viernes, mayo 16, 2003

EL SINDICALISMO DE CLASE Y NACIONAL CATALAN

Facultad de Derecho de la Universidad de Castilla-La Mancha

José Luis López Bulla[1]

Lo primero es lo primero: agradezco al doctor Baylos la deferencia que ha tenido al pensar que un servidor podía ser de cierta utilidad en estas conversaciones de Ciudad Real y el convidarme a este encuentro. Lo uno y lo otro son, sin duda, la consecuencia de su carácter amable que le lleva a exagerar mis conocimientos. De hecho hace ya años que estoy retirado de las lides sindicales y no estoy muy seguro de encontrarme en forma.

Tal como está anunciado intentaré desarrollar un tema tan espinoso como lo es éste: el sindicalismo en las nacionalidades históricas, cosa que haré a la luz de mis propias experiencias y de las reflexiones que me han provocado a lo largo de cerca de cuarenta años. Lógicamente aprovecharé la ocasión para hacer algunas reflexiones sobre los asuntos de ahora y, de paso, evitaría que mis palabras se quedaran en mera arqueología sindical. Ahora bien, comoquiera que estamos en Ciudad Real, no dejaré pasar la ocasión de recordar que la gran matriz de donde viene nuestra praxis (el sindicalismo de clase y nacional catalán) es de un hijo de estas tierras, Cipriano García Sánchez, verdadero constructor del sindicalismo catalán y patricio de la muy relevante personalidad de CC.OO. de Cataluña. Para mayor información diré que Cipriano fue también diputado por Barcelona en las dos primeras legislaturas españolas y posteriormente en el Parlament de Catalunya. Murió de una manera absurda, empeñándose en poner una pancarta electoral y cayéndose de la escalera.

La generación fundadora de CC.OO. de Catalunya (cuyo nombre oficial era Comissió Obrera Nacional de Catalunya, en adelante CONC) coincidió plenamente con sus buenas amistades del resto de España en lo siguiente: necesitábamos un movimiento sociopolítico de trabajadores, abierto, unitario, no clandestino y que fuera capaz de utilizar los márgenes que posibilitaba la ley y los mecanismos de los sindicatos verticales. Y eso fue lo que pusimos en marcha. Pero simultáneamente añadimos algo inédito en la historia del sindicalismo europeo: asumimos plenamente los derechos democrático-nacionales de una nación sin Estado. Hasta aquellos momentos fundadores quienes hegemonizaban la “cuestión nacional” eran los importantes sectores de la mediana burguesía y la mesocracia catalanas. De hecho nosotros no teníamos referente europeo alguno y tampoco no nos ayudaba en nada las experiencias anteriores de los viejos dirigentes anarcosindicalistas de la legendaria CNT de Seguí, Peiró y Pestaña. Pero de algún sitio teníamos que mamar las primeras fuentes: el viejo Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) nos sirvió de alma mater, entre otras cosas porque muy mayoritariamente aquella generación fundadora era psuquera. Desde luego, Cipriano fue, de largo, el dirigente obrero más prestigioso, y como he dicho suyas fueron las orientaciones más brillantes en torno a la relación “cuestión nacional” y movimiento de los trabajadores.

En apretada síntesis, ¿qué queríamos? 1) vincular al movimiento obrero, de características protosindicales, con las libertades nacionales del pueblo de Cataluña, configurando una cadena inescindible entre derechos sociales, libertades políticas convencionales y derechos nacionales; 2) lo que nos permitiría, además, forjar una amplio tejido de relaciones y alianzas con la mayoría de la sociedad. Nuestras fueron las convocatorias en aquellos 11 de Setiembre clandestinos y, ¡cosas de la vida!, si alguien repasa los archivos policiales encontrará la lista de los detenidos, mayoritariamente. en apellidos tan poco catalanes como García, Rozas, Chicharro, Hernández y todos los ez habidos y por haber. Por pura curiosidad (y con cierta maldad por mi parte) diré que una parte de la política catalana actual, especialmente de la izquierda mayoritaria, nos acusaba de estar al servicio de la burguesía catalana, desde posiciones guevaristas, trostkistas y demás islas adyacentes en versión barcelonesa. No habían aprendido nada de las lecciones de la antigua Rosa de fuego. Todos aquellos han adquirido ahora un cierto barniz neoliberal o una suave y ligera patina progresista.

Mirando las cosas con los ojos de hoy, debo añadir que la organización de aquella nueva cultura sindical no nos costó gran trabajo. Y, también con la experiencia vivida, añadiré que una parte considerable del prestigio, de ayer y hoy, de la CONC es fruto de aquella ortopraxis: en pocas ocasiones la historiografía ha tenido tantas coincidencias como en eso[i]. Desde luego, aquel movimiento protosindical no habría tenido tanta capacidad de representación si no hubiera puesto en su máxima preferencia la mejora de las condiciones de trabajo y vida del conjunto asalariado: las cosas como son. Pero, ya que hablamos de la cuestión nacional y el movimiento de los trabajadores, conviene añadir que fuimos consecuentes al formar parte destacada de la constitución del principal organismo opositor al franquismo de aquellas tierras, a saber, l’Assemblea de Catalunya. Y en todas sus movilizaciones estuvimos. No tengo tiempo de hacer un elenco de luchas unitarias, baste decir que no se concebía la Assemblea de Catalunya sin la participación, especialmente en los órganos superiores, de la CONC. Digo esto porque otra de las enseñanzas del maestro Cipriano era no entrometerse y dar mucho carrete a los jóvenes, que éramos nosotros. Cipri tenía plena consciencia de que lo importante era la trascendencia de la cadena generacional en los grupos dirigentes. En según qué sitios de fuera de Cataluña eso no está de moda, aunque no sabemos si Jordi Pujol cuando deje el cargo hará la puñeta a quien le suceda en su coalición.

Los primeros momentos en libertad

Tras las primeras elecciones nos dispusimos lógicamente a enhebrar una práctica complementaria. Se trataba de crear gradualmente un Marco autonómico de relaciones laborales. Nuestra idea del marco autonómico de relaciones laborales podía esquematizarse de este modo: el conjunto de prácticas contractuales, los institutos jurídicos, el ejercicio del conflicto y la personalidad de los sujetos que intervienen en las diversas esferas económicas y sociales. No me importa decir que nosotros, catalanes, conseguimos un buen instrumental; ni quiero dejar de decir que todo ello tuvo su influencia en las organizaciones territoriales españolas, que siempre miraron estas experiencias con no poco fastidio. Siempre he pensado que la diferencia de la representación de CC.OO. de Catalunya y las vascas y gallegas se debe a que nosotros asumimos plenamente el hecho nacional y estos siempre lo miraron con no poca retranca; cuando quisieron llegar, era ya demasiado tarde. Quede claro: nosotros no teníamos en la cabeza, ni llevamos a la práctica ninguna cuestión autárquica o nacionalista. Ni éramos nacionalistas ni teníamos intención alguna de serlo. Entendíamos que el marco autonómico debía ser una cartografía extrovertida, solidaria. Por ejemplo, nunca tuvimos renuencia a formar parte de los convenios españoles ni de otra política contractual similar.

En un primer momento conseguimos tres grandes cosas: a) la inscripción de la CONC en el registro de asociaciones sindicales, con no poco disgusto de algunos dirigentes confederales y una parte del éxito de nuestra cabezonería fue la importante baza de Marcelino Camacho a nuestro favor[ii]; b) la declaración del 11 de Setiembre, la Diada, como festivo; c) un acuerdo con el empresariado catalán, planteando la amnistía laboral. No fue poca cosa. Y poco a poco (en cosa de un par de años) a propuesta nuestra la Generalitat tarradelliana creó el Consell de Treball, un organismo a caballo entre el Consejo económico y social y de fomento de la negociación; la creación de este instituto fue una propuesta de CC.OO. que nosotros negociamos directamente con el señor Josep Tarradellas ya presidente de la Generalitat.

Vistos estos logros nos propusimos, apoyados por la mayoría de las fuerzas parlamentarias, un camino de conseguir el mayor volumen de transferencias en materias sociolaborales y del conjunto de las tutelas del Estado de bienestar que eran objeto de traspaso. Una aclaración: nunca fuimos partidarios de la transferencia de la Seguridad Social ni, por supuesto, de la ruptura de su “caja única”. Nuestros disgustos nos costaron con algunos grupos nacionalistas minoritarios.

Debo decir que todo aquello nos fue relativamente fácil. Por dos razones esenciales: a) todavía era mayoritario el viejo modelo industrial, eso que denominamos el fordismo, y b) el mundo no tenía ni por un asomo el actual grado de globalización. Sin embargo, una cosa (nos parece ahora) se puede decir: nuestra práctica sindical de los primeros años ya en libertad no supo ver las grandes transformaciones que ya estaban en marcha. Lo que comportaba, ya entonces, una clara afasia entre políticas contractuales y los cambios tecnológicos y de organización del trabajo que se estaban operando[iii]. Una distracción que, además, afectó a la izquierda política de aquella época, y todavía no se ha curado de tan importantes olvidos.

Con un cierto orgullo personal me interesa decir que uno de los logros más apreciables de aquel marco catalán de relaciones laborales fue el acuerdo marco que el sindicalismo catalán firmó, de un lado, con la patronal, y, de otra parte, con la Generalitat, ya con Jordi Pujol como presidente. Los contenidos fueron grosso modo: política de vivienda social, formación profesional, seguridad en el centro de trabajo, la renta mínima de inserción[iv] una parcial reforma de la estructura de la negociación colectiva y otros elementos. Sin duda, la estrella de aquellas negociaciones fue el Tribunal Laboral de Catalunya como elemento solutorio de autocomposición del conflicto social que, de manera rápida, fue felizmente imitado por el resto de las Comunidades autónomas[v]. En resumidas cuentas, la confederalidad de la CONC fue adquiriendo (aunque parcialmente) una personalidad de sujeto contractual.

En todo caso, es importante señalar que la praxis de la CONC impidió ayer y hoy la existencia de un sindicato nacionalista, a pesar de los millones de duros que algunos han puesto encima de la mesa para llevarlo a cabo[vi]. Me importa repetir que esta no fue la tónica de nuestros compañeros vascos ni gallegos, y así les fue.

Finalmente a la CONC le cabe un cierto honor poco conocido. En buena medida no pocos de los elementos de regionalismo sindical de la CGIL tienen su origen en las experiencias catalanas. Nuestras relaciones, primero con los piamonteses y después con los lombardos, influyeron en importantes dirigentes de la primera central sindical italiana: a mediados de los ochenta, Pino Cova y Riccardo Terzi empezaron a situar esta problemática en el interior de un sindicato que nunca había mirado en torno a estas cuestiones. Una situación que se consolidará posteriormente con dos secretarios de tanta transcendencia como Bruno Trentin y Sergio Cofferati[vii]. También las Trade Unions de Escocia, que tienen un estatuto autónomo, empezaron a pensar en estos asuntos.

Así pues, no se puede decir que perdimos el tiempo construyendo aquel sujeto social de clase y nacional que son Comisiones Obreras de Catalunya. Es para estar orgulloso. Ahora bien, la mirada retrospectiva nos habla de no pocas indefiniciones y gangas en el proyecto que pusimos en marcha. En este sentido, creo que los dirigentes sindicales de mi generación adolecimos, en España, de una extrema dificultad: no vimos que empezaba ya a iniciarse la fase de transición del fordismo hacia otro lugar, que el viejo modelo industrial iniciaba su declive, que se ponían en marcha potentes reestructuraciones de los aparatos productivos, que el puesto de trabajo cambiaba a todo meter. Lo que tuvo sus lógicas repercusiones en unos procesos contractuales (los convenios y los acuerdos-marco) que ya no respondían plenamente a las gigantescas mutaciones que se iban operando. Sin duda aquellas limitaciones nuestras han marcado profundamente los avatares del sindicalismo confederal español y han dejado una (mala) herencia a los que nos siguieron. O sea, una parte no irrelevante de las dificultades actuales del sindicalismo es la resultante de nuestra gestión. Lo he dicho tantas veces que ya ni me sonrojo, aunque ciertamente sé positivamente que esto no es compartido por mis cofrades de aquellas calendas. Lo que dejo apuntado para que otros me tiren de las orejas o se decidan a hablar sin tapujos y deconstruyan una parte fundamental de nuestra particular historia como responsables de un (a pesar y por encima de todo) serio movimiento organizado de trabajadores.

Algo más que un inciso sobre cosas actuales

Me gusta seguir reclamando la misma atención que hasta ahora, porque apuntaré los rasgos más llamativos de algunas preocupaciones que pueden venirnos en los últimos meses. Es sabido que, tras las próximas elecciones autonómicas catalanas, volverá a ponerse encima del tapete la reforma del Estatuto de Autonomía. De hecho todas las fuerzas políticas dicen tener ya un texto concreto. No hay que ser muy lince para intuir que, a continuación, el resto de las comunidades tenderá a hacer lo mismo, porque nadie querrá ser menos. De manera que estamos en puertas de un espectacular (y posiblemente necesario) zafarrancho.

¿Dónde quiero ir a parar? Primero, a la cuestión de las tutelas de los trabajadores; segundo, al Derecho laboral. Así pues, ¡oído cocina! Sugiero, inicialmente, tres escenarios por separado y, posteriormente, un encuentro transversal que ya explicaré. Con el siguiente objetivo: ¿qué hacer para que el Derecho laboral tenga un conjunto de tutelas y protecciones universales para el mundo del trabajo en España? ¿de qué manera se establece a) un elenco “para todos”, b) qué corresponde a materias compartidas, c) qué es función exclusiva de las Comunidades autónomas, y d) de qué manera articular la subsidiariedad? Esta reflexión y su correspondiente proyecto son algo (además de extrema importancia) muy urgente. Los tres escenarios que propongo son: 1) de profesionales iuslaboralistas, 2) de sindicalistas, 3) de dirigentes políticos de la izquierda. Primero, cada cual con los suyos para darle el mayor rigor profesional, y después un encuentro general para articular orgánicamente las cosas. Una observación: quien diga que no hay que alarmarse porque para reformar lo que sea hay que cambiar la Constitución dirá algo importante, pero no definitivo.

Por otra parte, esto me lleva a una reflexión que sólo dejo apuntada. No me parece que al sindicalismo y al universo de los trabajadores le convenga demasiado la formulación maragalliana de federalismo asimétrico. Más bien soy de la opinión de la necesidad de un federalismo solidario y cooperante. Y más vale que el sindicalismo confederal empiece a darle vueltas a la cabeza porque, en caso contrario, se corre el peligro de llegar tarde a este debate (me refiero al planteamiento de Pasqual Maragall); un debate que puede estar más cargado de pasiones que de serenidad, y depende cómo se enhebre puede concretarse en planteamientos jacobinos o desagregadores, también en la familia sindical viii].

En definitiva, de lo que se trata con este federalismo solidario es conseguir el buen vínculo que conjugue autogobierno y cooperación, asegurando una mayor y eficaz cohesión social.

El sindicalismo en el actual paradigma

A mi juicio, estamos viviendo ahora una fase que se caracteriza por la caída del viejo modelo industrial en un proceso de larga duración que denomino de innovación-reestructuración de los aparatos productivos y de servicios y de globalización de los sistemas financieros. Ahora bien, es de cajón que esta discontinuidad no se opera en la estratosfera sino en cada lugar concreto y de una manera bien visible. O sea, la globalización no se traduce en una globalidad abstracta sino de modo tangible en cada sitio particular. La globalización se concreta en lo local; de aquí que alguien haya acuñado el neologismo de lo glocal. Pues bien, el sindicalismo de clase y nacional puede ser de naturaleza glocal. Puede ser, he dicho. Al menos el sindicalismo que encarna CC.OO. de Catalunya.

De entrada, el sindicalismo catalán tiene una primera ventaja: nunca fue nacionalista. La CONC es un sindicato extravertido, siempre lo fue. O sea que glocalmente puede seguir ejercitando de manera cómoda su clásica ortopraxis “de clase-y-nacional”. Así pues, la gran cuestión hoy (y a partir de ahora) es: ¿cómo se sitúa el sindicalismo confederal en el nuevo paradigma? Porque el cuadro general es: crisis definitiva del viejo modelo industrial fordista[ix , nuevo estadio de innovación-reestructuración, nueva personalidad del Estado-nación, la tendencial y asimétrica globalización[x], y las repercusiones de todo lo anterior en las personas.

Son unas novedades de gran envergadura que proponen al sindicalismo confederal los siguientes aspectos:

qué modelo de representación social debe poner en marcha,

qué contenidos esenciales debe tener la contractualidad,

el carácter inclusivo del sujeto social, cómo repensar la unidad de acción en el sindicalismo.

Son estas tres cuestiones inseparables, aunque de manera un tanto incomprensible suelen ser presentadas en el discurso sindical, tanto ayer como hoy, desvinculadamente.

1.-- Vengo propugnando desde hace ya no pocos años que el comité de empresa (la representación social determinante del movimiento de los trabajadores en la empresa) es un mecanismo de freno, un tapón que oblitera la fuerza colectiva del conjunto asalariado y del sindicalismo confederal. Estoy firmemente convencido, además, del carácter contradictorio de los comités de empresa: de un lado intentan representar unitariamente a los trabajadores en el centro de trabajo; de otra parte se están convirtiendo en un elemento que provoca la división sindical. Todo un oxímoron. De manera que el modelo actual de representación social es ya un auténtico disparate. Más todavía, es inútil y contraproducente.

Porque, efectivamente, el carácter autárquico del comité le convierte en un sujeto inútil para que el movimiento de los trabajadores intervenga eficazmente en el mundo de la globalización y la interdependencia. Porque dicha autarquía se traduce en prácticas separadas entre sí en torno a las políticas de reunificar al conjunto asalariado al ir lógicamente cada comité “a la suya”. Y ya va siendo algo más que un contrasentido que, en estos tiempos de la intercomunicación en tiempo real, el sujeto principal en el centro de trabajo no se comunique con nadie más que consigo mismo[xi]. De donde infiero que los sindicatos (me refiero a CC.OO. y UGT) se están confrontando ásperamente por un modelo arcaico y no por el alumbramiento de algo novedoso. Desde luego, no hay nada más inútil que pelearse por lo caduco.

2.—El viejo modelo industrial se está convirtiendo velozmente en pura herrumbre. Sin embargo, las prácticas contractuales siguen en la vieja clave fordista. Se diría que el sindicalismo confederal (y no hablemos de la izquierda política) sigue en el sistema métrico decimal cuando los hechos de la vida indican que de manera veloz se está trasladando la cosa hacia el sistema digital. La pregunta es: ¿qué atención se está prestando al hecho tecnológico? ¿qué indicios se tiene de la intervención sindical en este mundo de la flexibilidad?[xii] ¿qué barruntos existen en relación con la apropiación de los saberes, entendidos como necesidad fundamental de estos tiempos (y de los venideros), concebidos naturalmente como una nueva generación de derechos de ciudadanía social?[xiii Más todavía: en medio de tanta vorágine de mutaciones ¿tiene sentido pensar que el contrato de trabajo, de weimeriana memoria, es lo más conveniente? ¿No sería el momento de darle vueltas a la cabeza y ver que nueva ontología se le puede atribuir?[xiv

No veo debate alguno sobre estas grandes cuestiones de civilización, y el asunto empieza a ser preocupante. Porque, tengo para mí que el áspero conflicto sindical que estamos conociendo sigue referido a discursos y prácticas negociales propias del ancien regime fordiste.

3.-- Todo lo anterior conlleva dificultades serias para recomponer la unidad de acción del sindicalismo confederal. Pero, séame permitida una pregunta: ¿es que sigue interesando la unidad de acción? Que se diga de boquilla no comporta que se quiera de veras. La estridente interrogación no tiene una fácil respuesta. Lógicamente nadie, en su sano juicio, afirmará ser contrario a la unidad de acción, pero la realidad es que todos se instalan en un modelo que (además de infructuoso) conduce a la inevitabilidad de la confrontación entre los sindicatos[xv. Se me ocurre, así las cosas, exclamar: hombre, si queréis pelearos, por lo menos hacerlo en función de las cosas que cambian. Mi recomendación no es otra que pedir a los sindicalistas la lectura del incipit de La Metamorfosis de Ovidio[xvi].

Ultimas propuestas para darle vueltas a la cabeza

El viejo maestro Umberto Romagnoli fue honrado por la Universidad de Castilla-La Mancha con el rango de Doctor Honoris Causa[xvii]. Nuestro amigo italiano ha repetido con angustia que “el Derecho laboral está en el congelador”. Esta es una afirmación tan real como plástica. Lo que intuimos de su observación es: la actual fase de innovación tecnológica no está provocando que surjan nuevos derechos propios de esta etapa. Lo que acarrea algo que Antonio Baylos hace observar en su libro Derecho del trabajo, derecho para armar[xviii: la relegitimación de la empresa al margen, frente y contra del movimiento de los trabajadores[xix]. Esta relegitimación es la consecuencia de lo que podríamos definir como el vasto decisionismo empresarial: el conjunto de poderes que unilateralmente detenta la contraparte y la influencia social y cultural que de ello se desprende en todos los recovecos de la vida[xx]. Los sindicatos, así las cosas, deben tomar buena nota de los razonamientos de nuestras dos amistades, Romagnoli y Baylos. Y no digamos la izquierda política que en estos asuntos se encuentra todavía (lo diré de manera poco áspera) más distraída todavía. Mucho más contundente son dos viejas amistades cuando afirman que “la derrota de la izquierda se debe a la incapacidad de responder a la innovación capitalista del último cuarto del siglo XX”[xxi].

¿Cómo empezar a sacar del frigorífico el iuslaboralismo? Mi respuesta. Primero, el sindicalismo tiene que abrir una nueva fase contractual que haga del hecho tecnológico (y del conflicto social en ese paradigma) el baricentro de su actividad; para ello nada mejor que proponer un Pacto social de larga duración sobre la innovación tecnológica[xxii]; segundo, el sindicalismo debe ser un sujeto incluyente de todas las diversidades del conjunto asalariado, especialmente el mundo del precariado y de las categorías más altas del “escalafonato” laboral. Tercero, debe ponerse en solfa el actual modelo de representación social en el centro de trabajo, agradeciendo a los comités los (muchos y buenos) servicios prestados. Cuarto, el sindicalismo confederal debe proponer necesariamente una nueva acumulación de hechos participativos que se orienten a dar (más y mejor) la palabra, si es preciso con normas escritas de interpretación pacífica; unas normas en, al menos, la siguiente dirección: a) de formas de participación para todo el itinerario de la contractualidad y del ejercicio del conflicto; b) sobre la solución de desacuerdos entre los sindicatos. En palabras de mi abuelo, el barbudo de Tréveris: la participación activa e inteligente de la gente que trabaja, quiere trabajar o está ya en su condición de pensionista[xxiii]. Es decir, se trata de conducir al sindicalismo confederal a la eutopia, que no es lo mismo que la utopía, aunque puede parecerse un poquito.

Creo que se puede partir de la siguiente hipótesis: el sindicalismo confederal está en condiciones de jugar un papel propulsivo y reformador. Cierto, a condición de que lea los acontecimientos y las transformaciones que están en curso. Esta hipótesis puede transformarse en mayor posibilidad si la representación social en el centro de trabajo la ejerciera el sindicato en tanto que tal. En este caso (esto es, el sindicato convertido ya en sujeto principal en el centro de trabajo, ahora lo es el comité) la situación sería: una, una lectura más acorde con el mundo de la globalización y la interdependencia; dos, y el vínculo del sindicato en la empresa con la confederalidad general de toda la organización. Lo que sí parece claro es lo siguiente: tenemos la fundada certeza de que el comité es un sujeto autárquico y existe la hipótesis de que el sindicato sea un sujeto global. O lo que es lo mismo: una cosa es la certeza y otra (bien distinta) es la hipótesis.

En resumidas cuentas, como dijo el de Tréveris “todo lo sólido se desvanece”. La expresión más visible del viejo modelo industrial, la cadena de montaje, se ha ido al garete. Y con dicho artilugio han desaparecido muchas cosas. Es hora de que el sindicalismo confederal se proponga “cosas en vías de llegar a ser”, siguiendo la afortunada expresión de una amistad norteamericana, Marshall Berman. Y posiblemente sería mucho mejor que si los sindicatos tienen ganas de ir a la greña entre ellos, lo hagan por cosas en vías de llegar a ser, no en torno a viejas estantiguas. En vías de llegar a ser, por ejemplo, abordar la relación entre saberes y trabajo, entre formación y nuevos derechos que reactiven el concepto de ciudadanía social en una nueva generación de derechos sociales acordes con esta fase de innovación tecnológica que no ha hecho más que comenzar. De ahí que haya propuesto recientemente la elaboración de un Estatuto de los Saberes[xxiv], es decir, un elenco de derechos, normas e instrumentos, también en la vía de promover una importante reforma que está pendiente todavía: la reforma de la empresa. Pero de esta cosa ya hablaremos otro día, suponiendo que se tenga interés en ello. Aunque si alguien es curioso podrá leer algo que he publicado en la revista La factoría que dirige mi primo Carles Navales colgada como está en esos mundos de internet.

Quiero poner punto final a esta intervención con una somera disquisición que creo tiene su interés. Todas estas novedades que, de manera sucinta, se han expuesto necesitan un nuevo acontecer cultural de las izquierdas políticas y sociales, si es que se quiere entrar en una fase de intervención fuerte en este paradigma de la innovación-reestructuración y de su potente artefacto que es la flexibilidad. Pero, tengo para mí que la política de izquierdas y el sindicalismo confederal necesitan un pre-requisito: pensar que el fordismo fue mejor, creer que las (relativas y siempre insuficientes) certezas del viejo modelo industrial era algo mejor. Tal vez sea oportuno leer a la descarada pareja de hecho, Marx y Engels, que dejaron bien sentado que el capitalismo era mejor que los sistemas anteriores, felicitándose de que todo lo sólido se desvanece. Esta es una tesis que, para las cosas contemporáneas, hemos defendido Miquel Falguera y un servidor en repetidos escritos que siempre tuvieron una característica: eran elogiados en proporción inversamente proporcional a la cantidad de su lectura. O lo que es lo mismo: quienes nos encargaban estudios y nos felicitaban por su contenido eran los mismos que de manera distraída no los leyeron nunca.

Por eso a veces me pregunto si el hecho pertinaz de mantenerse culturalmente en el fordismo es una consecuencia de creer que sigue esencialmente vivo o es señal de pereza o, más bien, es una muestra de añoranza por los (pocos) servicios prestados por don Enrique Ford al movimiento de los trabajadores. En cualquier caso, me parece que es absolutamente imprescindible que el movimiento sindical (también la izquierda política, por supuesto) debe proceder sin dilaciones a un severo análisis crítico y deconstructivo del fordismo, esto es, ajustarle las cuentas, al tiempo que elabora gradualmente su propia alternativa. De donde saco una apresurada conclusión: ahora que celebramos el XXV Aniversario de la Constitución Española es un momento para proponer una nueva ronda de derechos de ciudadanía social propios de la innovación tecnológica, al menos para que cuando festejemos las bodas de oro podamos presumir de haber aprovechado el tiempo.

[1] Ciclo de Conferencias en Castilla – La Mancha, Ciudad Real, 15 y 16 de Abril 2003, dirigido por Antonio Baylos. XXV Aniversario de la Constitución Española y el sindicalismo democrático.


NOTAS, algunas de ellas inquietantes

[i] Pere Ysàs, Carme Molinero, Javier Tébar son posiblemente los que más producción historiográfica tienen al respecto. El interesado en estas cuestiones tiene a su disposición una importante literatura científica en el Arxiu Històric de la CONC-Fundació Cipriano García. En esta sede se puede consultar todo lo que Cipriano García escribiera sobre la cuestión nacional en sus colaboraciones en Treball, Nous Horitzons y diversos opúsculos.

[ii Concretamente la Conc se inscribió en el Registro de Asociaciones sindicales el día antes de que llegara Josep Tarradellas a Barcelona en l977. La delegación que lo hizo estaba compuesta por Josep María Rodríguez Rovira, Josep Tablada y un servidor. Importantes dirigentes sindicales confederales no vieron con simpatía dicha operación y siempre miraron con el rabillo del ojo nuestras experiencias.

[iii] Siempre sostuve la idea de que el Estatuto de los Trabajadores fue elaborado en una clave que ya indicaba una desubicación de las importantes novedades que se estaban dando así en relación a los cambios tecnológico como en los sistemas de organización del trabajo.

[iv] Que posteriormente se transformó en una Ley aprobada por el Parlament de Catalunya, siendo esto un magnífico ejemplo de lo que se podría definir como sindicalismo en tanto que sujeto explícito de legislación.

[v] Estos avances se dieron tras la famosa huelga general del 14 de diciembre de 1988.

!vi] En una primera fase los nacionalistas intentaron crear ex nihilo oridi un sindicato partiendo de los restos de un minúsculo Solidaritat d’Obrers Catalans, de venerable memoria, que fracasó estrepitosamente; a continuación, los convergentes y demócrata-cristianos catalanes pusieron las niñas de sus ojos en la USO a quien crearon problemas internos de mucha consideración porque los usistas más representativos se negaron al compadrazgo.

[vii] Quien esté interesado por estos negocios tiene a su disposición una importante revista teórica: Quaderni Rassegna Sindacale. Que tiene un elenco de colaboradores fijos de tanta nombradía como Umberto Romagnoli y Luigi Mariucci (juristas), Paolo Sylos-Labini (en el campo de la economía), Aris Accornero (sociólogo) y una larga lista de importantes investigadores sociales. Se encuentra en www. cgil.it

[viii] Quaderni Rassegna Sindacale ha publicado un monográfico Per un federalismo cooperativo e solidale, primer trimestre de 2001, con intervenciones de Sergio Cofferati, Guglielmo Epifani, Luigi Mariucci y otros que podrían ayudar en dicho debate.

[ix] En todo caso, pienso que la gradual (aunque veloz) desaparición del fordismo industrial está siendo acompañada por la aparición de un cierto gigantismo en algunos sectores de los servicios (que llamo parafordismo), por ejemplo: los grandes hipermercados, los colosos hoteleros... que aunque no tienen la influencia política que detentara el fordismo industrial empiezan a generar una considerable influencia social en lo que atañe a usos, costumbres...

[x] Asimétrica porque sus ventajas se distribuyen de manera profundamente desigual; asimétrica, también, porque no existe una globalización de los derechos.

[xi] Denomino al comité de empresa “sujeto principal” porque detenta, ex lege, el monopolio de la negociación. Con lo que se da una situación un tanto estrafalaria: el comité que no es sindicato tiene los poderes convencionales del sindicato, mientras que éste no tiene potestad alguna en el centro de trabajo. Y, rizando el rizo, diría: el comité es, además de un estafermo, un mecanismo que tapona la fuerza establemente organizada del sindicalismo confederal, esto es, su capacidad de afiliación. En base a estas cosas inquietantes, Antonio Baylos y un servidor hemos abierto una correspondencia epistolar acogida hospitalariamente por la Revista del Derecho Social en su número 21. .

[xii] Justamente cuando la flexibilidad no es ya una cosa esporádica o contingente sino un aparato estructural que acompaña de manera ortopédica la fase de innovación-reestructuración de los aparatos productivos y de servicios. En la revista granadina “Izquierda y Futuro”, núm. 2, he publicado un extenso artículo al respecto, “El control de la flexibilidad”. En este trabajo diferencio flexibilidad y flexibilización. También puede consultarse en El País-Cataluña, “Verano sangriento”, 6 de septiembre de 2002 y El Mundo de Cataluña, “Sobre la flexibilidad”, 21 de octubre de 2002.

[xiii] Comoquiera que los cambios son de ruptura, los saberes cambian de manera espectacular y en buena medida son, también, de ruptura. Lo que complica de manera exponencial las cosas al movimiento de los trabajadores y vuelve a proponer lo que Marx llamó en su día el general intellect.

[xiv] El maestro Bruno Trentin lleva años proponiendo un nuevo carácter para el contrato de trabajo. Puede consultarse al respecto su fascinante libro La città del lavoro, Feltrinelli 1997, y en su discurso de investidura como Doctor Honoris Causa per la Università Ca’ Foscari, Venecia, setiembre 2002. La pregunta es: ¿a qué estamos esperando para darle vueltas a la cabeza a tan necesaria (y afortunadamente arriesgada) propuesta.

[xv] Cuando estoy poniendo en orden estos apuntes surge la noticia de que las patronales catalanas (Foment del Treball y Sefespimec) tienen ya muy avanzadas las conversaciones para conformar una sola organización empresarial. Ya sería chusco que los empresarios buscaran las vías para unirse (después de años de conflicto aflorado o latente) mientras el sindicalismo confederal se tira los platos a la cabeza en una greña que dura ya demasiado tiempo. Ver José Luis López Bulla y Carles Navales en El País-Cataluña, 3. de abril de 2003: Los sindicatos a la greña. Nuestra tesis es que el comité de empresa es: a) un mecanismo de freno que impide la renovación del sindicalismo confederal y simultáneamente es un tapón que oblitera el incremento de la afiliación al sindicalismo confederal; b) un instrumento autárquico cuando la empresa y la economía son tendencialmente globalizadoras; y c) solipsista, pues está encerrado en sí mismo, lo que le imposibilita trazar una línea de conducta de re-unificación de las diversidades que se encuentran dentro y fuera del centro de trabajo.

"Quiere cantar las mudadas formas en cuerpos nunca vistos”. Libro Primero, 1 Verso.

[xvii] Años después la Universidad de Barcelona lo hizo con el maestro Pietro Ingrao. Su discurso está publicado, en versión castellana, en dos importantes revistas “Izquierda y Futuro” núm. 2 y “La factoría”. Pueden consultarse en internet.

[xviii] Editado por Trotta.

[xix] Opino que este nuevo poder relegitimador se basa, en una parte no irrelevante, en la fisicidad “efectiva” con que la empresa ejerce su fuerza discrecional. Esto es, en la innovación tecnológica, en los nuevos sistemas de organización del trabajo que han consolidado una determinada eficiencia de la economía: un discurso que trae de cabeza al universo del Derecho (no sólo, aunque preferentemente laboral) capaz de abrir nuevas investigaciones.

[xx] O dicho con palabras de Michel Foucault: la vida como objeto de poder.

[xxi] Pietro Ingrao y Rossana Rossanda en Appuntamenti di fine secolo, Manifestolibri, Roma 1995

[xxii] El Parlament de Catalunya aprobó a principios de la presente legislatura una Moción que presentó un servidor invitando a los sujetos sociales, operadores económicos y Administración catalana a poner las bases para una nueva contractualidad que tuviera como eje central la innovación tecnológica. Lo cierto es que no hubo ni ruido ni nueces. Y la explicación parece ser simple: de un lado, el sindicalismo confederal sigue en clave del viejo orden industrial; de otra parte, si el empresario detenta todo el poder en el paradigma tecnológico, ¿qué interés va a tener en pactar? Y, así las cosas, ¿a santo de qué el Gobierno catalán va a romperse la sesera?

Los trazos generales de esta propuesta de Pacto serían: a) intervención del sujeto social ex ante la innovación tecnológica y las consecuencias que se derivarían de ello; b) capacidad de co-determinar las condiciones de la organización del trabajo; c) los procesos formativos y el acceso a los saberes; d) derechos de ciudadanía social, correspondientes al hecho tecnológico; e) mecanismos en el centro de trabajo para la autocomposición del conflicto social; f) regulación de los derechos de participación de los trabajadores y sus representantes... Especial interés tendría el nuevo carácter del contrato de trabajo que antes se ha apuntado. Y no menos importante podría ser la elaboración de una nueva forma de convenio colectivo: a este respecto puede consultarse “A contracorriente” (José Luis López Bulla y Miquel Falguera) en www.lopezbulla.com La arriesgada tesis que exponemos es: la morfología del convenio como una foto fija mientras que la innovación (y su ortopedia de la flexibilidad) está en continuo movimiento; así las cosas, no tiene sentido alguno mantener el actual tipo de convenio que, ante cada novación, se concreta en una pérdida del poder contractual del sindicalismo y un reforzamiento del poder empresarial.

[xxiii] Lo que comportaría, en mi opinión, que los hechos participativos estuvieran elevados a norma estatutaria, fijando el derecho a una información veraz (y preferentemente por escrito) con sus propias reglas, definiendo sus correspondientes quorums y todo lo que sea menester. Esto sigue siendo un “vacío normativo” en el sindicalismo confederal. Lo curioso del caso es que el sujeto social, como legislador implícito, no regula en su propio interior los derechos de sus afiliados. O así nos lo parece.

[xxiv] Véase José Luis López Bulla en El País-Cataluña, 25.04.03: “La cuestión tecnológica”. En este artículo propongo, de pasada, la necesidad de un Estatuto de los Saberes. La idea, dicha de manera esquemática, es: de la misma manera que el movimiento organizado de los trabajadores y su izquierda política, pusieron especial énfasis en la necesidad de la instrucción y la enseñanza (en la cultura general básica) ahora es preciso reproponer la acción socio-política en pos de la formación digital obligatoria, libre y gratuita. Sobre esto último viene insistiendo el ingeniero José Luis Hermana a través de su página de internet, llamada enred-ando. Entiendo que hoy, más que antaño seguramente, la disputa de poderes es una disputa por los saberes y conocimientos.

Un inciso: ¿Sería posible y deseable una movilización en aras a la puesta en marcha de una Ley de las 150 horas de formación para reprersentantes de los trabajadores, más o menos como la famosa italiana de mediados de los años 70? El argumento central es: el saber (o sea, el capital cognitivo) es el motor determinante del desarrollo. De donde se infiere la necesidad de invocar una nueva bandera: más saberes para todos: toda una puesta al día de las prédicas de aquellos santos laicos que fueron Fermín Salvochea, Anselmo Lorenzo y tutti quanti.

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