alcalá sino, por ejemplo, el pacto de Seat del verano pasado para demostrarlo: un auténtico buque-insignia para la renovación cultural de la práctica del sindicalismo confederal. Por cierto, existe una legión de distraídos que, cada dos por tres, reclaman reformas estructurales y desconocen la gran reforma estructural que supone el acuerdo de Seat. Que, además, viene a demostrar lo que ya sospechábamos: las grandes reformas vienen de abajo, y no pocas cosas de arriba son pura filfa, farfolla. No todas, claro, pero sí más de las convenientes.

Comoquiera que estamos inmunes a las blasfemias aparentes, diré que estos cambios no son un complot del capitalismo para hacerle la puñeta al movimiento de los trabajadores: son la expresión actual del “gigantesco revolucionar de las fuerzas productivas”, aunque tenga que apoyarme en el barbudo de Tréveris, en Carlos Marx, para que lo dicho no suene excesivamente escandaloso. Ello no quita que los capitalistas se aprovechen de ello e intenten meternos el dedo en el ojo. Pero ahí está, ahí está el movimiento organizado de los trabajadores y el sindicalismo confederal. Es cierto, con sus limitaciones. Pero que está tendencialmente en el paradigma correcto: se pueden tener limitaciones, pero lo más importante es situarse en el eje de coordenadas que conviene a todas las categorías del mundo del trabajo. Eso es más importante que acertar de higos a brevas en un terreno que se refiere a otros tiempos, no menos nobles que los actuales, pero eran otros tiempos.

No estáis de excursión hacia otros derroteros, ni os habéis distraído acerca de en qué planeta estamos; tampoco os habéis equivocado de Continente. Y hasta donde yo me sé, no os veo como neoliberales a la hora de tomar decisiones de gran importancia, ni partidarios de que se recorten los derechos sociales. Perdón, digo estas cosas porque, a mis años, es un deber seguir ejerciendo la malafollá granaína. Y sigo: hicisteis la mar de bien en vuestra reciente decisión sobre el Tratado de Europa, porque uno de los defectos de algunos --a un servidor le pasó algunas veces-- es llegar tarde a los grandes desafíos: una tozudez rayana en tres cuartos de kilo de estupidez. Pero, entre otros motivos de orgullo ante vuestra reciente decisión sobre Europa, es que se ha tomado plenamente en el ejercicio de la plena independencia sindical.

Y es que ese ejercicio siempre se mira con el rabillo del ojo desde algunos sujetos que están fuera del sindicato. Un rabillo del ojo que ya no es exactamente la vieja correa de transmisión sino algo ciertamente chocante, aunque esconde una sonada impotencia cultural: si no coincides con lo que yo afirmo, te diré cuatro cosas para que escarmientes. No sé por qué me viene a la memoria una de las frases más estridentes que pronunciara el padre del taylorismo: “Los trabajadores no están para pensar; eso es cosa nuestra, de los capitanes de industria”. Que encierra el concepto más representativamente autoritario del sistema de organización del trabajo que hemos conocido en el siglo XX. Y que, sin duda, ha contagiado a tirios y troyanos. También a los mánagers de la política de una parte de la izquierda ilustrada.

Habéis hecho bien; como dijo el florentino más grande que ha existido hasta la presente: sigue tu camino y deja que la gente hable. Y es que Dante era así de quisquilloso. En resumidas cuentas, vosotros no sois el sindicato de la izquierda; vosotros estáis en la izquierda. En una izquierda social que se mide ante los retos actuales y verifica lo que propone. Que abre su capacidad de representación a los trabajadores autónomos dependientes. Que plantea alternativas para la modernización de Catalunya: el reciente pacto estratégico es una buena prueba de ello. Que consigue más afiliados, cada vez más representativos de la composición social del trabajo asalariado en sus diversidades de género y juventud, sean nacidos aquí o venidos de otras tierras del planeta.

Así pues, seguid ese camino. Seguid pensando con vuestras cabezas porque --desde fuera, hoy por hoy-- todavía no veo suficientes señales de que os puedan acompañar, como requieren estos nuevos tiempos. No hay otra vía que (lo repito con énfasis) la cultura, es un ejemplo entre otros, de nuestra gente en Seat. Lástima que nuestras contrapartes parece que siguen siendo unos hojalateros, con perdón de este noble gremio. No me felicito de la poquedad de proyecto que tienen nuestras contrapartes, porque eso no nos ayuda; también porque desvirtúa la naturaleza de cómo debería expresarse el conflicto social en las actuales circunstancias. Pero, eso es lo que hay…

En resumidas cuentas, una noble historia como la nuestra tiene su continuidad en las nuevas generaciones de sindicalistas que podrán hablar de nuevos avances, por ejemplo, cuando se cumpla el medio siglo. Una noble historia, he dicho. Con personas de tanto fuste como lo fueron Cipriano García y la Pura de Hospitalet, Josep Cervera y Paco Puerto. Y de su hilo conductor como lo es Angel Rozas que sigue ejerciendo su magisterio, y que está hecho todo un pimpollo. Y comoquiera que la defensa de los intereses de los trabajadores está a cargo de la pareja de hecho (sindicato y derecho laboral), no menos nobles lo fueron gentes como Solé Barberà, Luis Salvadores y Albert Fina, y no cito a nadie más porque o están vivos y coleando o tienen puñetas en la bocamanga.

Me permito una última consideración: posiblemente estemos en puertas de un nuevo Estatut d’Autonomia. Buena cosa. El problema es si contemplará o no una seria valoración social del trabajo y todas las consecuencias que ello comporta o se orienta a un comistrajo identitario; el problema es si será útil para los más o un placebo para que los menos suplanten las esperanzas de las gentes por los aromas de las montañas sagradas y la sangre carolingia químicamente pura. Atención, porque se han levantado algunas expectativas y conviene no distraerse demasiado. Y no conviene alejarse demasiado de la realidad. Fijaros que cosas pasan: ahí fuera hace un frío que pela con unos temporales de nieve un tanto insólitos; en cambio en la Torre del Homenaje de la política, la caldera está al rojo vivo. Algo más que asimetrías…

Bien, tal como sucede en las fiestas familiares (y ésta lo es aproximadamente), sólo me resta desearnos un feliz y orgulloso aniversario. Lo diré sobriamente: creo que nos lo merecemos.

Gracias.

Barcelona, 5 de Marzo de 2005

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