Instituto de Estudios de la Vega de Granada
A raíz de la vieja y espectacular trifulca del doctor-ingeniero Carrillo de Albornoz y Fàbregas con la Real Real Academia Española acerca del gentilicio santaferino (tal como defiende Carrillo) o santafesino (como estipula el DRAE) no ha habido más remedio que investigar concienzudamente sobre tan polémicos términos. Este Instituto no ha tenido más remedio que intervenir de oficio ex arte dictamine no tanto para acallar los encrespados ánimos como para restituir a los vocablos su más pacífica significación. Hemos desempolvado documentos de antañazo, así en los archivos de la Chancillería de Granada como en la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, con el ánimo de hacer luz y, de ahí, abrir merecido sosiego a tan ilustres como documentados litigantes. No queremos, empero, a estas alturas, poner al lector en una situación de nerviosismo, de manera que abruptamente afirmaremos que ambos vocablos tienen perfecto acomodo en la lengua castellana: de un lado, el DRAE cuenta en su favor la sacra etimología toponímica; de otra parte, el doctor Carrillo de Albornoz (y quienes le apoyan) se ven favorecidos por una culta y noble tradición que hunde sus raíces en los fastos granadinos del año del Señor de 1500 cuando un acreditado embajador veneciano, il Navagiero, conversó con dos grandes poetas: Garcilaso y Juan Boscán, castellano el primero, catalán el segundo.
El paciente lector conoce perfectamente que el término ‘santaferino’ ha sido utilizado ab urbe condita por todos los habitantes de la capital de la Vega de Granada, la siete veces ilustre ciudad de Santa Fe. Ahora bien, en un momento dado (poco más de diez años) surge la voz ‘satafesino’, preferentemente utilizada por las instituciones políticas, violentando el conocido postulado funcionarial tranquilla non movere, o sea: no hay que zarandear lo que está en reposo. Es a partir de esa nueva situación cuando el doctor Carrillo[1] se siente en la fundada obligación de llamar la atención que se ve acompañada por un libro de recuerdos de un compatriota, José Luis López Bulla, que de forma letraherida, insiste en la terminología ‘santaferina’. La polémica subió de tono cuando López Bulla reprochó a don Rafael Rodríguez Alconchel, en un histórico e-mail, que utilizara el término ‘santafesino’; la respuesta del antiguo Concejal de Hacienda fue expresis verbis: Tanto monta, monta tanto; es igual. Todo indicaba que algo cambiaba en los giros semánticos de la Vega, tal vez al socaire de los nuevos tiempos de civilización y que los americanismos invadían la vetusta sintaxis de la Vega[2]. Parecía claro que esta Institución, el IES, no podía quedar marginada de tan agreste polémica, muy en especial cuando unos y otros invocaban dispares criterios y argumentaciones confrontadamente antagonistas. Así es que movimos Roma con Santiago (o por mejor decir: El Jau con Albolote) y procedimos a sesudas y, con frecuencia, extenuantes investigaciones. En primer lugar, se recurrió a la necesaria heurística de las ‘fuentes orales’[3] y, a continuación, abrimos el portalón de legajos, polvorientas carpetas y documentos diversos. Todos ellos indicaban que el gentilicio carrilliano, esto es, ‘santaferino’ gozaba de todo el predicamento, así en el universo demótico como en el planeta académico. Sin embargo, quedaba la duda de por qué, recientemente, las autoridades municipales y la prensa capitalina empleaban el vocablo ‘santafesino’, distanciándose tanto de la noble elocuencia como del mester de menestralía. Nuestra primera conclusión, no mediatizada por ningún tipo de intereses, fue siguiendo las venerables tradiciones: santaferino es una voz que puede y debe ser empleada en todos los territorios del lenguaje; es una expresión que da cabal luminaria a todas las literaturas coloquiales, del arte y de la investigación. Es un vocablo que puede (y debe) tener sensata cabida en torno a la mesa de camilla y la taberna, el confesionario y la sacristía, en la arenga del piquete informativo de la huelga general y en todo tipo de anuncios televisivos, en el Almanaque Zaragozano y en las Tablas de Logaritmos; la voz ‘santaferino’ puede, en fin, ser utilizada tanto por el maestro Lázaro Carreter como por don Johan Cruyff.
Pero ello nos provocaba un indisimulado interés científico: ¿cuándo, cómo y por qué empezó a hablarse de ‘santaferinos’? Y, todavía más, ¿por qué la Real Academia habla oficial y únicamente de ‘santafesinos’? Ya que si tan docta institución lo hace, no hay motivo para desconfiar de aquellos que, como Cerbero, custodian la limpieza, el brillor y el esplendoreo de nuestra nebrijana lengua. Aunque, por el momento dejaremos en el aire esta inquietud: Qui custodiat custodes? Que fue, y es todavía, una interrogante de complicada solución.
Nuestros gajes de oficio obligan a que empecemos justificando lo que denominaremos rigore de conserteria, esto es, las razones de la Real Academia, máxime cuando dicha vetustacofradía jamás las hizo públicas. Helas aquí. Es sabido que la villa de Santa Fe tuvo como nombre primigenio Sancta Fides. Doña Isabel de Trastámara, reina de sangre bastarda y, al decir de algunos usurpadora del Reino de Castilla, en enérgica contraposición a quienes querían bautizar la nueva ciudad como Isabela, impuso lo que creyó un topónimo más adecuado: Sancta Fides. Y de Sancta Fides se desprendía el gentilicio sanctafidesinos; pero la economía del lenguaje, con sus leyes testarudas, fue transformando el original sanctaf(id)esinos en san©tafesinos y de ahí en santafesinos. Quod erga demostrandum, de matemática memoria tal como enseñara a unos el doctor Trocóniz en su libro de Análisis y a otros el maestro Rey Pastor en la misma disciplina: el primero en su magisterio hacia la futura carne de cuartel; el segundo con sus enseñanzas a la débil Ilustración progresista, desde su republicano exilio.
De otra parte, nuestros estudios buscaron la legitimidad primigenia de la voz ‘santaferina’ y, más todavía, su potente arraigo (exclusivo, diremos) popular, dicho sea en su sentido más amplio. Pues herederos de las grandes familias del patriciado local siempre hablaron de la cosa santaferina, y tal hizo la mesocracia local junto a los pauperes solemnitatis, y no menos los exponentes de la marmiglia comarcana la usaron en sus coloquios e idiolectos tradicionales. Por no hablar de recetas de cocina que se han encontrado, manuscritas por doña Vicenta Lorca, maestra de escuela (y madre del poeta) que, como es sabido, era hija de Santa Fe y siempre habla de la ‘pipirrana santaferina’, plato que entusiasmaba al autor de Poeta en Nueva York y a don Federico padre. Y definitivamente, glorias de la vieja Alquería del Gozco (la celebérrima bailarina Consuelo Tamayo La Tortajada, el ciclista Pérez Garzón, el mártir Muñoz Arévalo, el cura vascongado don Gaspar Quevedo, tío de un conocido sindicalista santaferino, elRector don Juan de Dios López, el novillero Gerardo Pertíñez El Nene y las famosas Pimpollicas, maestras en el arte de hacer tejeringos; y por encima de todos ellos, allá en lo alto del Olimpo, la Ermita de los Tres Juanes, Juan de Dios Calero, Magister officiorun sanctafidesinorum)[4] dejaron bien sentado que sólo utilizaron la expresión que tan combativa y lúcidamente defiende el doctor-ingeniero Carrillo de Albornoz en inorgánica representación de los habitantes de la ciudad de los Cuatro Arcos: noblesse oblige.
Ahora bien, nos place comunicar a los diversos litigantes que finalmente dimos con la tecla. No se trata de leyendas sino de veraz y fundada documentación. Comoquiera que no queremos trastornar al lector reproduciendo la sintaxis de principios del siglo XVI, explicaremos puntillosamente el contenido de la carta de un cierto hidalgo converso, Pero Bernáldez del Gozco, al parecer confidente del Duque Valentino cerca de la Corte de sus Católicas Majestades cuando los fastos in anno Dei MD en la ciudad de Granada[5]: el famoso Tratado de Granada que preveía que el reparto de la Italia meridional entre franceses y españoles pronto sería papel mojado, tal como había previsto el mismo Bernáldez. Con tal motivo, el susodicho acuñó un apotegma que en su tiempo no fue realmente bien comprendido: Esos galápagos temen perder lo que ya no aman. Mucha agua ha pasado bajo las puentes del Genil para que tal expresión del consejero pudiera ser interpretada pacíficamente, pero seguir tan interesante disertación distraería indubitablemente el carácter de este dictamen[6].
Queremos significar que Bernáldez, auténtico agente secreto del duque Valentino, cuenta con una nutrida correspondencia a sus jefes: primero con César Borgia, después con Giovanni delle Bande Nere y finalmente con algún que otro magistrado de la Florencia, primero republicana y después de la restauración medicea. Pues bien, de tan nutrido y espectacular epistolario hemos descubierto no pocas historias que explicarían lo que hasta ahora han sido importantes incógnitas del mosaico italiano de la época. No obstante, dos asuntos parecen ser de la mayor significación: uno, el relato del origen de la voz santaferina; otro, la autoría real de la obra De principatibus, hasta ahora atribuida a Niccolò Machiavelli, y que el moderno lector conoce como El Príncipe; esta segunda cuestión no parece tan interesante como la primera (al menos para la intención de este informe), aunque está llamada a crear una cierta convulsión entre los modernos estudiosos del florentino: Giuliano Procaci y Maurizio Virola, y que hubiera provocado el estupor de un jurista tan notorio como Benedetto Croce; pero esto ‘no toca’ en este momento, y lo dejaremos aquí[7]. En todo caso, sirvan estas líneas para recordar lo que ya es común acervo de la comunidad científica internacional: el autor de El Príncipe no es otro que nuestro Pero Bernáldez y fue Sancta Fides el solaz donde se concibió tamaña obra, seguramente en su residencia muy cerca del paraje que en la actualidad parece coincidir con el conocido bar llamado La Gloria, según unos, aunque otras opiniones afirman que el lugar era el término conocido en la actualidad como el Cortijo Remolino.
El consejero del Valentino, Pero Bernáldez, en una de las cartas que envía a su patrón le expone: 1) notas sobre la psicología de don Gonzalo Fernández de Córdoba; b) una reseña de los curatos granadinos y sus posibles simpatías con Alejandro VI, a raíz de sus pugnas con el Cardenal Giuliano della Rovere; c) un extracto de la conversación entre il Navagiero -el embajador veneciano- Garcilaso y Boscán mientras paseaban despaciosamente por las Madres del Rao, que nos darán la luz para lo que aquí interesa; y d) unas recetas de fina repostería, entre las que figura cómo hacer los ricos dulces que los lugareños llaman alejandronos en honor de Su Santidad, Alejandro VI, padre del Valentino[8].
A efectos de aclarar lo que motiva nuestra investigación, dejaremos de lado aquellas consideraciones que no vengan al caso. Acoplamos, como ha quedado dicho, al castellano actual el redactado de la carta de Bernáldez a César Borgia[9]; dejaremos de lado los asuntos de Estado y alta política para no distraer a quienes nos han encargado este informe.
Y paseando los tres dichos caballeros por un lugar que los villanos llaman Madres del Rao, il Navagiero (embajador de la Serenissima en aquesta Corte) habló de esta guisa: “””El otro día hablando con su Majestad, don Fernando, le dije que su mujer era una regina fiera; esto es, una reina orgullosa. El de Sos, todo un sarcástico y constructor de equívocos, añadió: “””Y ferina, embajador, y ferina”””. Garcilaso, al parecer, como buen castellano no encajó con asaz comodidad los irónicos dichos del aragonés; Boscán, que es catalán de Barcelona, se lo tomó como una obscura venganza, pues no es un secreto los regomellos y entreveros de los catalanes contra los castellanos desde los tiempos del llamado Compromiso de Caspe. El poeta castellano entendió, lógicamente, que el real esposo había tildado a su monta tanto como una fiera o animal, poco dada a sutilezas, y todo indica que aquesta era la puya real que el aragonés propinó a Isabel. Lo que no empece para que Lasso de la Vega hiciera de su desagrado un comentario: “””Dice usted bien Navagiero, Isabel es una regina fiera por mor de orgullosa; pero es también una sancta ferina, una santa fiera. Orgullosa por la conquista de aqueste reino, ferina porque no anda con cabildeos con su marido en defensa de los moros granadinos que siguen gobernando las finanzas de Granada. Navagiero, le propongo (a ti también, dilecto Boscán) que en esta ciudad de Sancta Fides sus habitantes sean llamados, sancta ferinos”””. A lo que Boscán añadió: “””Lasso, eres el maestro del equívoco, ¡cómo Dante!”””.
Mi Sr. César Borgia: el veneciano sonrió y alabó la finura del caballero Garcilaso. Et sin más, póngame usted a los pies de su madre, la Signora Vanozza, de su hermana Lucrecia et de todas las fieras ferinas de sus tierras de la Romaña. Otrosí, cuide Su Eminencia los movimientos en Bolonia: todo indica que Cofferato dei Cofferati puede ser nombrado Gonfalonero de dicha ciudad, al parecer está apoyado por un movimiento autotitulado I nuovi Ciompi en claro homenaje a las revueltas que asolaron Florencia por los años setenta del pasado siglo.
Nos consta que tan gran poeta castellano cumplió su palabra y en no menor medida el vate catalán. Otros documentos muestran claramente la extensión de la voz santaferina en los salones de los pasos perdidos de los palacios granadinos cuando el afamado encuentro de 1500[10]. Pero es con toda seguridad una joya de la poesía castellana la que da la mayor luz al respecto[11]. Véase el primer borrador del célebre soneto que Garcilaso hizo a su bella napolitana, doña Isabel Freyre, una antepasada del conocido jurisconsulto de nuestros días don Antonio Baylos:
Pues en una hora pronto me llevaste
todo el bien que por términos me diste,
llévame junto al mal que me diste;
si no, sospecharé que me pusiste
en tantos bienes porque deseaste
verme entre santaferinos tristes.
Nos excusamos: la negrita en cursiva es nuestra. Como el inteligente lector ha adivinado, se trata de los dos últimos tercetos del conocidísimo soneto Oh dulces prendas por mi mal halladas, tal vez lo más inspirado de la garcilasiana poesía. Así ha pasado a la historia (con la voz ‘santaferinos’ como kerigma de nuestra afamada villa renacentista) hasta que cierto notario del vecino poblachón de Calicasas, a mediados del siglo XVIII, mudó la expresión santaferinos por ‘morir entre memorias’. Esto es, ‘verme morir entre memorias tristes’. La intención del pederasta calicasiano[12], camuflada con apariencias de mejor eufonía, era que la pujanza cultural santaferina se fuera evanesciendo. Como recientes papeles de la época, descubiertos en Pineta in Mare, han demostrado cabalmente, la torva intención del notario ha quedado finalmente desbaratada, aunque la confusión durante siglos ha sido asaz evidente[13].
No es cosa de agobiar al lector curioso con detalles puntillosos. Baste decir que Juan Boscán, así mismo, cantó en sonetos y coplillas a Sancta Fides y a sus hijos santaferinos. Ambos poetas cumplieron el pacto (históricamente conocido como Acuerdo del Rao) convenido con el tan inmerecidamente repetido Navagiero, aunque de éste nada se sabe al respecto: era embajador y veneciano.
Nada nos queda por añadir. Nos parece que hemos dado cumplida información del conjunto de nuestras investigaciones, encargadas por la Fundación Wilhelmi-Hoffestauffen con sede en Alfacar. No es a nosotros a quienes corresponde tomar partido acerca de temas que afectan a la Real Academia Española. Tan sólo queremos resaltar que aquellos que plantean la sintaxis santaferina cuentan en su haber un origen culto donde participan dos de los poetas más celebrados de la lengua castellana en claro homenaje a la doblemente fratricida doña Isabel de Trastámara, que encuentra el mejor acomodo en las expresiones populares. De ahí que nuestra recomendación (siguiendo la tradición de los hábiles componedores) sea que la Real Academia incorpore al DRAE la voz santaferina junto a la actual santafesina, y que ambas compartan oficialidad gentilicia. De esta manera se apacigua la culta tradición con la auctoritas de la Academia de la Lengua.
Finalmente queremos agradecer a los doctores Grimaldi, Bentivoglio, Donaldson y Montmarsaint que leyeron el primer borrador y nos aconsejaron sobre la relación entre Bernáldez del Gozco y César Borgia; somos deudores, por otra parte, de los consejos que nos han dado, tras la lectura de este dictamen, los científicos franceses, doctores Saint-Simon, Cabet, Fourier, Grachus Babeuf, Víctor Considerant, Leroux, esto es, la celebrada escuela gala de los feudistas utópicos; vaya nuestro reconocimiento al Conde de Purchil que nos permitió investigar, gratis et amore, en sus archivos; y nuestra, a todas luces impagable, deuda con Sagrarito Idiáquez de las Navarras y Toros-Zaínos de Guisando que mecanografió muy gustosa, y con mucho miriñaque, nuestras cuartillas de enmarañada caligrafía. Cerramos esta investigación, no sin antes reproducir un interesante (aunque de fuerte contenido polémico y, en ocasiones, con ciertos ribetes de sectarismo, amén de sesgado) ensayo que, desde Norteamérica, nos ha enviado el profesor Puente de los Vados acerca de nuestro Bernáldez.
[1] José Carrillo de Albornoz y Fábregas es un raro exponente de la nobleza andaluza. Es una vida dedicada al estudio y al trabajo como lo demuestra su titulación de doctor ingeniero agrónomo y su dedicación a la conservación y embellecimiento de los parques y jardines de la Ciudad Condal. Su biografía recuerda la ilustrada y benemérita dedicación de algunos exponentes de la aristocracia inglesa a las letras y a las ciencias. Fiel a sus orígenes tardomedievales es, de igual modo, un ilustrado e infatigable cronista de acontecimientos de gran relevancia como lo demuestra su fecunda investigación, Al hilo de la historia, un viaje al interior de los itinerarios históricos, primero, de Ambas Castillas y, después, de los países granadinos. Ahora, en una edad de retiro administrativo (que no vital), sigue dale que te pego. estudiando las claridades de la Edad Media, como quien quiere demostrar que aquellos tiempos fueron el crisol (y no la nebulosa) de las grandes transformaciones que hoy tenemos. Es decir, JCAF viene a decirnos: la Edad Media fue Abelardo y Tomás, Alberto y Dante, al Juarismi y Averroes, las ciudades y el comercio, Santa Maria Novella y La Alhambra, Beda y las Universidades, los goliardos y el amor oudrú, Pier La Vigna y Brunetto Latini, el soneto y las migas con chocolate. Al que diga lo contrario, le amenazamos con sacar la lista de desaguisados del siglo (breve, menos mal) XX. Y quien ose llevarnos la contraria será obligado a demostrarnos si ha existido una composición poética más sublime que la que empieza así: Tanto é gentile e tanto onesta pare... que compusiera el florentino más grande (hasta ahora) nacido de madre toscana o de otro lugar.
Ah, el Medioevo! Nosotros lo reivindicamos, lo que implica también que, en esos andurriales, estaba el mariconzón de Bernardo de Claraval y su delirio contra Abelardo. Pero, finalmente, se ha aclarado que la batalla de Bernardo estuvo más influenciada por su onanismo (estaba amancebado con su mano diestra) y siempre envidioso del glamour de Abelardo, y no tanto por la publicación del Sic et non del novio de la bella Eloisa.
[2] Este instituto ha recibido el encargo de la Pulianas University de recopilar los granadinismos y sus correspondientes ideolectos. De momento estamos haciendo la lista con el mismo afán que para la lengua catalana hicieron Mossèn Alcover y Pere Corominas, esto es, pueblo por pueblo, cortijo por cortijo, mueble por mueblé ... De esta manera se intenta defender del olvido expresiones tan celebérrimas como: pollas en vinagre, gabinas de cochero, sabes más que los pollos de don Ricardo, los ratones coloraos, me cago en la Vística, más guarro que la Pingos, échale unos pitracos .... Que son una pálida muestra del lexicon santaferino, indistintamente utilizado por personas de alta y baja condición, taberneros y talabarteros, monjas jesuitinas y sacristanes de olla, castellanos y gitanos, tratantes y novilleros, talabarteros y alfayates...
[3] Las fuentes orales tuvieron como protagonistas a los siguientes santaferinos: Manolico El del Tejar, Joseico El del Rancho Grande, Pepe Pepinico, Pepe Ollas, La Pingos, Pepico Pichín, don Luis El Dormío, El Cura Pareja, El fotógrafo Cuéllar, llamado Tolosio, Bizcochito, Espantamulos, Rafael El Cuchifrito, Pepito El de los Cogollos, Braguetamierda, las Pimpollicas, Fernando Cajonera et alia.
[4] Recientemente nuestro Instituto está elaborando una biografía de esta eminente personalidad. De momento disponemos de sus Octavillas Completas, una joya de la literature panfletaire. Todas ellas se distinguen por su carácter apotegmático, sobre el que mucho ha insistido el profesor Wenceslao Roces en abierta polémica con Manuel Sacristán. La obra caleriana, al decir de don Wenceslao, se inscribe en las enseñanzas de la Fabian Society. El lector caerá en la cuenta de que están firmadas, por motivos de fácil comprensión, con seudónimo, El Caballero Audaz. Agradecemos al profesor Viceira, joven economista santaferino, que nos haya enviado esta octavilla caleriana que está a punto de ser impresa en la Antología de las Cien mejores Octavillas de la Lengua Castellana. Y dice de esta guisa:
Sanctafidesinus!
Arma virumque cano, Sanctafidesinae qui primis ab oris Hispaniam fato profugus Motrilensis uenit litora, multum ille et Terzi iactatus et alto ui superum saeuae capitalismi ob iram multa quoque et bello passus. Non ignara malis miseris succurrere disco. O dictatores, tantanae uso generis tenuit fiducia uestri? Hodie, non labor! Ave, Vir Audax.
Que fue, además, el primer llamamiento a la huelga general, en plena dictadura franquista, seguida amuchedumbradamente por toda la ciudadanía (sólo la de bien) de la siete veces heroica ciudad de Santa Fe, incluido el cese de una representación de Emilio El Moro en el Coliseo Fernando e Isabel, llamado popularmente el cine de Benítez. Se atribuye su éxito a que no fue radiada por Radio España Independiente.
Por otra parte, esta institución ha encontrado en los archivos de la Banda Municipal de Santa Fe una preciosa documentación: se trata de una breve postal que Nino Rotta dirige a Salvador El Pájaro, director de la Banda de Música, aclarando algunas cuestiones que hacen referencia a las piezas musicales que se oyen en la película Il Gattopardo, concretamente en el famosísimo vals del abrazo aristocrático entre el Príncipe y la nieta de Peppe Merda. Que dice así:
Caro Maestro, anch’io voglio partecipare nell’aniversario onomastico de Juande Calero. In realtà, la storia é semplice: quando ho visitato Láchar ho trovato che un contadino cantava una bella canzone a modo di valzer. Li domando cosa c’è. Allora, Calero mi contesta: Hola Rotta, porque tú eres Nino Rotta, ¿eh? Esto es un himno que estoy componiendo en homenaje a la Reconciliación Nacional entre un viejo ricachón y una mozuela que recoge aceitunas ¡que ya es decir! Pretendo que se acabe, además, el monopolio de El Sitio de Zaragoza. Maestro Rotta, esta basura del Sitio suena así; y la mía, ya la conoce usted.
Amico Salvatore, quando ho fatto il musicale del film, con Visconti come regista, ho pensato nel valzer de Calero; ho scritto a Juande e li dico: secondo me il tuo valzer é magnifico per la banda sonora, concretamente quando ballano Burt Lancaster e Claudia Cardinale, e si fa il patto morganatico tra il vechio e il nuovo. Puó uttilizzare la tua musica, certamente col tuo nome come autore? Grazie, oh, duca; oh, segnore; oh, maestro. Nino Rotta.
No sabemos ciertamente la respuesta de Calero. Pero todo indica que fue positiva, excepto que legó sus derechos de autor a Rotta, a condición de que el italiano los depositara en la cuenta corriente de los despedidos de la SEAT. Como momento sentimental de gran relevancia está que, cuando el estreno de Il Gattopardo, Visconti y Rotta invitaron a un grupo de santaferinos que habían participado en los primeros arreglos musicales del vals: Fueron, el autor, Juan de Dios Calero; el maestro confitero Ceferino Isla, bombardino; el barbero Santiago El Pajarito, bandurria; Pepe López, joven tarambana local, tocando las palmas sordas; el niño Pepe Luis López Bulla, como premio al ganar quién sabía más colologaritmos de memoria; y Rafael Roldán Carrillo de Albornoz, llamado amistosamente el Pancho de la Jarinilla, como compañero de viaje (aristocrático) de las fuerzas amablemente opositoras (pero al fin y al cabo opositoras) al Régimen. Tras el banquete, y en presencia del mismísimo Enrico Berlinguer, Rotta agradeció la generosidad de Calero; éste, en respuesta, alzando su vaso de spumante dijo: ‘Queridos amigos, esta delegación santaferina quiere decir algunas cosillas a nuestros camaradas del Pichí: primero, ¡nos cagamos en Filippo d’Argenti!, decimos viva Dante y Verdi; segundo, viva la reconciliación nacional, el compromiso histórico, Pero Bernáldez del Gozco y los caliqueños de Castellón de la Plana! Tras un mar de aplausos, Renato Carossone se levantó e improvisó aquello de: Oh torero, cià cià cià; tu sei de Hollyvvood, tu sei di Santafé... Así quedó pintado en las servilletas por el maestro Renato Gutusso, que ahora están expuestas en la Casa de la Cultura de Palermo.
De los apuntes transcritos por los periodistas allegados al evento destacan los siguientes comentarios: Ceferino Isla no paró de preguntar si los italianos conocían los pasteles llamados piononos; Pepe López se pasó el rato hablando de Cayetano Ordóñez El Niño de la Palma y el carácter ontológico de las medias verónicas de Cagancho; el Pajarito afirmó que Manolo Caracol cantaba mejor que Giuseppe di Stefano; Rafael Roldán recitó catorce veces el Canto Quinto del Infierno, poniendo especial acento en los amoríos de Francesca de Rimini y Paolo Malatesta; y el niño Pepe Luis les dijo a los romanos que los helados de tutti frutti del Tio de las Tortas de Santa Fe eran los mejores del mundo, provocando la lógica y patriótica indignación de los anfitriones. O sea, aut sanctaferinus frígidus aut nihil. Finalmente, Juan de Dios Calero fue condecorado con la Orden de Cavaliere della Liberazione Nazionale; su padrino, el maestro Norberto Bobbio; su madrina, Renata Tebaldi. De aquí vienen los rumores de las buenas relaciones entre el santaferino y la más grande soprano de este siglo; pero tan sólo se ha probado que Calero le enseñó a la señora Tebaldi las diferencias entre Porrina de Badajoz, Rafael Farina y el Príncipe Gitano, que cantó como nadie su aria famosa de Cortijo de los Mimbrales. En cualquier caso, algo debió ocurrir entre ambos: en su famoso recital del Covent Garden, la diva incluyó en los bises dos importantes piezas: ‘Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas’ y ‘Ay, Tani, Tani que mi Tani’, el disco más vendido en aquel año, como lo demuestra el catálogo de la Casa Riccordi. Y Calero, acompañándose de palmas sordas, cantiñea, de cuando en vez, en El Rey Chico, la famosa aria Dove andrò, la mia Euridice?
Nota para melómanos: existe una versión tebaldiana , dirigida por el maestro Faus y la Banda Municipal de Granada, traducida al italiano: Alle cove che ci sono a Granà/ son venute de terre lontane/e le nozze si faranno/nell’atrio miglior dell’Alhambra/Tani, Tani che la mia Tani. Fue el último disco que grabara la más grande, angelical y portentosa voz de mujer que haya sonado nunca jamás: doña Renata Tebaldi. Una mujer que nunca dio que hablar y que no necesitó operarse la nariz.
[5] Las relaciones entre Pero Bernáldez y la familia Borgia se remontan al compadreo entre el granadino y Pere Lluis, hijo del Cardenal Rodrigo (futuro Alejandro VI) cuando el asedio y toma de la ciudad de Ronda por las tropas aliadas castellano-aragonesas. A partir de aquel momento nuestro Bernáldez es el consejero a lontano más destacado de tan insigne familia.
[6] Está probado que Bernáldez fue converso. Lo que no se ha podido demostrar es lo que afirma Xavier Hurtado de Tébar en sus Annales Sanctafidei, esto es, que dicho cronista era natural de La Malahá y pactó con el Conde de Tendilla, acelerando los preparativos de la rendición de los nazaritas granadinos. No obstante, en la comunidad científica existe un amplio consenso en torno a la relación entre el cronista, moro o no, y la familia de Alejandro VI, de una parte, y con el Departamento de Estado de la Signoria florentina.
[7] El IES ha puesto en conocimiento de la Universidad de Granada, de una parte, y de las autoridades de Florencia que: a) Bernáldez del Gozco en su correspondencia con Maquiavelo expone, ad pedem litterae, toda la obra (incluso el título) que después el habitante de Sant’Andrea in Percussina dedicara al Medici de la época post republicana. Naturalmente todas las fuerzas políticas italianas se han unido (una alianza antinatural pues engloba a berluscones y dalemianos) denunciando a nuestro Instituto; hasta han acuñado un termino de viejas resonancias renancentistas: el documento santaferino ha sido calificado como il bellissimo inganno, aunque la historiografía adversa ha aplicado dicho nombre a los hechos gloriosos de Sinigaglia, también inspirados por nuestro Bernáldez del Gozco. Para mayor abundamiento sobre la real autoría de El Príncipe, véase alguna insinuación en Los Cuadernos de la Cárcel de san Antonio Gramsci, tal como quedan recogidos en los infatigables estudios que sobre ello publica tesoneramente el profesor Fernández Buey. En sentido opuesto está la monumental obra de Gustavo Bueno, exponente autorizado de la escuela Torre de Babel, El carácter ontológico de los santafesinos en el pensamiento de Spinoza y los anacolutos deónticos de Heidegger, editada por la Fundación Álvarez-Cascos (Editorial Gabinas de Cochero, 1924)
Desde luego, reincidimos, es prueba pacífica la autoría de Bernáldez, aunque lo más probable es que el último capítulo de tan magna obra (Exortación a tomar Italia y liberarla de los bárbaros) es de exclusiva responsabilidad del florentino. La razón parece clara: al autor santaferino no le interesaba tanto la situación estratégica de Italia como observar el nuevo paradigma que se iniciaba tras el descubrimiento de las Indias Occidentales. Lo que sabemos por recientes documentos encontrados en la John Hopkins University que indican que nuestro Bernáldez, en su correspondencia con banqueros genoveses, tras la muerte del Valentino, propuso una alianza financiera entre La Vega de Granada y Génova, creando el embrollo magistral de que ésta, Génova, era la patria chica del Almirante, y a partir de esa convergencia y unión de intereses crear un sistema de acumulación capitalista santaferino-genovés. Estudios recientes han dejado las cosas en su sitio. Según investigaciones de un historiador de Arenys de Mar (se ha de pronunciar Areñs de Mar) el Almirante era hijo de Arenys, siendo su nombre verdadero Cristòfol Colom y que su primer viaje al Nuevo Mundo no salió de Palos de Moguer, sino de Pals en la Costa Brava; sostiene, además, que el padre Las Casas era de Mataró, siendo su verdadero nombre Bertomeu Casaus, y que Sebastián Elcano era natural de Calella y su gracia era Sebastià Lo Canòs. Tiene la mayor relevancia su último libro donde expone abiertamente lo que ha sido considerado un tabú: Miguel de Cervantes era natural de Badalona, y su nombre real era Miquel de Servanç.
[8] La moderna historiografía ha querido ver un antecedente entre los alejandronos y los piononos por diversas razones: a) la familia Isla fue la creadora de ambos dulces, y b) que llevan ambos dulces llevan el nombre en homenaje a los enviados del Señor de la Salud en la Tierra.
[9] Naturalmente el IES ha enviado fotocopias de esta documentación a doctos profesores granadinos: los doctores Ruiz-Domènec y González de Molina. Lamentamos el escaso interés que la reputada escuela historiográfica atarfeña ha mostrado al respecto. La razón que se nos ha dado es que ‘ahora están liados con eso de las fuentes orales para la reconstrucción de los movimientos jornaleros granadinos del siglo XX’. Lo que nos parece lógico hasta un cierto punto, siempre y cuando empiecen de una vez a ponerse manos a la obra.
[10] En breve aparecerá el libro de actas de estas efemérides, publicadas por la Facultad de Historia de la Universidad de Minessota, a cargo del profesor don Juan de Dios Puente de los Vados y Mitchum, hijo de padre chauchinero y madre de Dakota de Dalt.
[11] Vid. Papers Santaferins, núm. 21, Arxiu Municipal de Colomers (Girona) Su web es: costaladelevanteplayaladelloret@ballentines.com
[12] Esta voz, pederasta, se utiliza en su sentido etimológico: los griegos denominaban pederastas a la profesión que hoy conocemos como notarios.
[13] Un eximio representante de la Generación del 27, Dámaso Alonso, cayó en la cuenta de que el verso estaba trucado porque, al parecer, no cuadraba bien el hiato entre la primera parte del verso y la segunda. Lo que puso en conocimiento del hijo de doña Vicenta Lorca, sin ser escuchado debidamente. Es puro contrafacto que nos preguntemos si Dámaso intuyó que la voz trucada era ‘santaferinos’. De momento todas las gestiones, cerca del profesor Baylos para que aclare la cuestión (habida cuenta de que es propietario del archivo de la bella napolitana) han quedado en agua de borrajas. Así pues, tan sólo nos queda el recurso, bien probado, de la revista Papers Santaferins que dirige el sociólogo bajollobregatense Carles Nadales i Thülmos, autorizado editorialista del diario de Verona, La Raggione.
NOTA FINAL EN CLARO HOMENAJE A PERO BERNALDEZ DEL GOZCO
Autor: Juan de Dios Puente de los Vados
Realmente causó sensación en los cuatro puntos cardinales del universo mundo nuestras investigaciones acerca del origen de la voz ‘santaferina’ tras los denodados esfuerzos de dos próceres de la localidad que fundara doña Isabel de Trastámara en pleno asedio de la ciudad nazarita para que la caspa dieciochesca auto llamada Real Academia de la Lengua Española reconociera dicha toponimia versus la voz oficial: la cursi e inconveniente voz ‘santafesina’. Los medios científicos quedaron asombrados que un tribuno del patriciado, don José Carrillo de Albornoz y Fábregas, y un arengante de la plebe, don José Luis López-Bulla y Fuentes-Quevedo, aunaran sus esfuerzos en insigne reivindicación de lo que, a fortiori, era de justicia. Las consecuencias de lo que algunos investigadores italianos han llamado il nuovo compromesso storico santaferino -un noble ilustrado y un rojo berlingueriano- junto a nuestras investigaciones historiográficas han dado ya los primeros resultados: a) Bogotá y Santa Fe de Texas han acordado ex allegato autodenominarse santaferinos, con independencia de lo que el DRAE diga o deje de decir; b) la ciudad catalana de Santa Fe, que está allá en lo alto del Montseny, ha comunicado que espera el resultado de las elecciones autonómicas para tomar una decisión, aunque el consenso de todas las fuerzas municipales es que la voz ‘santaferí’ no parece apropiada, dado que se podría confundir con los porcs senglars o porcs fers (en castellano, jabalís) que campan por sus respetos por allá arriba.
He leído atentamente el documentado dictamen de Instituto de Estudios Santaferinos y tan sólo quisiera hacer un comentario a sus recomendaciones indirectas a la autotitulada Real Academia de la Lengua que por aquí, en nuestro College, es conocida como la Real Estantigua por nuestra fracción machista y el Real Estafermo por la facción feminista. Aunque el comentario que va a continuación es estrictamente personal (y no compromete a la comunidad científica) tiene un amplio consenso de carácter oblícuo, es decir, no orgánico, pero firme en su representatividad social. Las conclusiones del llamado dictamen son un pastel más propio de Doña Rosita La Pastelera (aquel primer ministro granadino de principios del XIX, don Paquito Martínez de la Rosa) que de una institución científica. No cabe en testa racional que pueda recomendarse la cooficialidad gentilicia que entraña la cohabitación del santaferino y el santafesino. Científicamente es un garbuix sin sentido. O, por mejor decir: una burda comedia. Aquí no cabe otra solución que o caja o faja. De ahí que nuestro lema sea Aut sanctaferinus aut nihil: o santaferino o nada. Ciertamente entiendo que dicho dictamen quiera solucionar el contencioso, pero no a condición de entrar en el periclitado, y por ello inútil, consenso o cabildeo de funestas consecuencias en la república de las letras. Desde luego si el sindicalista acepta el bodrio, llegaremos a la conclusión de que algo huele a inane en la lucha de clases; y si noble patricio da su acuerdo, pensaremos que por algo será que la nobleza ha pasado a mejor vida. Y peor todavía, si el plebeyo y el patricio pactan dicha solución, dejarán a sus parciales en la más inoperante indefensión. He aquí la solución. Primero, hágase un referéndum que involucre a todos los habitantes de la ciudad, incluidos los que residen en cualquier lugar del universo. Segundo, la pregunta debería ser: ¿está usted de acuerdo con la acreditada, acendrada, acrisolada expresión ‘santaferinos’ para designar a la noble población de nuestro pueblo, o acepta usted la cursilería procedente de una lengua muerta tal como la define una improductiva institución que pagamos con nuestros impuestos santaferinos que son sagrados? Tercero, los gastos de dicho referéndum deberían ser a cargo de la Academia de la Lengua. Cuarto, el himno de la propaganda institucional, de claro contenido imparcial, serían los versos de Garcilaso, con un abandolao que añadiera la vieja coplilla: A los olivaritos / madre, me voy yo/ con un litro de vino / y un pan casero. Nota: para que salgan las cuentas hay que pronunciar caseró.
Así pues, una cuestión de tan magna importancia no puede resolverse con trapacerías consensuales sino dando voz al pueblo soberano, mediante un proceso participativo, transparente, con una pregunta clara y apartidaria, también con los medios suficientes para que los (pocos) opositores a la voz ‘santaferina’ se dirijan, aunque con cansino palabreo y estúpidos razonamientos, a quienes (cuatro gatos) quieran escucharles, y los amuchedumbrados expliquen didácticamente a sus multitudes la bella, dulce y sin par eufonía de la santeferinidad que ha sido, es y eternamente será. Más todavía, esto último en claro homenaje a nuestro Pero Bernáldez del Gozco que nos legó las conclusiones del Acuerdo del Rao entre dos excelsos, Garcilaso y Boscán, que lo cumplieron a rajatabla y un redomado mascalzone embajador veneciano que dijo llamarse Andana. De ahí que, durante todo el proceso referendario, estén expuestos en lugares vistosos los retratos de los dos poetas que, a pesar de serlo, eran amigos.
Atención a las llamadas Terceras vías, pues son capaces de plantear el miriñaque de la cooficialidad. Nada: aut sanctaferinus aut nihil.
Séame permitido pasar a una segunda, y no menos importante, consideración sobre las cosas santaferinas. Hubiera sido de desear que, dada la abundancia de notas auxiliares que el dictamen del IES contiene, se hubiera aprovechado la coyunda para ampliar la obra de Pero Bernáldez de Gozco. Y, de paso, en pura y merecida justicia, hacer una propuesta bien legítima, esto es, el levantamiento de una estatua de nuestro prócer. A ser posible en la Plaza, frente a los dos (simbólicos) poderes locales: el Ayuntamiento y la Colegiata.
Porque ¿quién era Pero Bernáldez? No hay personaje que, al menos en aquellos entonces, no tuviera su punto de leyenda. Así pues, siempre se dijo que era moro, natural de La Malahá, la villa que tuvo un notable esplendor en tiempos del Bajo Nazariazgo debido al rico comercio de sus salinas. Nada de ello está probado, aunque se empeñe en tal aseveración el joven historiador Javier Tébar; como tampoco tiene fundamento histórico que hubiera cursado estudios en la Universidad de Bolonia, según afirma el doctor Rozas Serrano en su reciente libro Los mármoles y los marmolillos, el cáñamo y el western en las tierras almerienses de Macael. No obstante, los estudios de sintaxis comparada que recientemente se han hecho, demuestran que Bernáldez tuvo una potente formación en tierras valencianas, con una serie de giros gramaticales propios de Xàtiva; de donde se infiere que sus magistri eran de aquel Reino y, con toda seguridad, gentes al servicio de la familia Borgia, concretamente de Rodrigo, conocido como Papa Alejandro VI, y por extensión de su hijo César, el famoso Cardenal de Valencia y, después, duque de Valentinois. Esto último está probado, y hace bien el IES en dar luz a tan notables relaciones.
Lo cierto es que Bernáldez aparece abruptamente en la historiografía como de los primeros residentes en la santaferina ciudad de Sancta Fides. La bastarda Trastámara le da permiso para utilizar su segundo apellido, del Gozco: una clara alusión a la conocida Alquería donde se asentó el primer campamento militar de sus Católicas Majestades. Y es, desde este lugar, donde concibe sus proyectos, envía su correspondencia y pone intelectualmente los primeros cimientos de la santaferinidad. Todo un personaje que influye decisivamente en Maquiavelo, en la forma que hemos relatado anteriormente; pero también en notables estadistas, como Castiglione, Guiciardini y Bembo, además de insinuar, ya muy posteriormente, el núcleo orgánico de Cesare Beccaria. A retener que, según se ha demostrado, nuestro hombre es tatarabuelo de don Mateo de Lisón y Biedma, uno de los arbitristas más sobresalientes del siglo del Conde-Duque, y natural de la santaferina patria.
Ahora bien ¿en qué consiste el santaferinismo de Pero Bernáldez? Es cosa importante, ya que el IES sólo relata (y no es cosa lógica) los aspectos que se refieren a la pugnaz polémica que en torno a la toponimia enfrenta a los más con los menos. Varios son los rasgos centrales del pensamiento bernaldeciano. A saber,
n el modelo económico: la tierra debe ser parcelada ‘ni de manera microscópica, ni en lato fundio’ con la idea de promover un sistema santaferino-genovés de acumulación capitalista;
n el sistema social: regímenes de propiedad agraria de cooperación económica, basado en las conserterie florentinas;
n estructura institucional: régimen demótico-participativo con elecciones anuales por sorteo para todos los cargos municipales;
n paradigma cultural: promoción y defensa de la lengua santaferina en una geometría de cooficialidad con el idioma del maestro Nebrija.
El sistema santaferino-genovés de acumulación capitalista ha sido estudiado recientemente por economistas de gran relieve. Los primeros trabajos datan del interés que puso en ello la primera escuela austriaca del valor y, posteriormente, el maestro Schumpeter: todos ellos visitaron la ciudad de Santa Fe para bucear en sus archivos municipales. Yo mismo tuve la ocasión de conversar largo y tendido en Albolote con el profesor Carlo Maria Cipolla, aunque a lo largo de tan relevante coloquio destacados exponentes de la escuela historiográfica de Atarfe mostraron sus dudas acerca de la validez del término. En todo caso, la comunidad científica (excepto algunos dubitativos) constatan que in nuce dicho modelo tiene una dinstinguida y pacífica vertebración histórico-económica. Que interpretando cabalmente a Bernáldez, se basa en:
n necesidad de una acumulación de capitales del agro a la industria, preferentemente alimentaria y, de ahí, a la circulación monetaria;
n préstamos con interés, con el objeto de que tales operaciones no queden en manos de los banqueros flamencos y alemanes;
n establecimientos de Consulados Santaferinos en las Indias Occidentales, en los territorios hanseáticos y el incipiente gran mercado holandés;
n creación de una moneda de cambio internacional, llamada el genil como elemento de transaciones comerciales supranacionales;
n la triple contabilidad, como elemento corrector de las dificultades que, dadas las nuevas circunstancias, estaban implícitas en las enseñanzas de Fra Luca Paccioli;
n control de las entidades financieras mediante la participación en sus órganos de gestión de quienes sepan leer y escribir;
n creación de la Banca Santaferina como administrador de la Real Behetría Santaferina,
n puesta en funcionamiento de una Alta Escuela de Materias Económicas: un claro anticipo de lo que el sacerdote napolitano dom Antonio Genovesi, muchos años después, creara en la Universidad de Nápoles la primera Facultad de Economía del mundo,
n estímulos a la innovación de máquinas e instrumentos: el más destacado fue la invención del chambao, sobria edificación, muy representativa de la arquitectura santaferino-industrial.
La genialidad de Bernáldez consistió en buscar una relación de adecuadas alianzas con los genoveses que eran los únicos que podían, en principio, aportar los primeros capitales y las enseñanzas socioprofesionales (diríamos hoy) para tan magna operación. Que el planteamiento bernaldeciano sólo pudiera durar un siglo se debe a factores que han sido estudiados por Fabián Estapé y, en mayor medida, por el profesor Josep Fontana. Este último expresa, en apretada síntesis, que el modelo santaferino-genovés se puso en marcha cuando los holandeses empezaron a emerger y los genoveses estaban ya de capa caída. Pero el catedrático barcelonés insinúa que fue la Inquisición, en sus disputas con el Cardenal Mendoza y Fray Luis de Granada, quien entreveró las realizaciones y las instituciones financieras santaferinas. Por nuestra parte, sólo hemos de referir que Bernáldez nunca citó a autores religiosos en sus obras, ni siquiera al millonario Tomás de Aquino: una laicidad que podemos observar en Maquiavelo quien no se refiere a texto religioso alguno. ¿Podemos adelantar que esta es una de las (muchas) razones que explican el olvido de Bernáldez en la historia española? Afirmativa es la respuesta de un autodidacta local, Juan de Dios Calero, que al respecto en su obra magna Cartas belgas afirmaba: La clerigalla y el beaterio siempre intentaron, con perdón, darle por culo al insigne Bernáldez.
Que hablemos de grandes personajes, no empece que nos detengamos un momento en explicar a presentes y futuras generaciones algunas cosas (tan sólo las más preclaras) de este muy ilustre santaferino, Juan de Dios Calero. Así pues, me veo obligado a redimensionar la personalidad de Calero porque el Instituto ha dado una versión (no digo que falsa, pero sí limitada) exclusivamente politicista, como arrimando el ascua a su sardina. De ahí que haya (¿conscientemente?) olvidado el carácter polimórfico, universal y multifacético de nuestro Juan de Dios Calero, ¡que es de todos!
Persona autodidacta, hombre formal y recto, elegante en su interior y atildado en el vestir; fue, además, el coleccionista más contumaz de multas de la Benemérita por su obsesión de conducir el coche con el código de circulación de Bruselas. Y famoso porque escribió un tratado de cómo lucir el sombrero que muy pronto fue puesto en práctica por personalidades de las letras y las artes: desde don José Ortega y Gasset a Pepe Pinto, el marido de la gran Pastora Pavón, Niña de los Peines. El mismísimo Frank Sinatra tomó clases particulares de Calero cuando la visita del cantante yanqui a Cogollos Vega (mientras bebía los vientos por Ava Gadner, que le daba achares con Mario Cabré), y se cuenta con admiración aquel annus mirabilis de Calero como asesor personal de Yves Montand, Gerard Phillipe y don Vittorio de Sica. No lo pudo ser, empero, de Juan Veintitrés porque el beaterio santaferino se opuso por entender que Calero era partidario de la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura, y de substituir la simbología del yugo y las flechas por la del almocafre y la olivetti rápida. Eximio personaje Juan de Dios Calero (de los Calero de Santa Fe de toda la vida) que escribió un breve (y suculento) opúsculo, titulado Los tres Notker y Hermann El Cojo, una reflexión sobre el tiempo en los pueblos de la Vega del Genil. De esta manera pasaron al conocimiento común las reflexiones de un tartamudo, un grano de pimienta, un oso bezudo y un cojo. Este ensayo filosófico fue puesto en el Index santaferino de libros perseguidos (Index sanctafidesinus librorum peccatorum) elaborado por los curas Gómez Polo y Gaspar Quevedo y un seminarista falangista (experto en colocar medias lunas en la frente de maridos y novios comarcanos de humilde condición pecuniaria), aunque con el voto en contra de don Luis El Dormío y don Salvador Pareja. Lo que más chocó en el anatema sit de la mayoría del curato santaferino fue su tronadamente tronera, truculenta y tridentina línea argumental: rechazamos que el susodicho Calero haya osado acuñar un neologismo, el tan repetido ‘cucurumbillo’ pues es sabido que si las palabras tienen dueño, éstas pertenecen a la Santa Madre Iglesia y no al vulgo iletrado frecuentador de tabernas tan vulgares como el Mau Mau. Se ignora el argumento del Cura Pareja en su oposición a la condena; el voto particular del cura Dormío, un ilustre latinista local fue el siguiente: las palabras son de quienes las trabajan, y ‘cucurumbillo’ es sobre todo un hallazgo que respeta cánones latines (ciceronianos, se diría) al proponer un hiato entre cucurum (la parte de arriba) con la propuesta popular de ‘billo’ sobre la que no cabe insistir en su carácter de improvisación lúcida y de un plasticismo que sólo se puede encontrar en las tierras de la Vega. Ahora bien, comoquiera que una palabra es, simultáneamente, voz y grafía, Calero se preocupó de dotarla de la mejor manera. Por ello escribió a don Luis Miranda Podadera, preguntándole si tal expresión se escribía con elle o con i griega. La respuesta del normalizador de la lengua castellana fue: ‘Como usted quiera, maestro Calero; pero tengo para mis adentros que la elle es más educada y señora; le sugiero, pues, que se escriba cucurumbillo. Por cierto, don Juan de Dios, en el anatema en que le dirige la mayoría del curato santaferino han cometido diecisiete faltas de ortografía; la más estridente de ellas es que han escrito ipecacuana con hache, a pesar de que el maestro Covarrubias dejó dicho que era una excepción a las palabras que empiezan por hipe. Su devoto, Miranda Podadera’. Más todavía, en el tratado que comentamos, Juan de Dios Calero establece una tipificación de las estratificaciones sociales santaferinas sobre la base de las siguientes categorías poblacionales: gordos, medianos, medianicos, pobreticos y jambríos. Excepto la primera, los ‘gordos’ (de fuertes resonancias florentinas, il popolo grosso), el resto es de la más atinada terminología del santaferino demótico. Otrosí, precisamente por ser ateo, jamás blasfemó sacrílegamente; todos sus votos y denuestos se orientaron en una profunda dirección laica, por ejemplo: ¡me cago en el Tratado de Verdún del año 843!, ¡me cago en el encuentro de Canosa!, ¡me cago en el seis doble! Y otras exclamaciones similares. Así pues, nunca la Virgen del Pincho, ni el Cristo del Paño, que se venera en Moclín, ni mucho menos san Gregorio Nacianceno sufrieron molestias algunas por el insigne, preclaro y egregio Juan de Dios Calero, llamado en otras latitudes del imaginario santaferino el Maestro de Cómo Llevar el Sombrero. Lo que se deja anotado para general enseñanza como elemento de deconstrucción pedagógica de todos los pensiles floridos habidos y por haber. Por último, puestos a glosar las relaciones de Calero con Nino Rotta, no hubiera estado mal que el Instituto hubiera publicado las coplas que el maestro italiano le hiciera con letra de Alberto Moravia, que dicen así:
Cómo luce el sombrero
¡ay!el maestro Calero.
Allá en los Bermejales
cantando va por verdiales
y con mirada artística
se caga en la Vística.
Ay, cómo luce Calero
las alas de su sombrero.
Ni Baldomero Espartero
ni el Triángulo Escaleno
lucen el ala del sombrero
como Juan de Dios Calero.
Hasta ahora hemos exhibido la fisicidad práctica de Bernáldez, sobre el que ya va siendo hora de volver. Nos preguntamos si no va siendo hora de hacer un breve elenco de las categorías teóricas que el maestro Bernáldez aportó a la común nomenclatura de las ciencias económicas. Sea:
n el maximín santaferino, esto es, la síntesis entre el máximo de renta agraria y el mínimo de capitales financieros para proceder a una primera acumulación capitalista;
n el óptimo santaferino, o sea, aquel teorilema que, indebidamente, se atribuye a Wilfredo Pareto, un bribón de armas tomar;
n la campana (santaferina) de Chiquilín, que impropiamente fue denominada posteriormente Campana de Gauss;
n la teoría santaferina del valor: t – g – t’, siendo t la tierra, g la moneda llamada genil y t’ más tierra todavía, que un tal Moro copió de manera descarada y vergonzante;
n hoja de ruta santaferina, o lo que es lo mismo, los itinerarios de las finanzas desde todos los puntos de la mundialización a cualquier lugar;
n intervención preventiva santaferina, es decir, el acto financiero que pasa de ‘ser potencia’ a ser ‘acto interviniente’.
En relación al lenguaje jurídico-institucional, Bernáldez introduce un neologismo de fuerte relevancia política. El avisado lector sabe que dicho concepto es el de demotía, una idea que Maquiavelo no utilizó en su secuestrada apropiación de las obras de nuestro compatricio, seguramente por parecerle demasiado arriesgado. Pero Bernáldez opina textualmente en uno de los documentos que están a nuestra disposición que:
Caro maestro Maquiavelo: Parésceme que el conceto de ‘soberanía’ no cuadra con lo que ontológicamente es la florentina nación o Génova o Milán o Venecia. Si en tales repúblicas no existe rey no corresponde hablar de soberanía, porque non existen soberanos, sino instituciones de otra guisa. De do infiero q es un lenguaje imperfeto el que vos, caro Niccolò, ha utiliszado en su misiva a éste su amigo. Lo que le manifiesto a raiz del manuscrito que me ha enviado sobre ‘Los discursos de Tito Livio’, lo que me complace por la coincidencia con lo que yo pienso (et digo et escribo) desde tiempos pasados. Con más o menos imperfección (nadie es perfeto: una expresión que he oído a un lansquenete austriaco llamado Guillermo Bilder que hace las vezes de capitán de la Sancta Hermandad de por aquí) las repúblicas de la sempentrional natío italiana no ejercen soberanía, ítem más, hablar de soberanía popular es o un solecismo o un anacoluto o un oxímoron o todo junto a la vez. Por ello, le propongo que lo que ustedes llaman impropiamente soberanía pase a definirse como demotía, y aunque demotía popular sea una redundancia, es al menos claro: una intencionada redundancia. Usted me ha calificado como letraherido (una expresión que seguramente ha copiado usted del lenguaje valenciano de los Borgia, lletraferit), pero las palabras en tanto que significantes tienen su significado, su propio aticismo. Por eso no entiendo por qué opina que cuando hablo de participancia, usted opone el de participación. La participación es la actividad plena de la actividad organizada del popolo en los asuntos del Estado; ustedes los florentinos han avanzado, especialmente tras la traición que hicieron al movimiento Ciompi en el siglo pasado. Ustedes no tienen participación sino participancia, es decir, una sucesiva y escalonada intervención a modo de compromisarios. Que no es poca cosa en los tiempos que corren, pero que no se ajusta cabalmente a lo que entendemos como participación activa et inteligente, expresión que he aprendido de un comerciante con luengas barbas (judío por más señas) de Tréveris que vende miel de caldera por la Vega de Granada y me ha confesado en secreto que ‘la religión es el albondón abocado del pueblo’. Un radical, en efeto. Aunque le debemos el conocimiento de algunos entresijos de la economía pues se empeña en meternos en la cabeza una extraña fórmula: m-d-m’ y d-m-d: dice que recorrerá, cual si de fantasma se tratara, Europa. Le saluda, en esta santaferina ciudad de Sancta Fides, Bernáldez.
Ahora bien, de todo el pensamiento bernaldeciano lo menos conocido es, tal vez, su proyecto de europeidad. Es gracias a la tesis doctoral de Jordi Solé Tura (El empiriocriticismo europeo en Pero Bernáldez del Gozco: dos pasos para atrás y ninguno palante) se menciona hasta qué punto los planteamientos del ilustre santaferino fueron copiados inescrupulosamente por Beaujolais, el conocido socialista utópico francés, en su tratado Sobre la reorganización de la sociedad europea vitivinícola. No deja de ser sangrante que los santones europeistas del siglo XX hayan ignorado, a sabiendas y queriendas, a Bernáldez, aunque a decir verdad tampoco se han referido al protosocialista Bachus Beaujolais: toda una cultura digna del maestro Giovanni Palomo, natural de Santo Vincenzo di Montalto. Solé Tura, afortunadamente, nos ha relatado una considerable parte de la doxa europeista bernaldeciana:
n creación de la Procuradoría Europea (algo así como un Parlamento) de todas las naciones con cien mil diputados, elegidos por quienes sepan leer, escribir y hacer castillos de quebrados, con sede en Santa Fe;
n moneda única europea, el genil, cuyo cambio en el momento presente -se trata de antes de entrar en vigor la euromoneda bernaldeciana- es: un genil equivale a cincuenta maravedís castellanos, ochenta llardons catalanes, doscientos florines de Florencia, setenta ducados venecianos, catorce genovinos, dos millones de jalufos de Fez, ...
n Cartapacio de Derechos de la Gente (Codex gentium), algo así como una Constitución europea;
n Un Tribunal de Apelaciones con sede en Santa Fe, con ochocientos jueces en proporción inversamente proporcional a la población de juristas, rábulas, telonarios y togados de cada país europeo. Más un Tribunal de Cuentas, con sede en Santa Fe, dotada de tres mil contables y siete mil quinientos catorce profesores mercantiles;
n Una Mesnada Europea, cuyo Alto Estado Mayor residiría en Belicena: toda una fuerza de paz frente al Turco y siempre vigilante de los movimientos que vienen del Campo del Moro.
El avisado lector sabrá a qué atenerse. Toda la literatura de la Unión Europea no es otra cosa que calco burdo y vulgar de los planteamientos del maestro santaferino.
Por último, hemos de reconocerlo, poco se sabe de la codificación que Bernáldez dejara escrita acerca del idioma santaferino. Poco se sabe, decimos, aunque una parte de la correspondencia de Pompeu Fabra con el medievalista catalán Ramon María Alós-Moner indica que la metodología (en sus aspectos substanciales) que aquel utilizó para normalizar la lengua catalana está inspirada en la heurística de nuestro Bernáldez. Así pues,
Estimat amic Ramon-Maria, vull posar en el seu coneixement que sabem que un il.lustre santaferí, Pero Bernáldez del Gozco, és l’autor d’una metodología fecunda. Parlo d’un lingüista del segle XVI que ha creat una llengua que els nadius anomenaven santaferino, sobre la base d’una barreja de paraules àrabs i castellanes. Aniré a Santa Fe per a descobrir el significat d’aquestes: albéitar, malafollá, tejeringos, joioporculo, pipirrana, altarico, retotoyúo, parapanda, ánimicasbenditasdelpurgatorio, zeñordelazalú, tabenna i d’altres que mostren la rica facundia de la santaferina parla. Una abraçada, Pempeu.
P/s: Escolti, Ramon-Maria: he conegut a un xicot de Mataró que defensa la tesis de que el fordisme està de capa caiguda: ¡ximpleries! I més encara: inisteix que la innovació tecnológica es més determinant que les noves relacions laborals. I m’ho diu a mi mateix que sonc ingenyer. Qué en saps de tot això? La meva pregunta és: al Medio Evo ¿les invencions mecàniques foren més determinants que les encicliques pontificies? Et saluda ben cordialment, Pompeu
se demuestra, a las claras, que el normalizador de la lengua catalana estudió a fondo los giros idiomáticos de la Vega de Granada. En todo caso, el maestro Fabra, de fuerte inspiración anglosajona, obvió (seguramente con la intención de enmarañar las cosas) la etimología santaferina y tradujo las voces anteriores en: veterinari, mala dèria, xurros, dat pel cul, amanida, batlle, altiu, canigó, altiu, Mare de Deu de Montserrat, pub... Algunas de las cuales no responden sino a un estulto carácter autárquico y otras que no ha sabido precisar. Lo que no es de extrañar, pues el maestro Corominas se empeñó en atribuir a la palabra chiruca un origen euskaldún, cuando realmente era un homenaje del inventor de la bota excursionil a su santa esposa, llamada familiarmente Chiruca, por su origen asturiano.
Punto verdaderamente final. Todas estas consideraciones serán ampliadas cuando vaya a Santa Fe a participar en el referéndum, de momento espero acontecimientos aquí, en los USA, pues estamos a la espera de la convocatoria de los caucuses para la nominación de Harry Belafonte como candidato a la Presidencia de América del Norte por el nuevo partido, The Santaferino’s Party. Y, como dijera nuestro don Fernando de los Ríos: ‘Santafé, Santafé; siempre serás Santafé. O por mejor decir: Aut sanctaferinus aut nihil.
Abrazos pegajosos (dado el calor y bochorno -en lenguaje santaferino sería bochonno- que tenemos en los Estados Unidos) que no me dejan pegar ojo en estas noches estrelladas. Vale.
Vuestro, Juan de Dios Puente de los Vados & Mitchum
En Santa Fe (New México) 10 de Agosto de 2003, según el Calendario Paleomerologitano.
P/s. Se me olvidaba un pequeño detalle: les envío un cuento breve, cuya autoría se atribuye a Juan de Dios Calero. De hecho encontramos esta breve narración en la biblioteca del maestro Umberto Eco, a quien le agradezco que nos dejara hacer una fotocopia. Y dice así.
LA PALABRA RESUCITADA
Un breve cuento del maestro Juan de Dios Calero
El viejo alfayate, ahelgado hasta la irreverencia, cojirrenglo de solemnidad y pelitaheño por dudosa herencia, no sabía cómo hacer acomodar su tagarnina. A su parecer, le era necesaria para darle achares a la mujer del talabartero; por eso, en ausencia de galenos, acudió al antiguo albéitar, pues no podía estar sin pasarse su diaria ración de chasca: así de exigente era su coleto. Amigo de murciar, aunque con fama de hacer alicantinas, el vejancón tenía en los cuernos de la Luna a media docena de mujeres casadas, tres pares de pollitas y cuatro dueñas del lugar. Pero sólo bebía los vientos por la mujer del zurcepieles. Una mujer de bellos acais y la mar de ingeniosa: había levantado una gran admiración en el pueblo jornalero porque le puso al mango del almocafre unas cuantas tiras de badana que pronto se extendió por los cuatro puntos cardinales de los infinitos puntos cardinales de la Rosa de los Vientos; también fue la más ducha zahorí en las lindes de todas las vegas con todos los secanos de aquellas tierras de Parapanda. El viejo alfayate no podía seguir siendo, especialmente por ello, el más espeluznante ahelgado que vieron los tiempos pasados, los de hogaño y posiblemente los venideros.
Para cambalachear con el albéitar el precio del arreglo, el viejo pingo llevaba en el cerón seis torcaces, seis estrébedes y seis litros de blanco pasto. Se diría que no estaba nada mal como trato: siempre tuvo ojo de buen cubero para domésticos apaños.
Era así de nacimiento, y por ello tenía como mal nombre el Ajergado, que siempre le dijeron por detrás y nunca por lo derecho. Con una excepción: la de Joseíco El Cuchifrito que, con la palabra bebida, se lo endilgó un día de San Eugenio, cuando la noche languidecía y renacían las sombras. El viejo alfayate le quitó de repente el escardillo al malhablado y le hizo en el cogote diecinueve porcinos; a renglón seguido, el agresor dobló la esquina, parsimoniosamente, con esa indiferencia que tienen las personas de provecta edad por las consecuencias de sus actos. Nunca volvió a la carga el tal Joseíco, a quien el viejo alfayate llamó, a partir de tan famosa coyunda palicera, Pepico Porcinos. Lo que viene a demostrar, por si alguien no lo sabe, que los apodos tienen su origen en situaciones de lo más diversas, y que la mancha de un viejo mote con otro nuevo se quita.
Pero lo cierto es que su condición de ahelgado le trajo también algunos buenos momentos: podía interpretar a capella el solo de tromba de la Marina, una pieza donde el maestro Arrieta se lució muy de veras. O incluso podía simular el azote del levante contra los mechinales cuando intentan crecer al galope tendido muy cerca de la Puente de los Vados. Por no decir el lucimiento de su cantiñeo cuando iba, mentalmente, de vano en vano ya fuera intentando inhalar la aguja o hacer dos o tres pespuntes arreglando aquel terno de su compadre el alarife Frasquito Espantacabras. Pero el estafermo no podía aguantar que su tagarnina temblara en su mal lugar ni los aires de estupor del mujerío aldeano. Imitando el sonido de la tromba quedaba como un señor haciendo la tertulia en la vieja tahona mientras los operarios doraban las teleras para la venta; y simulando el sonar de los mechinales hacía las delicias de la hermana tornera en la puerta del Convento de las Monjas Egipcíacas. Pero la estantigua no tiraba bien de chasca ni la mujer del talabartero le miraba como Dios manda.
Así es que, después de ensuciarse en la Vística unas ventisiete veces, tomó la gran decisión: me arreglo el asunto de una vez por todas, ¡y que le vayan dando por culo al solo de tromba y a los mechinales de la Puente de los Vados! Al fin y al cabo, como alguien ha dicho, la música perjudica gravemente la salud, mientras que mi tagarnina, si estuviera en su sitio bien puesta, es algo magnífico. Y sin pensárselo quince mil cuatrocientas quince minutos, cogió la margen izquierda de la acequia Gorda, luciendo el sobretodo un tanto añoso y con un cerón al hombro se dirigió donde el albéitar que también hacía informalmente las veces de galeno. Mientras tanto, aprovechó la ocasión en pensar en las mujeres del lugar: Caño Santo, Regla, Pincho y Pasmo, todas ellas con nombres de vírgenes que, todas ellas, son madres de Dios; en Juliana y Semproniana, en Olalla y Tribulia, vírgenes carnales que defendieron sus chichas frente a una caballuna caterva de mílites chusqueros de improbable virilidad. Por alguna razón todavía no aclarada, el caso es que nuestro ahelgado se puso a pensar en unos extraños guarismos que había visto en un libro misterioso; lo había recibido como pago por arreglarle la sobrepelliz a un chantre que pasaba las canículas en la casa de al lado. Fibonaci era el libro y quien lo escribió: hablaba de la reproducción de los conejos.
Se dijo: cierto seise encierra una pareja de conejos. ¿Cuántas parejas de conejos habrá en un año si se supone que todos los meses cada pareja engendra una nueva pareja que, a su vez, puede reproducirse a partir del segundo mes? Bien pensado podía echarle una apuesta al gremio de alarifes; si lo resuelven les pago un buen companaje, en caso contrario me hacen el arreglo de las algorfas. Sabía que daría con la tecla porque los viejos alfayates aprovechan mucho el tiempo en estos pueblos, y de la misma manera que (según dejó dicho un santo Antonio de Cerdeña) un corrector de pruebas puede trabajar y, al mismo tiempo, pensar en la liberación de su guilda, así yo puedo pasarme el día inhalando preferentemente con la dalia y, a la vez, calcular el antilogaritmo de siete millones doscientos cincuenta mil catorce coma setenta y ocho; este santo Antonio miraba muy alto, pero en mi parecer no atinó en eso; en cambio, un servidor es capaz al unísono de estar en misa y repicar. Ah, ¡qué belleza tienen los guarismos de Fibonaci! Ni siquiera Los cuatro muleros, que cantara el Niño de Marchena, llega a igual lontananza. Pero, además, demuestran que estas invenciones sirven para mucho. Con estos guarismos yo estoy en condiciones de saber qué proporciones tendrá, dentro de un año bisiesto, mi granja de conejos, y de esa manera puedo comprarme una dentadura postiza. Desde luego, no entiendo por qué el viejo Euclides se puso como un pavo real cuando, al descubir los números primos, se dijo: ¡qué maravilla, no sirven para nada! Lo que es asaz falso, pues aplicados convenientemente yo conseguí acertar en el cupón de los ciegos corriendo el año de la muerte de don Juan Belmonte, que se pegó un tiro en la sien porque ya no se le empinaba alejandromagno.
Y con la misma elegancia que se levantan los bueyes del agua de la acequia Gorda, así caminaba despaciosamente el viejo alfayate: con el calañés en su lugar descanse; con el cerón en el sitio adecuado; con unas unas antiguas antiparras, acomodadas suso sus napias; y unas abarcas ayuso sus piés. Dejó atrás la nueva almazara y la casa de Ricardo, el recovero que, de cuando en vez, hacía de cosario diplomado. Y con el mismo regomello que aprientan los fríos de Moclín, el anciano ahelgado se dice explica para sus mientes que una cosa es la sinalefa y otra (muy distinta) es el sinalagma, aunque sí tienen mucho que ver las espingardas con los anacolutos del padre Ripalda.
A eso de la mitad del camino (y sin tirar membrillos redondos que pusieran la acequia de color amarillo) el viejo alfayate no daba por donde tirar; quiero decir que no se acordaba de la casa del compadre albéitar. Y, poniéndosele la cara de gualda encendida) no tuvo más remedio que preguntar a un mozuelo:
n A la paz de Dios ¿dónde está la casa del albéitar?
n ¿Qué dice usted, buen hombre?
Pasaron cinco lustros y nadie daba razón. ¿Qué es un albéitar, de qué me habla, buen hombre? Y todas esas cosas. El anciano ahelgado, en puertas del desespero, encontró al fin a un joven, recién llegado de tierras lejanas.
n A la paz de Dios, mozuelo, ¿dónde esta la casa del albéitar?
n A usted le estaba yo buscando, buen sastre. La casa del veterinario está a la vuelta de aquella esquina.
Sanseacabó, 23 de Floreal de 1789
El paciente lector conoce perfectamente que el término ‘santaferino’ ha sido utilizado ab urbe condita por todos los habitantes de la capital de la Vega de Granada, la siete veces ilustre ciudad de Santa Fe. Ahora bien, en un momento dado (poco más de diez años) surge la voz ‘satafesino’, preferentemente utilizada por las instituciones políticas, violentando el conocido postulado funcionarial tranquilla non movere, o sea: no hay que zarandear lo que está en reposo. Es a partir de esa nueva situación cuando el doctor Carrillo[1] se siente en la fundada obligación de llamar la atención que se ve acompañada por un libro de recuerdos de un compatriota, José Luis López Bulla, que de forma letraherida, insiste en la terminología ‘santaferina’. La polémica subió de tono cuando López Bulla reprochó a don Rafael Rodríguez Alconchel, en un histórico e-mail, que utilizara el término ‘santafesino’; la respuesta del antiguo Concejal de Hacienda fue expresis verbis: Tanto monta, monta tanto; es igual. Todo indicaba que algo cambiaba en los giros semánticos de la Vega, tal vez al socaire de los nuevos tiempos de civilización y que los americanismos invadían la vetusta sintaxis de la Vega[2]. Parecía claro que esta Institución, el IES, no podía quedar marginada de tan agreste polémica, muy en especial cuando unos y otros invocaban dispares criterios y argumentaciones confrontadamente antagonistas. Así es que movimos Roma con Santiago (o por mejor decir: El Jau con Albolote) y procedimos a sesudas y, con frecuencia, extenuantes investigaciones. En primer lugar, se recurrió a la necesaria heurística de las ‘fuentes orales’[3] y, a continuación, abrimos el portalón de legajos, polvorientas carpetas y documentos diversos. Todos ellos indicaban que el gentilicio carrilliano, esto es, ‘santaferino’ gozaba de todo el predicamento, así en el universo demótico como en el planeta académico. Sin embargo, quedaba la duda de por qué, recientemente, las autoridades municipales y la prensa capitalina empleaban el vocablo ‘santafesino’, distanciándose tanto de la noble elocuencia como del mester de menestralía. Nuestra primera conclusión, no mediatizada por ningún tipo de intereses, fue siguiendo las venerables tradiciones: santaferino es una voz que puede y debe ser empleada en todos los territorios del lenguaje; es una expresión que da cabal luminaria a todas las literaturas coloquiales, del arte y de la investigación. Es un vocablo que puede (y debe) tener sensata cabida en torno a la mesa de camilla y la taberna, el confesionario y la sacristía, en la arenga del piquete informativo de la huelga general y en todo tipo de anuncios televisivos, en el Almanaque Zaragozano y en las Tablas de Logaritmos; la voz ‘santaferino’ puede, en fin, ser utilizada tanto por el maestro Lázaro Carreter como por don Johan Cruyff.
Pero ello nos provocaba un indisimulado interés científico: ¿cuándo, cómo y por qué empezó a hablarse de ‘santaferinos’? Y, todavía más, ¿por qué la Real Academia habla oficial y únicamente de ‘santafesinos’? Ya que si tan docta institución lo hace, no hay motivo para desconfiar de aquellos que, como Cerbero, custodian la limpieza, el brillor y el esplendoreo de nuestra nebrijana lengua. Aunque, por el momento dejaremos en el aire esta inquietud: Qui custodiat custodes? Que fue, y es todavía, una interrogante de complicada solución.
Nuestros gajes de oficio obligan a que empecemos justificando lo que denominaremos rigore de conserteria, esto es, las razones de la Real Academia, máxime cuando dicha vetusta
De otra parte, nuestros estudios buscaron la legitimidad primigenia de la voz ‘santaferina’ y, más todavía, su potente arraigo (exclusivo, diremos) popular, dicho sea en su sentido más amplio. Pues herederos de las grandes familias del patriciado local siempre hablaron de la cosa santaferina, y tal hizo la mesocracia local junto a los pauperes solemnitatis, y no menos los exponentes de la marmiglia comarcana la usaron en sus coloquios e idiolectos tradicionales. Por no hablar de recetas de cocina que se han encontrado, manuscritas por doña Vicenta Lorca, maestra de escuela (y madre del poeta) que, como es sabido, era hija de Santa Fe y siempre habla de la ‘pipirrana santaferina’, plato que entusiasmaba al autor de Poeta en Nueva York y a don Federico padre. Y definitivamente, glorias de la vieja Alquería del Gozco (la celebérrima bailarina Consuelo Tamayo La Tortajada, el ciclista Pérez Garzón, el mártir Muñoz Arévalo, el cura vascongado don Gaspar Quevedo, tío de un conocido sindicalista santaferino, el
Ahora bien, nos place comunicar a los diversos litigantes que finalmente dimos con la tecla. No se trata de leyendas sino de veraz y fundada documentación. Comoquiera que no queremos trastornar al lector reproduciendo la sintaxis de principios del siglo XVI, explicaremos puntillosamente el contenido de la carta de un cierto hidalgo converso, Pero Bernáldez del Gozco, al parecer confidente del Duque Valentino cerca de la Corte de sus Católicas Majestades cuando los fastos in anno Dei MD en la ciudad de Granada[5]: el famoso Tratado de Granada que preveía que el reparto de la Italia meridional entre franceses y españoles pronto sería papel mojado, tal como había previsto el mismo Bernáldez. Con tal motivo, el susodicho acuñó un apotegma que en su tiempo no fue realmente bien comprendido: Esos galápagos temen perder lo que ya no aman. Mucha agua ha pasado bajo las puentes del Genil para que tal expresión del consejero pudiera ser interpretada pacíficamente, pero seguir tan interesante disertación distraería indubitablemente el carácter de este dictamen[6].
Queremos significar que Bernáldez, auténtico agente secreto del duque Valentino, cuenta con una nutrida correspondencia a sus jefes: primero con César Borgia, después con Giovanni delle Bande Nere y finalmente con algún que otro magistrado de la Florencia, primero republicana y después de la restauración medicea. Pues bien, de tan nutrido y espectacular epistolario hemos descubierto no pocas historias que explicarían lo que hasta ahora han sido importantes incógnitas del mosaico italiano de la época. No obstante, dos asuntos parecen ser de la mayor significación: uno, el relato del origen de la voz santaferina; otro, la autoría real de la obra De principatibus, hasta ahora atribuida a Niccolò Machiavelli, y que el moderno lector conoce como El Príncipe; esta segunda cuestión no parece tan interesante como la primera (al menos para la intención de este informe), aunque está llamada a crear una cierta convulsión entre los modernos estudiosos del florentino: Giuliano Procaci y Maurizio Virola, y que hubiera provocado el estupor de un jurista tan notorio como Benedetto Croce; pero esto ‘no toca’ en este momento, y lo dejaremos aquí[7]. En todo caso, sirvan estas líneas para recordar lo que ya es común acervo de la comunidad científica internacional: el autor de El Príncipe no es otro que nuestro Pero Bernáldez y fue Sancta Fides el solaz donde se concibió tamaña obra, seguramente en su residencia muy cerca del paraje que en la actualidad parece coincidir con el conocido bar llamado La Gloria, según unos, aunque otras opiniones afirman que el lugar era el término conocido en la actualidad como el Cortijo Remolino.
El consejero del Valentino, Pero Bernáldez, en una de las cartas que envía a su patrón le expone: 1) notas sobre la psicología de don Gonzalo Fernández de Córdoba; b) una reseña de los curatos granadinos y sus posibles simpatías con Alejandro VI, a raíz de sus pugnas con el Cardenal Giuliano della Rovere; c) un extracto de la conversación entre il Navagiero -el embajador veneciano- Garcilaso y Boscán mientras paseaban despaciosamente por las Madres del Rao, que nos darán la luz para lo que aquí interesa; y d) unas recetas de fina repostería, entre las que figura cómo hacer los ricos dulces que los lugareños llaman alejandronos en honor de Su Santidad, Alejandro VI, padre del Valentino[8].
A efectos de aclarar lo que motiva nuestra investigación, dejaremos de lado aquellas consideraciones que no vengan al caso. Acoplamos, como ha quedado dicho, al castellano actual el redactado de la carta de Bernáldez a César Borgia[9]; dejaremos de lado los asuntos de Estado y alta política para no distraer a quienes nos han encargado este informe.
Y paseando los tres dichos caballeros por un lugar que los villanos llaman Madres del Rao, il Navagiero (embajador de la Serenissima en aquesta Corte) habló de esta guisa: “””El otro día hablando con su Majestad, don Fernando, le dije que su mujer era una regina fiera; esto es, una reina orgullosa. El de Sos, todo un sarcástico y constructor de equívocos, añadió: “””Y ferina, embajador, y ferina”””. Garcilaso, al parecer, como buen castellano no encajó con asaz comodidad los irónicos dichos del aragonés; Boscán, que es catalán de Barcelona, se lo tomó como una obscura venganza, pues no es un secreto los regomellos y entreveros de los catalanes contra los castellanos desde los tiempos del llamado Compromiso de Caspe. El poeta castellano entendió, lógicamente, que el real esposo había tildado a su monta tanto como una fiera o animal, poco dada a sutilezas, y todo indica que aquesta era la puya real que el aragonés propinó a Isabel. Lo que no empece para que Lasso de la Vega hiciera de su desagrado un comentario: “””Dice usted bien Navagiero, Isabel es una regina fiera por mor de orgullosa; pero es también una sancta ferina, una santa fiera. Orgullosa por la conquista de aqueste reino, ferina porque no anda con cabildeos con su marido en defensa de los moros granadinos que siguen gobernando las finanzas de Granada. Navagiero, le propongo (a ti también, dilecto Boscán) que en esta ciudad de Sancta Fides sus habitantes sean llamados, sancta ferinos”””. A lo que Boscán añadió: “””Lasso, eres el maestro del equívoco, ¡cómo Dante!”””.
Mi Sr. César Borgia: el veneciano sonrió y alabó la finura del caballero Garcilaso. Et sin más, póngame usted a los pies de su madre, la Signora Vanozza, de su hermana Lucrecia et de todas las fieras ferinas de sus tierras de la Romaña. Otrosí, cuide Su Eminencia los movimientos en Bolonia: todo indica que Cofferato dei Cofferati puede ser nombrado Gonfalonero de dicha ciudad, al parecer está apoyado por un movimiento autotitulado I nuovi Ciompi en claro homenaje a las revueltas que asolaron Florencia por los años setenta del pasado siglo.
Nos consta que tan gran poeta castellano cumplió su palabra y en no menor medida el vate catalán. Otros documentos muestran claramente la extensión de la voz santaferina en los salones de los pasos perdidos de los palacios granadinos cuando el afamado encuentro de 1500[10]. Pero es con toda seguridad una joya de la poesía castellana la que da la mayor luz al respecto[11]. Véase el primer borrador del célebre soneto que Garcilaso hizo a su bella napolitana, doña Isabel Freyre, una antepasada del conocido jurisconsulto de nuestros días don Antonio Baylos:
Pues en una hora pronto me llevaste
todo el bien que por términos me diste,
llévame junto al mal que me diste;
si no, sospecharé que me pusiste
en tantos bienes porque deseaste
verme entre santaferinos tristes.
Nos excusamos: la negrita en cursiva es nuestra. Como el inteligente lector ha adivinado, se trata de los dos últimos tercetos del conocidísimo soneto Oh dulces prendas por mi mal halladas, tal vez lo más inspirado de la garcilasiana poesía. Así ha pasado a la historia (con la voz ‘santaferinos’ como kerigma de nuestra afamada villa renacentista) hasta que cierto notario del vecino poblachón de Calicasas, a mediados del siglo XVIII, mudó la expresión santaferinos por ‘morir entre memorias’. Esto es, ‘verme morir entre memorias tristes’. La intención del pederasta calicasiano[12], camuflada con apariencias de mejor eufonía, era que la pujanza cultural santaferina se fuera evanesciendo. Como recientes papeles de la época, descubiertos en Pineta in Mare, han demostrado cabalmente, la torva intención del notario ha quedado finalmente desbaratada, aunque la confusión durante siglos ha sido asaz evidente[13].
No es cosa de agobiar al lector curioso con detalles puntillosos. Baste decir que Juan Boscán, así mismo, cantó en sonetos y coplillas a Sancta Fides y a sus hijos santaferinos. Ambos poetas cumplieron el pacto (históricamente conocido como Acuerdo del Rao) convenido con el tan inmerecidamente repetido Navagiero, aunque de éste nada se sabe al respecto: era embajador y veneciano.
Nada nos queda por añadir. Nos parece que hemos dado cumplida información del conjunto de nuestras investigaciones, encargadas por la Fundación Wilhelmi-Hoffestauffen con sede en Alfacar. No es a nosotros a quienes corresponde tomar partido acerca de temas que afectan a la Real Academia Española. Tan sólo queremos resaltar que aquellos que plantean la sintaxis santaferina cuentan en su haber un origen culto donde participan dos de los poetas más celebrados de la lengua castellana en claro homenaje a la doblemente fratricida doña Isabel de Trastámara, que encuentra el mejor acomodo en las expresiones populares. De ahí que nuestra recomendación (siguiendo la tradición de los hábiles componedores) sea que la Real Academia incorpore al DRAE la voz santaferina junto a la actual santafesina, y que ambas compartan oficialidad gentilicia. De esta manera se apacigua la culta tradición con la auctoritas de la Academia de la Lengua.
Finalmente queremos agradecer a los doctores Grimaldi, Bentivoglio, Donaldson y Montmarsaint que leyeron el primer borrador y nos aconsejaron sobre la relación entre Bernáldez del Gozco y César Borgia; somos deudores, por otra parte, de los consejos que nos han dado, tras la lectura de este dictamen, los científicos franceses, doctores Saint-Simon, Cabet, Fourier, Grachus Babeuf, Víctor Considerant, Leroux, esto es, la celebrada escuela gala de los feudistas utópicos; vaya nuestro reconocimiento al Conde de Purchil que nos permitió investigar, gratis et amore, en sus archivos; y nuestra, a todas luces impagable, deuda con Sagrarito Idiáquez de las Navarras y Toros-Zaínos de Guisando que mecanografió muy gustosa, y con mucho miriñaque, nuestras cuartillas de enmarañada caligrafía. Cerramos esta investigación, no sin antes reproducir un interesante (aunque de fuerte contenido polémico y, en ocasiones, con ciertos ribetes de sectarismo, amén de sesgado) ensayo que, desde Norteamérica, nos ha enviado el profesor Puente de los Vados acerca de nuestro Bernáldez.
[1] José Carrillo de Albornoz y Fábregas es un raro exponente de la nobleza andaluza. Es una vida dedicada al estudio y al trabajo como lo demuestra su titulación de doctor ingeniero agrónomo y su dedicación a la conservación y embellecimiento de los parques y jardines de la Ciudad Condal. Su biografía recuerda la ilustrada y benemérita dedicación de algunos exponentes de la aristocracia inglesa a las letras y a las ciencias. Fiel a sus orígenes tardomedievales es, de igual modo, un ilustrado e infatigable cronista de acontecimientos de gran relevancia como lo demuestra su fecunda investigación, Al hilo de la historia, un viaje al interior de los itinerarios históricos, primero, de Ambas Castillas y, después, de los países granadinos. Ahora, en una edad de retiro administrativo (que no vital), sigue dale que te pego. estudiando las claridades de la Edad Media, como quien quiere demostrar que aquellos tiempos fueron el crisol (y no la nebulosa) de las grandes transformaciones que hoy tenemos. Es decir, JCAF viene a decirnos: la Edad Media fue Abelardo y Tomás, Alberto y Dante, al Juarismi y Averroes, las ciudades y el comercio, Santa Maria Novella y La Alhambra, Beda y las Universidades, los goliardos y el amor oudrú, Pier La Vigna y Brunetto Latini, el soneto y las migas con chocolate. Al que diga lo contrario, le amenazamos con sacar la lista de desaguisados del siglo (breve, menos mal) XX. Y quien ose llevarnos la contraria será obligado a demostrarnos si ha existido una composición poética más sublime que la que empieza así: Tanto é gentile e tanto onesta pare... que compusiera el florentino más grande (hasta ahora) nacido de madre toscana o de otro lugar.
Ah, el Medioevo! Nosotros lo reivindicamos, lo que implica también que, en esos andurriales, estaba el mariconzón de Bernardo de Claraval y su delirio contra Abelardo. Pero, finalmente, se ha aclarado que la batalla de Bernardo estuvo más influenciada por su onanismo (estaba amancebado con su mano diestra) y siempre envidioso del glamour de Abelardo, y no tanto por la publicación del Sic et non del novio de la bella Eloisa.
[2] Este instituto ha recibido el encargo de la Pulianas University de recopilar los granadinismos y sus correspondientes ideolectos. De momento estamos haciendo la lista con el mismo afán que para la lengua catalana hicieron Mossèn Alcover y Pere Corominas, esto es, pueblo por pueblo, cortijo por cortijo, mueble por mueblé ... De esta manera se intenta defender del olvido expresiones tan celebérrimas como: pollas en vinagre, gabinas de cochero, sabes más que los pollos de don Ricardo, los ratones coloraos, me cago en la Vística, más guarro que la Pingos, échale unos pitracos .... Que son una pálida muestra del lexicon santaferino, indistintamente utilizado por personas de alta y baja condición, taberneros y talabarteros, monjas jesuitinas y sacristanes de olla, castellanos y gitanos, tratantes y novilleros, talabarteros y alfayates...
[3] Las fuentes orales tuvieron como protagonistas a los siguientes santaferinos: Manolico El del Tejar, Joseico El del Rancho Grande, Pepe Pepinico, Pepe Ollas, La Pingos, Pepico Pichín, don Luis El Dormío, El Cura Pareja, El fotógrafo Cuéllar, llamado Tolosio, Bizcochito, Espantamulos, Rafael El Cuchifrito, Pepito El de los Cogollos, Braguetamierda, las Pimpollicas, Fernando Cajonera et alia.
[4] Recientemente nuestro Instituto está elaborando una biografía de esta eminente personalidad. De momento disponemos de sus Octavillas Completas, una joya de la literature panfletaire. Todas ellas se distinguen por su carácter apotegmático, sobre el que mucho ha insistido el profesor Wenceslao Roces en abierta polémica con Manuel Sacristán. La obra caleriana, al decir de don Wenceslao, se inscribe en las enseñanzas de la Fabian Society. El lector caerá en la cuenta de que están firmadas, por motivos de fácil comprensión, con seudónimo, El Caballero Audaz. Agradecemos al profesor Viceira, joven economista santaferino, que nos haya enviado esta octavilla caleriana que está a punto de ser impresa en la Antología de las Cien mejores Octavillas de la Lengua Castellana. Y dice de esta guisa:
Sanctafidesinus!
Arma virumque cano, Sanctafidesinae qui primis ab oris Hispaniam fato profugus Motrilensis uenit litora, multum ille et Terzi iactatus et alto ui superum saeuae capitalismi ob iram multa quoque et bello passus. Non ignara malis miseris succurrere disco. O dictatores, tantanae uso generis tenuit fiducia uestri? Hodie, non labor! Ave, Vir Audax.
Que fue, además, el primer llamamiento a la huelga general, en plena dictadura franquista, seguida amuchedumbradamente por toda la ciudadanía (sólo la de bien) de la siete veces heroica ciudad de Santa Fe, incluido el cese de una representación de Emilio El Moro en el Coliseo Fernando e Isabel, llamado popularmente el cine de Benítez. Se atribuye su éxito a que no fue radiada por Radio España Independiente.
Por otra parte, esta institución ha encontrado en los archivos de la Banda Municipal de Santa Fe una preciosa documentación: se trata de una breve postal que Nino Rotta dirige a Salvador El Pájaro, director de la Banda de Música, aclarando algunas cuestiones que hacen referencia a las piezas musicales que se oyen en la película Il Gattopardo, concretamente en el famosísimo vals del abrazo aristocrático entre el Príncipe y la nieta de Peppe Merda. Que dice así:
Caro Maestro, anch’io voglio partecipare nell’aniversario onomastico de Juande Calero. In realtà, la storia é semplice: quando ho visitato Láchar ho trovato che un contadino cantava una bella canzone a modo di valzer. Li domando cosa c’è. Allora, Calero mi contesta: Hola Rotta, porque tú eres Nino Rotta, ¿eh? Esto es un himno que estoy componiendo en homenaje a la Reconciliación Nacional entre un viejo ricachón y una mozuela que recoge aceitunas ¡que ya es decir! Pretendo que se acabe, además, el monopolio de El Sitio de Zaragoza. Maestro Rotta, esta basura del Sitio suena así; y la mía, ya la conoce usted.
Amico Salvatore, quando ho fatto il musicale del film, con Visconti come regista, ho pensato nel valzer de Calero; ho scritto a Juande e li dico: secondo me il tuo valzer é magnifico per la banda sonora, concretamente quando ballano Burt Lancaster e Claudia Cardinale, e si fa il patto morganatico tra il vechio e il nuovo. Puó uttilizzare la tua musica, certamente col tuo nome come autore? Grazie, oh, duca; oh, segnore; oh, maestro. Nino Rotta.
No sabemos ciertamente la respuesta de Calero. Pero todo indica que fue positiva, excepto que legó sus derechos de autor a Rotta, a condición de que el italiano los depositara en la cuenta corriente de los despedidos de la SEAT. Como momento sentimental de gran relevancia está que, cuando el estreno de Il Gattopardo, Visconti y Rotta invitaron a un grupo de santaferinos que habían participado en los primeros arreglos musicales del vals: Fueron, el autor, Juan de Dios Calero; el maestro confitero Ceferino Isla, bombardino; el barbero Santiago El Pajarito, bandurria; Pepe López, joven tarambana local, tocando las palmas sordas; el niño Pepe Luis López Bulla, como premio al ganar quién sabía más colologaritmos de memoria; y Rafael Roldán Carrillo de Albornoz, llamado amistosamente el Pancho de la Jarinilla, como compañero de viaje (aristocrático) de las fuerzas amablemente opositoras (pero al fin y al cabo opositoras) al Régimen. Tras el banquete, y en presencia del mismísimo Enrico Berlinguer, Rotta agradeció la generosidad de Calero; éste, en respuesta, alzando su vaso de spumante dijo: ‘Queridos amigos, esta delegación santaferina quiere decir algunas cosillas a nuestros camaradas del Pichí: primero, ¡nos cagamos en Filippo d’Argenti!, decimos viva Dante y Verdi; segundo, viva la reconciliación nacional, el compromiso histórico, Pero Bernáldez del Gozco y los caliqueños de Castellón de la Plana! Tras un mar de aplausos, Renato Carossone se levantó e improvisó aquello de: Oh torero, cià cià cià; tu sei de Hollyvvood, tu sei di Santafé... Así quedó pintado en las servilletas por el maestro Renato Gutusso, que ahora están expuestas en la Casa de la Cultura de Palermo.
De los apuntes transcritos por los periodistas allegados al evento destacan los siguientes comentarios: Ceferino Isla no paró de preguntar si los italianos conocían los pasteles llamados piononos; Pepe López se pasó el rato hablando de Cayetano Ordóñez El Niño de la Palma y el carácter ontológico de las medias verónicas de Cagancho; el Pajarito afirmó que Manolo Caracol cantaba mejor que Giuseppe di Stefano; Rafael Roldán recitó catorce veces el Canto Quinto del Infierno, poniendo especial acento en los amoríos de Francesca de Rimini y Paolo Malatesta; y el niño Pepe Luis les dijo a los romanos que los helados de tutti frutti del Tio de las Tortas de Santa Fe eran los mejores del mundo, provocando la lógica y patriótica indignación de los anfitriones. O sea, aut sanctaferinus frígidus aut nihil. Finalmente, Juan de Dios Calero fue condecorado con la Orden de Cavaliere della Liberazione Nazionale; su padrino, el maestro Norberto Bobbio; su madrina, Renata Tebaldi. De aquí vienen los rumores de las buenas relaciones entre el santaferino y la más grande soprano de este siglo; pero tan sólo se ha probado que Calero le enseñó a la señora Tebaldi las diferencias entre Porrina de Badajoz, Rafael Farina y el Príncipe Gitano, que cantó como nadie su aria famosa de Cortijo de los Mimbrales. En cualquier caso, algo debió ocurrir entre ambos: en su famoso recital del Covent Garden, la diva incluyó en los bises dos importantes piezas: ‘Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas’ y ‘Ay, Tani, Tani que mi Tani’, el disco más vendido en aquel año, como lo demuestra el catálogo de la Casa Riccordi. Y Calero, acompañándose de palmas sordas, cantiñea, de cuando en vez, en El Rey Chico, la famosa aria Dove andrò, la mia Euridice?
Nota para melómanos: existe una versión tebaldiana , dirigida por el maestro Faus y la Banda Municipal de Granada, traducida al italiano: Alle cove che ci sono a Granà/ son venute de terre lontane/e le nozze si faranno/nell’atrio miglior dell’Alhambra/Tani, Tani che la mia Tani. Fue el último disco que grabara la más grande, angelical y portentosa voz de mujer que haya sonado nunca jamás: doña Renata Tebaldi. Una mujer que nunca dio que hablar y que no necesitó operarse la nariz.
[5] Las relaciones entre Pero Bernáldez y la familia Borgia se remontan al compadreo entre el granadino y Pere Lluis, hijo del Cardenal Rodrigo (futuro Alejandro VI) cuando el asedio y toma de la ciudad de Ronda por las tropas aliadas castellano-aragonesas. A partir de aquel momento nuestro Bernáldez es el consejero a lontano más destacado de tan insigne familia.
[6] Está probado que Bernáldez fue converso. Lo que no se ha podido demostrar es lo que afirma Xavier Hurtado de Tébar en sus Annales Sanctafidei, esto es, que dicho cronista era natural de La Malahá y pactó con el Conde de Tendilla, acelerando los preparativos de la rendición de los nazaritas granadinos. No obstante, en la comunidad científica existe un amplio consenso en torno a la relación entre el cronista, moro o no, y la familia de Alejandro VI, de una parte, y con el Departamento de Estado de la Signoria florentina.
[7] El IES ha puesto en conocimiento de la Universidad de Granada, de una parte, y de las autoridades de Florencia que: a) Bernáldez del Gozco en su correspondencia con Maquiavelo expone, ad pedem litterae, toda la obra (incluso el título) que después el habitante de Sant’Andrea in Percussina dedicara al Medici de la época post republicana. Naturalmente todas las fuerzas políticas italianas se han unido (una alianza antinatural pues engloba a berluscones y dalemianos) denunciando a nuestro Instituto; hasta han acuñado un termino de viejas resonancias renancentistas: el documento santaferino ha sido calificado como il bellissimo inganno, aunque la historiografía adversa ha aplicado dicho nombre a los hechos gloriosos de Sinigaglia, también inspirados por nuestro Bernáldez del Gozco. Para mayor abundamiento sobre la real autoría de El Príncipe, véase alguna insinuación en Los Cuadernos de la Cárcel de san Antonio Gramsci, tal como quedan recogidos en los infatigables estudios que sobre ello publica tesoneramente el profesor Fernández Buey. En sentido opuesto está la monumental obra de Gustavo Bueno, exponente autorizado de la escuela Torre de Babel, El carácter ontológico de los santafesinos en el pensamiento de Spinoza y los anacolutos deónticos de Heidegger, editada por la Fundación Álvarez-Cascos (Editorial Gabinas de Cochero, 1924)
Desde luego, reincidimos, es prueba pacífica la autoría de Bernáldez, aunque lo más probable es que el último capítulo de tan magna obra (Exortación a tomar Italia y liberarla de los bárbaros) es de exclusiva responsabilidad del florentino. La razón parece clara: al autor santaferino no le interesaba tanto la situación estratégica de Italia como observar el nuevo paradigma que se iniciaba tras el descubrimiento de las Indias Occidentales. Lo que sabemos por recientes documentos encontrados en la John Hopkins University que indican que nuestro Bernáldez, en su correspondencia con banqueros genoveses, tras la muerte del Valentino, propuso una alianza financiera entre La Vega de Granada y Génova, creando el embrollo magistral de que ésta, Génova, era la patria chica del Almirante, y a partir de esa convergencia y unión de intereses crear un sistema de acumulación capitalista santaferino-genovés. Estudios recientes han dejado las cosas en su sitio. Según investigaciones de un historiador de Arenys de Mar (se ha de pronunciar Areñs de Mar) el Almirante era hijo de Arenys, siendo su nombre verdadero Cristòfol Colom y que su primer viaje al Nuevo Mundo no salió de Palos de Moguer, sino de Pals en la Costa Brava; sostiene, además, que el padre Las Casas era de Mataró, siendo su verdadero nombre Bertomeu Casaus, y que Sebastián Elcano era natural de Calella y su gracia era Sebastià Lo Canòs. Tiene la mayor relevancia su último libro donde expone abiertamente lo que ha sido considerado un tabú: Miguel de Cervantes era natural de Badalona, y su nombre real era Miquel de Servanç.
[8] La moderna historiografía ha querido ver un antecedente entre los alejandronos y los piononos por diversas razones: a) la familia Isla fue la creadora de ambos dulces, y b) que llevan ambos dulces llevan el nombre en homenaje a los enviados del Señor de la Salud en la Tierra.
[9] Naturalmente el IES ha enviado fotocopias de esta documentación a doctos profesores granadinos: los doctores Ruiz-Domènec y González de Molina. Lamentamos el escaso interés que la reputada escuela historiográfica atarfeña ha mostrado al respecto. La razón que se nos ha dado es que ‘ahora están liados con eso de las fuentes orales para la reconstrucción de los movimientos jornaleros granadinos del siglo XX’. Lo que nos parece lógico hasta un cierto punto, siempre y cuando empiecen de una vez a ponerse manos a la obra.
[10] En breve aparecerá el libro de actas de estas efemérides, publicadas por la Facultad de Historia de la Universidad de Minessota, a cargo del profesor don Juan de Dios Puente de los Vados y Mitchum, hijo de padre chauchinero y madre de Dakota de Dalt.
[11] Vid. Papers Santaferins, núm. 21, Arxiu Municipal de Colomers (Girona) Su web es: costaladelevanteplayaladelloret@ballentines.com
[12] Esta voz, pederasta, se utiliza en su sentido etimológico: los griegos denominaban pederastas a la profesión que hoy conocemos como notarios.
[13] Un eximio representante de la Generación del 27, Dámaso Alonso, cayó en la cuenta de que el verso estaba trucado porque, al parecer, no cuadraba bien el hiato entre la primera parte del verso y la segunda. Lo que puso en conocimiento del hijo de doña Vicenta Lorca, sin ser escuchado debidamente. Es puro contrafacto que nos preguntemos si Dámaso intuyó que la voz trucada era ‘santaferinos’. De momento todas las gestiones, cerca del profesor Baylos para que aclare la cuestión (habida cuenta de que es propietario del archivo de la bella napolitana) han quedado en agua de borrajas. Así pues, tan sólo nos queda el recurso, bien probado, de la revista Papers Santaferins que dirige el sociólogo bajollobregatense Carles Nadales i Thülmos, autorizado editorialista del diario de Verona, La Raggione.
NOTA FINAL EN CLARO HOMENAJE A PERO BERNALDEZ DEL GOZCO
Autor: Juan de Dios Puente de los Vados
Realmente causó sensación en los cuatro puntos cardinales del universo mundo nuestras investigaciones acerca del origen de la voz ‘santaferina’ tras los denodados esfuerzos de dos próceres de la localidad que fundara doña Isabel de Trastámara en pleno asedio de la ciudad nazarita para que la caspa dieciochesca auto llamada Real Academia de la Lengua Española reconociera dicha toponimia versus la voz oficial: la cursi e inconveniente voz ‘santafesina’. Los medios científicos quedaron asombrados que un tribuno del patriciado, don José Carrillo de Albornoz y Fábregas, y un arengante de la plebe, don José Luis López-Bulla y Fuentes-Quevedo, aunaran sus esfuerzos en insigne reivindicación de lo que, a fortiori, era de justicia. Las consecuencias de lo que algunos investigadores italianos han llamado il nuovo compromesso storico santaferino -un noble ilustrado y un rojo berlingueriano- junto a nuestras investigaciones historiográficas han dado ya los primeros resultados: a) Bogotá y Santa Fe de Texas han acordado ex allegato autodenominarse santaferinos, con independencia de lo que el DRAE diga o deje de decir; b) la ciudad catalana de Santa Fe, que está allá en lo alto del Montseny, ha comunicado que espera el resultado de las elecciones autonómicas para tomar una decisión, aunque el consenso de todas las fuerzas municipales es que la voz ‘santaferí’ no parece apropiada, dado que se podría confundir con los porcs senglars o porcs fers (en castellano, jabalís) que campan por sus respetos por allá arriba.
He leído atentamente el documentado dictamen de Instituto de Estudios Santaferinos y tan sólo quisiera hacer un comentario a sus recomendaciones indirectas a la autotitulada Real Academia de la Lengua que por aquí, en nuestro College, es conocida como la Real Estantigua por nuestra fracción machista y el Real Estafermo por la facción feminista. Aunque el comentario que va a continuación es estrictamente personal (y no compromete a la comunidad científica) tiene un amplio consenso de carácter oblícuo, es decir, no orgánico, pero firme en su representatividad social. Las conclusiones del llamado dictamen son un pastel más propio de Doña Rosita La Pastelera (aquel primer ministro granadino de principios del XIX, don Paquito Martínez de la Rosa) que de una institución científica. No cabe en testa racional que pueda recomendarse la cooficialidad gentilicia que entraña la cohabitación del santaferino y el santafesino. Científicamente es un garbuix sin sentido. O, por mejor decir: una burda comedia. Aquí no cabe otra solución que o caja o faja. De ahí que nuestro lema sea Aut sanctaferinus aut nihil: o santaferino o nada. Ciertamente entiendo que dicho dictamen quiera solucionar el contencioso, pero no a condición de entrar en el periclitado, y por ello inútil, consenso o cabildeo de funestas consecuencias en la república de las letras. Desde luego si el sindicalista acepta el bodrio, llegaremos a la conclusión de que algo huele a inane en la lucha de clases; y si noble patricio da su acuerdo, pensaremos que por algo será que la nobleza ha pasado a mejor vida. Y peor todavía, si el plebeyo y el patricio pactan dicha solución, dejarán a sus parciales en la más inoperante indefensión. He aquí la solución. Primero, hágase un referéndum que involucre a todos los habitantes de la ciudad, incluidos los que residen en cualquier lugar del universo. Segundo, la pregunta debería ser: ¿está usted de acuerdo con la acreditada, acendrada, acrisolada expresión ‘santaferinos’ para designar a la noble población de nuestro pueblo, o acepta usted la cursilería procedente de una lengua muerta tal como la define una improductiva institución que pagamos con nuestros impuestos santaferinos que son sagrados? Tercero, los gastos de dicho referéndum deberían ser a cargo de la Academia de la Lengua. Cuarto, el himno de la propaganda institucional, de claro contenido imparcial, serían los versos de Garcilaso, con un abandolao que añadiera la vieja coplilla: A los olivaritos / madre, me voy yo/ con un litro de vino / y un pan casero. Nota: para que salgan las cuentas hay que pronunciar caseró.
Así pues, una cuestión de tan magna importancia no puede resolverse con trapacerías consensuales sino dando voz al pueblo soberano, mediante un proceso participativo, transparente, con una pregunta clara y apartidaria, también con los medios suficientes para que los (pocos) opositores a la voz ‘santaferina’ se dirijan, aunque con cansino palabreo y estúpidos razonamientos, a quienes (cuatro gatos) quieran escucharles, y los amuchedumbrados expliquen didácticamente a sus multitudes la bella, dulce y sin par eufonía de la santeferinidad que ha sido, es y eternamente será. Más todavía, esto último en claro homenaje a nuestro Pero Bernáldez del Gozco que nos legó las conclusiones del Acuerdo del Rao entre dos excelsos, Garcilaso y Boscán, que lo cumplieron a rajatabla y un redomado mascalzone embajador veneciano que dijo llamarse Andana. De ahí que, durante todo el proceso referendario, estén expuestos en lugares vistosos los retratos de los dos poetas que, a pesar de serlo, eran amigos.
Atención a las llamadas Terceras vías, pues son capaces de plantear el miriñaque de la cooficialidad. Nada: aut sanctaferinus aut nihil.
Séame permitido pasar a una segunda, y no menos importante, consideración sobre las cosas santaferinas. Hubiera sido de desear que, dada la abundancia de notas auxiliares que el dictamen del IES contiene, se hubiera aprovechado la coyunda para ampliar la obra de Pero Bernáldez de Gozco. Y, de paso, en pura y merecida justicia, hacer una propuesta bien legítima, esto es, el levantamiento de una estatua de nuestro prócer. A ser posible en la Plaza, frente a los dos (simbólicos) poderes locales: el Ayuntamiento y la Colegiata.
Porque ¿quién era Pero Bernáldez? No hay personaje que, al menos en aquellos entonces, no tuviera su punto de leyenda. Así pues, siempre se dijo que era moro, natural de La Malahá, la villa que tuvo un notable esplendor en tiempos del Bajo Nazariazgo debido al rico comercio de sus salinas. Nada de ello está probado, aunque se empeñe en tal aseveración el joven historiador Javier Tébar; como tampoco tiene fundamento histórico que hubiera cursado estudios en la Universidad de Bolonia, según afirma el doctor Rozas Serrano en su reciente libro Los mármoles y los marmolillos, el cáñamo y el western en las tierras almerienses de Macael. No obstante, los estudios de sintaxis comparada que recientemente se han hecho, demuestran que Bernáldez tuvo una potente formación en tierras valencianas, con una serie de giros gramaticales propios de Xàtiva; de donde se infiere que sus magistri eran de aquel Reino y, con toda seguridad, gentes al servicio de la familia Borgia, concretamente de Rodrigo, conocido como Papa Alejandro VI, y por extensión de su hijo César, el famoso Cardenal de Valencia y, después, duque de Valentinois. Esto último está probado, y hace bien el IES en dar luz a tan notables relaciones.
Lo cierto es que Bernáldez aparece abruptamente en la historiografía como de los primeros residentes en la santaferina ciudad de Sancta Fides. La bastarda Trastámara le da permiso para utilizar su segundo apellido, del Gozco: una clara alusión a la conocida Alquería donde se asentó el primer campamento militar de sus Católicas Majestades. Y es, desde este lugar, donde concibe sus proyectos, envía su correspondencia y pone intelectualmente los primeros cimientos de la santaferinidad. Todo un personaje que influye decisivamente en Maquiavelo, en la forma que hemos relatado anteriormente; pero también en notables estadistas, como Castiglione, Guiciardini y Bembo, además de insinuar, ya muy posteriormente, el núcleo orgánico de Cesare Beccaria. A retener que, según se ha demostrado, nuestro hombre es tatarabuelo de don Mateo de Lisón y Biedma, uno de los arbitristas más sobresalientes del siglo del Conde-Duque, y natural de la santaferina patria.
Ahora bien ¿en qué consiste el santaferinismo de Pero Bernáldez? Es cosa importante, ya que el IES sólo relata (y no es cosa lógica) los aspectos que se refieren a la pugnaz polémica que en torno a la toponimia enfrenta a los más con los menos. Varios son los rasgos centrales del pensamiento bernaldeciano. A saber,
n el modelo económico: la tierra debe ser parcelada ‘ni de manera microscópica, ni en lato fundio’ con la idea de promover un sistema santaferino-genovés de acumulación capitalista;
n el sistema social: regímenes de propiedad agraria de cooperación económica, basado en las conserterie florentinas;
n estructura institucional: régimen demótico-participativo con elecciones anuales por sorteo para todos los cargos municipales;
n paradigma cultural: promoción y defensa de la lengua santaferina en una geometría de cooficialidad con el idioma del maestro Nebrija.
El sistema santaferino-genovés de acumulación capitalista ha sido estudiado recientemente por economistas de gran relieve. Los primeros trabajos datan del interés que puso en ello la primera escuela austriaca del valor y, posteriormente, el maestro Schumpeter: todos ellos visitaron la ciudad de Santa Fe para bucear en sus archivos municipales. Yo mismo tuve la ocasión de conversar largo y tendido en Albolote con el profesor Carlo Maria Cipolla, aunque a lo largo de tan relevante coloquio destacados exponentes de la escuela historiográfica de Atarfe mostraron sus dudas acerca de la validez del término. En todo caso, la comunidad científica (excepto algunos dubitativos) constatan que in nuce dicho modelo tiene una dinstinguida y pacífica vertebración histórico-económica. Que interpretando cabalmente a Bernáldez, se basa en:
n necesidad de una acumulación de capitales del agro a la industria, preferentemente alimentaria y, de ahí, a la circulación monetaria;
n préstamos con interés, con el objeto de que tales operaciones no queden en manos de los banqueros flamencos y alemanes;
n establecimientos de Consulados Santaferinos en las Indias Occidentales, en los territorios hanseáticos y el incipiente gran mercado holandés;
n creación de una moneda de cambio internacional, llamada el genil como elemento de transaciones comerciales supranacionales;
n la triple contabilidad, como elemento corrector de las dificultades que, dadas las nuevas circunstancias, estaban implícitas en las enseñanzas de Fra Luca Paccioli;
n control de las entidades financieras mediante la participación en sus órganos de gestión de quienes sepan leer y escribir;
n creación de la Banca Santaferina como administrador de la Real Behetría Santaferina,
n puesta en funcionamiento de una Alta Escuela de Materias Económicas: un claro anticipo de lo que el sacerdote napolitano dom Antonio Genovesi, muchos años después, creara en la Universidad de Nápoles la primera Facultad de Economía del mundo,
n estímulos a la innovación de máquinas e instrumentos: el más destacado fue la invención del chambao, sobria edificación, muy representativa de la arquitectura santaferino-industrial.
La genialidad de Bernáldez consistió en buscar una relación de adecuadas alianzas con los genoveses que eran los únicos que podían, en principio, aportar los primeros capitales y las enseñanzas socioprofesionales (diríamos hoy) para tan magna operación. Que el planteamiento bernaldeciano sólo pudiera durar un siglo se debe a factores que han sido estudiados por Fabián Estapé y, en mayor medida, por el profesor Josep Fontana. Este último expresa, en apretada síntesis, que el modelo santaferino-genovés se puso en marcha cuando los holandeses empezaron a emerger y los genoveses estaban ya de capa caída. Pero el catedrático barcelonés insinúa que fue la Inquisición, en sus disputas con el Cardenal Mendoza y Fray Luis de Granada, quien entreveró las realizaciones y las instituciones financieras santaferinas. Por nuestra parte, sólo hemos de referir que Bernáldez nunca citó a autores religiosos en sus obras, ni siquiera al millonario Tomás de Aquino: una laicidad que podemos observar en Maquiavelo quien no se refiere a texto religioso alguno. ¿Podemos adelantar que esta es una de las (muchas) razones que explican el olvido de Bernáldez en la historia española? Afirmativa es la respuesta de un autodidacta local, Juan de Dios Calero, que al respecto en su obra magna Cartas belgas afirmaba: La clerigalla y el beaterio siempre intentaron, con perdón, darle por culo al insigne Bernáldez.
Que hablemos de grandes personajes, no empece que nos detengamos un momento en explicar a presentes y futuras generaciones algunas cosas (tan sólo las más preclaras) de este muy ilustre santaferino, Juan de Dios Calero. Así pues, me veo obligado a redimensionar la personalidad de Calero porque el Instituto ha dado una versión (no digo que falsa, pero sí limitada) exclusivamente politicista, como arrimando el ascua a su sardina. De ahí que haya (¿conscientemente?) olvidado el carácter polimórfico, universal y multifacético de nuestro Juan de Dios Calero, ¡que es de todos!
Persona autodidacta, hombre formal y recto, elegante en su interior y atildado en el vestir; fue, además, el coleccionista más contumaz de multas de la Benemérita por su obsesión de conducir el coche con el código de circulación de Bruselas. Y famoso porque escribió un tratado de cómo lucir el sombrero que muy pronto fue puesto en práctica por personalidades de las letras y las artes: desde don José Ortega y Gasset a Pepe Pinto, el marido de la gran Pastora Pavón, Niña de los Peines. El mismísimo Frank Sinatra tomó clases particulares de Calero cuando la visita del cantante yanqui a Cogollos Vega (mientras bebía los vientos por Ava Gadner, que le daba achares con Mario Cabré), y se cuenta con admiración aquel annus mirabilis de Calero como asesor personal de Yves Montand, Gerard Phillipe y don Vittorio de Sica. No lo pudo ser, empero, de Juan Veintitrés porque el beaterio santaferino se opuso por entender que Calero era partidario de la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura, y de substituir la simbología del yugo y las flechas por la del almocafre y la olivetti rápida. Eximio personaje Juan de Dios Calero (de los Calero de Santa Fe de toda la vida) que escribió un breve (y suculento) opúsculo, titulado Los tres Notker y Hermann El Cojo, una reflexión sobre el tiempo en los pueblos de la Vega del Genil. De esta manera pasaron al conocimiento común las reflexiones de un tartamudo, un grano de pimienta, un oso bezudo y un cojo. Este ensayo filosófico fue puesto en el Index santaferino de libros perseguidos (Index sanctafidesinus librorum peccatorum) elaborado por los curas Gómez Polo y Gaspar Quevedo y un seminarista falangista (experto en colocar medias lunas en la frente de maridos y novios comarcanos de humilde condición pecuniaria), aunque con el voto en contra de don Luis El Dormío y don Salvador Pareja. Lo que más chocó en el anatema sit de la mayoría del curato santaferino fue su tronadamente tronera, truculenta y tridentina línea argumental: rechazamos que el susodicho Calero haya osado acuñar un neologismo, el tan repetido ‘cucurumbillo’ pues es sabido que si las palabras tienen dueño, éstas pertenecen a la Santa Madre Iglesia y no al vulgo iletrado frecuentador de tabernas tan vulgares como el Mau Mau. Se ignora el argumento del Cura Pareja en su oposición a la condena; el voto particular del cura Dormío, un ilustre latinista local fue el siguiente: las palabras son de quienes las trabajan, y ‘cucurumbillo’ es sobre todo un hallazgo que respeta cánones latines (ciceronianos, se diría) al proponer un hiato entre cucurum (la parte de arriba) con la propuesta popular de ‘billo’ sobre la que no cabe insistir en su carácter de improvisación lúcida y de un plasticismo que sólo se puede encontrar en las tierras de la Vega. Ahora bien, comoquiera que una palabra es, simultáneamente, voz y grafía, Calero se preocupó de dotarla de la mejor manera. Por ello escribió a don Luis Miranda Podadera, preguntándole si tal expresión se escribía con elle o con i griega. La respuesta del normalizador de la lengua castellana fue: ‘Como usted quiera, maestro Calero; pero tengo para mis adentros que la elle es más educada y señora; le sugiero, pues, que se escriba cucurumbillo. Por cierto, don Juan de Dios, en el anatema en que le dirige la mayoría del curato santaferino han cometido diecisiete faltas de ortografía; la más estridente de ellas es que han escrito ipecacuana con hache, a pesar de que el maestro Covarrubias dejó dicho que era una excepción a las palabras que empiezan por hipe. Su devoto, Miranda Podadera’. Más todavía, en el tratado que comentamos, Juan de Dios Calero establece una tipificación de las estratificaciones sociales santaferinas sobre la base de las siguientes categorías poblacionales: gordos, medianos, medianicos, pobreticos y jambríos. Excepto la primera, los ‘gordos’ (de fuertes resonancias florentinas, il popolo grosso), el resto es de la más atinada terminología del santaferino demótico. Otrosí, precisamente por ser ateo, jamás blasfemó sacrílegamente; todos sus votos y denuestos se orientaron en una profunda dirección laica, por ejemplo: ¡me cago en el Tratado de Verdún del año 843!, ¡me cago en el encuentro de Canosa!, ¡me cago en el seis doble! Y otras exclamaciones similares. Así pues, nunca la Virgen del Pincho, ni el Cristo del Paño, que se venera en Moclín, ni mucho menos san Gregorio Nacianceno sufrieron molestias algunas por el insigne, preclaro y egregio Juan de Dios Calero, llamado en otras latitudes del imaginario santaferino el Maestro de Cómo Llevar el Sombrero. Lo que se deja anotado para general enseñanza como elemento de deconstrucción pedagógica de todos los pensiles floridos habidos y por haber. Por último, puestos a glosar las relaciones de Calero con Nino Rotta, no hubiera estado mal que el Instituto hubiera publicado las coplas que el maestro italiano le hiciera con letra de Alberto Moravia, que dicen así:
Cómo luce el sombrero
¡ay!el maestro Calero.
Allá en los Bermejales
cantando va por verdiales
y con mirada artística
se caga en la Vística.
Ay, cómo luce Calero
las alas de su sombrero.
Ni Baldomero Espartero
ni el Triángulo Escaleno
lucen el ala del sombrero
como Juan de Dios Calero.
Hasta ahora hemos exhibido la fisicidad práctica de Bernáldez, sobre el que ya va siendo hora de volver. Nos preguntamos si no va siendo hora de hacer un breve elenco de las categorías teóricas que el maestro Bernáldez aportó a la común nomenclatura de las ciencias económicas. Sea:
n el maximín santaferino, esto es, la síntesis entre el máximo de renta agraria y el mínimo de capitales financieros para proceder a una primera acumulación capitalista;
n el óptimo santaferino, o sea, aquel teorilema que, indebidamente, se atribuye a Wilfredo Pareto, un bribón de armas tomar;
n la campana (santaferina) de Chiquilín, que impropiamente fue denominada posteriormente Campana de Gauss;
n la teoría santaferina del valor: t – g – t’, siendo t la tierra, g la moneda llamada genil y t’ más tierra todavía, que un tal Moro copió de manera descarada y vergonzante;
n hoja de ruta santaferina, o lo que es lo mismo, los itinerarios de las finanzas desde todos los puntos de la mundialización a cualquier lugar;
n intervención preventiva santaferina, es decir, el acto financiero que pasa de ‘ser potencia’ a ser ‘acto interviniente’.
En relación al lenguaje jurídico-institucional, Bernáldez introduce un neologismo de fuerte relevancia política. El avisado lector sabe que dicho concepto es el de demotía, una idea que Maquiavelo no utilizó en su secuestrada apropiación de las obras de nuestro compatricio, seguramente por parecerle demasiado arriesgado. Pero Bernáldez opina textualmente en uno de los documentos que están a nuestra disposición que:
Caro maestro Maquiavelo: Parésceme que el conceto de ‘soberanía’ no cuadra con lo que ontológicamente es la florentina nación o Génova o Milán o Venecia. Si en tales repúblicas no existe rey no corresponde hablar de soberanía, porque non existen soberanos, sino instituciones de otra guisa. De do infiero q es un lenguaje imperfeto el que vos, caro Niccolò, ha utiliszado en su misiva a éste su amigo. Lo que le manifiesto a raiz del manuscrito que me ha enviado sobre ‘Los discursos de Tito Livio’, lo que me complace por la coincidencia con lo que yo pienso (et digo et escribo) desde tiempos pasados. Con más o menos imperfección (nadie es perfeto: una expresión que he oído a un lansquenete austriaco llamado Guillermo Bilder que hace las vezes de capitán de la Sancta Hermandad de por aquí) las repúblicas de la sempentrional natío italiana no ejercen soberanía, ítem más, hablar de soberanía popular es o un solecismo o un anacoluto o un oxímoron o todo junto a la vez. Por ello, le propongo que lo que ustedes llaman impropiamente soberanía pase a definirse como demotía, y aunque demotía popular sea una redundancia, es al menos claro: una intencionada redundancia. Usted me ha calificado como letraherido (una expresión que seguramente ha copiado usted del lenguaje valenciano de los Borgia, lletraferit), pero las palabras en tanto que significantes tienen su significado, su propio aticismo. Por eso no entiendo por qué opina que cuando hablo de participancia, usted opone el de participación. La participación es la actividad plena de la actividad organizada del popolo en los asuntos del Estado; ustedes los florentinos han avanzado, especialmente tras la traición que hicieron al movimiento Ciompi en el siglo pasado. Ustedes no tienen participación sino participancia, es decir, una sucesiva y escalonada intervención a modo de compromisarios. Que no es poca cosa en los tiempos que corren, pero que no se ajusta cabalmente a lo que entendemos como participación activa et inteligente, expresión que he aprendido de un comerciante con luengas barbas (judío por más señas) de Tréveris que vende miel de caldera por la Vega de Granada y me ha confesado en secreto que ‘la religión es el albondón abocado del pueblo’. Un radical, en efeto. Aunque le debemos el conocimiento de algunos entresijos de la economía pues se empeña en meternos en la cabeza una extraña fórmula: m-d-m’ y d-m-d: dice que recorrerá, cual si de fantasma se tratara, Europa. Le saluda, en esta santaferina ciudad de Sancta Fides, Bernáldez.
Ahora bien, de todo el pensamiento bernaldeciano lo menos conocido es, tal vez, su proyecto de europeidad. Es gracias a la tesis doctoral de Jordi Solé Tura (El empiriocriticismo europeo en Pero Bernáldez del Gozco: dos pasos para atrás y ninguno palante) se menciona hasta qué punto los planteamientos del ilustre santaferino fueron copiados inescrupulosamente por Beaujolais, el conocido socialista utópico francés, en su tratado Sobre la reorganización de la sociedad europea vitivinícola. No deja de ser sangrante que los santones europeistas del siglo XX hayan ignorado, a sabiendas y queriendas, a Bernáldez, aunque a decir verdad tampoco se han referido al protosocialista Bachus Beaujolais: toda una cultura digna del maestro Giovanni Palomo, natural de Santo Vincenzo di Montalto. Solé Tura, afortunadamente, nos ha relatado una considerable parte de la doxa europeista bernaldeciana:
n creación de la Procuradoría Europea (algo así como un Parlamento) de todas las naciones con cien mil diputados, elegidos por quienes sepan leer, escribir y hacer castillos de quebrados, con sede en Santa Fe;
n moneda única europea, el genil, cuyo cambio en el momento presente -se trata de antes de entrar en vigor la euromoneda bernaldeciana- es: un genil equivale a cincuenta maravedís castellanos, ochenta llardons catalanes, doscientos florines de Florencia, setenta ducados venecianos, catorce genovinos, dos millones de jalufos de Fez, ...
n Cartapacio de Derechos de la Gente (Codex gentium), algo así como una Constitución europea;
n Un Tribunal de Apelaciones con sede en Santa Fe, con ochocientos jueces en proporción inversamente proporcional a la población de juristas, rábulas, telonarios y togados de cada país europeo. Más un Tribunal de Cuentas, con sede en Santa Fe, dotada de tres mil contables y siete mil quinientos catorce profesores mercantiles;
n Una Mesnada Europea, cuyo Alto Estado Mayor residiría en Belicena: toda una fuerza de paz frente al Turco y siempre vigilante de los movimientos que vienen del Campo del Moro.
El avisado lector sabrá a qué atenerse. Toda la literatura de la Unión Europea no es otra cosa que calco burdo y vulgar de los planteamientos del maestro santaferino.
Por último, hemos de reconocerlo, poco se sabe de la codificación que Bernáldez dejara escrita acerca del idioma santaferino. Poco se sabe, decimos, aunque una parte de la correspondencia de Pompeu Fabra con el medievalista catalán Ramon María Alós-Moner indica que la metodología (en sus aspectos substanciales) que aquel utilizó para normalizar la lengua catalana está inspirada en la heurística de nuestro Bernáldez. Así pues,
Estimat amic Ramon-Maria, vull posar en el seu coneixement que sabem que un il.lustre santaferí, Pero Bernáldez del Gozco, és l’autor d’una metodología fecunda. Parlo d’un lingüista del segle XVI que ha creat una llengua que els nadius anomenaven santaferino, sobre la base d’una barreja de paraules àrabs i castellanes. Aniré a Santa Fe per a descobrir el significat d’aquestes: albéitar, malafollá, tejeringos, joioporculo, pipirrana, altarico, retotoyúo, parapanda, ánimicasbenditasdelpurgatorio, zeñordelazalú, tabenna i d’altres que mostren la rica facundia de la santaferina parla. Una abraçada, Pempeu.
P/s: Escolti, Ramon-Maria: he conegut a un xicot de Mataró que defensa la tesis de que el fordisme està de capa caiguda: ¡ximpleries! I més encara: inisteix que la innovació tecnológica es més determinant que les noves relacions laborals. I m’ho diu a mi mateix que sonc ingenyer. Qué en saps de tot això? La meva pregunta és: al Medio Evo ¿les invencions mecàniques foren més determinants que les encicliques pontificies? Et saluda ben cordialment, Pompeu
se demuestra, a las claras, que el normalizador de la lengua catalana estudió a fondo los giros idiomáticos de la Vega de Granada. En todo caso, el maestro Fabra, de fuerte inspiración anglosajona, obvió (seguramente con la intención de enmarañar las cosas) la etimología santaferina y tradujo las voces anteriores en: veterinari, mala dèria, xurros, dat pel cul, amanida, batlle, altiu, canigó, altiu, Mare de Deu de Montserrat, pub... Algunas de las cuales no responden sino a un estulto carácter autárquico y otras que no ha sabido precisar. Lo que no es de extrañar, pues el maestro Corominas se empeñó en atribuir a la palabra chiruca un origen euskaldún, cuando realmente era un homenaje del inventor de la bota excursionil a su santa esposa, llamada familiarmente Chiruca, por su origen asturiano.
Punto verdaderamente final. Todas estas consideraciones serán ampliadas cuando vaya a Santa Fe a participar en el referéndum, de momento espero acontecimientos aquí, en los USA, pues estamos a la espera de la convocatoria de los caucuses para la nominación de Harry Belafonte como candidato a la Presidencia de América del Norte por el nuevo partido, The Santaferino’s Party. Y, como dijera nuestro don Fernando de los Ríos: ‘Santafé, Santafé; siempre serás Santafé. O por mejor decir: Aut sanctaferinus aut nihil.
Abrazos pegajosos (dado el calor y bochorno -en lenguaje santaferino sería bochonno- que tenemos en los Estados Unidos) que no me dejan pegar ojo en estas noches estrelladas. Vale.
Vuestro, Juan de Dios Puente de los Vados & Mitchum
En Santa Fe (New México) 10 de Agosto de 2003, según el Calendario Paleomerologitano.
P/s. Se me olvidaba un pequeño detalle: les envío un cuento breve, cuya autoría se atribuye a Juan de Dios Calero. De hecho encontramos esta breve narración en la biblioteca del maestro Umberto Eco, a quien le agradezco que nos dejara hacer una fotocopia. Y dice así.
LA PALABRA RESUCITADA
Un breve cuento del maestro Juan de Dios Calero
El viejo alfayate, ahelgado hasta la irreverencia, cojirrenglo de solemnidad y pelitaheño por dudosa herencia, no sabía cómo hacer acomodar su tagarnina. A su parecer, le era necesaria para darle achares a la mujer del talabartero; por eso, en ausencia de galenos, acudió al antiguo albéitar, pues no podía estar sin pasarse su diaria ración de chasca: así de exigente era su coleto. Amigo de murciar, aunque con fama de hacer alicantinas, el vejancón tenía en los cuernos de la Luna a media docena de mujeres casadas, tres pares de pollitas y cuatro dueñas del lugar. Pero sólo bebía los vientos por la mujer del zurcepieles. Una mujer de bellos acais y la mar de ingeniosa: había levantado una gran admiración en el pueblo jornalero porque le puso al mango del almocafre unas cuantas tiras de badana que pronto se extendió por los cuatro puntos cardinales de los infinitos puntos cardinales de la Rosa de los Vientos; también fue la más ducha zahorí en las lindes de todas las vegas con todos los secanos de aquellas tierras de Parapanda. El viejo alfayate no podía seguir siendo, especialmente por ello, el más espeluznante ahelgado que vieron los tiempos pasados, los de hogaño y posiblemente los venideros.
Para cambalachear con el albéitar el precio del arreglo, el viejo pingo llevaba en el cerón seis torcaces, seis estrébedes y seis litros de blanco pasto. Se diría que no estaba nada mal como trato: siempre tuvo ojo de buen cubero para domésticos apaños.
Era así de nacimiento, y por ello tenía como mal nombre el Ajergado, que siempre le dijeron por detrás y nunca por lo derecho. Con una excepción: la de Joseíco El Cuchifrito que, con la palabra bebida, se lo endilgó un día de San Eugenio, cuando la noche languidecía y renacían las sombras. El viejo alfayate le quitó de repente el escardillo al malhablado y le hizo en el cogote diecinueve porcinos; a renglón seguido, el agresor dobló la esquina, parsimoniosamente, con esa indiferencia que tienen las personas de provecta edad por las consecuencias de sus actos. Nunca volvió a la carga el tal Joseíco, a quien el viejo alfayate llamó, a partir de tan famosa coyunda palicera, Pepico Porcinos. Lo que viene a demostrar, por si alguien no lo sabe, que los apodos tienen su origen en situaciones de lo más diversas, y que la mancha de un viejo mote con otro nuevo se quita.
Pero lo cierto es que su condición de ahelgado le trajo también algunos buenos momentos: podía interpretar a capella el solo de tromba de la Marina, una pieza donde el maestro Arrieta se lució muy de veras. O incluso podía simular el azote del levante contra los mechinales cuando intentan crecer al galope tendido muy cerca de la Puente de los Vados. Por no decir el lucimiento de su cantiñeo cuando iba, mentalmente, de vano en vano ya fuera intentando inhalar la aguja o hacer dos o tres pespuntes arreglando aquel terno de su compadre el alarife Frasquito Espantacabras. Pero el estafermo no podía aguantar que su tagarnina temblara en su mal lugar ni los aires de estupor del mujerío aldeano. Imitando el sonido de la tromba quedaba como un señor haciendo la tertulia en la vieja tahona mientras los operarios doraban las teleras para la venta; y simulando el sonar de los mechinales hacía las delicias de la hermana tornera en la puerta del Convento de las Monjas Egipcíacas. Pero la estantigua no tiraba bien de chasca ni la mujer del talabartero le miraba como Dios manda.
Así es que, después de ensuciarse en la Vística unas ventisiete veces, tomó la gran decisión: me arreglo el asunto de una vez por todas, ¡y que le vayan dando por culo al solo de tromba y a los mechinales de la Puente de los Vados! Al fin y al cabo, como alguien ha dicho, la música perjudica gravemente la salud, mientras que mi tagarnina, si estuviera en su sitio bien puesta, es algo magnífico. Y sin pensárselo quince mil cuatrocientas quince minutos, cogió la margen izquierda de la acequia Gorda, luciendo el sobretodo un tanto añoso y con un cerón al hombro se dirigió donde el albéitar que también hacía informalmente las veces de galeno. Mientras tanto, aprovechó la ocasión en pensar en las mujeres del lugar: Caño Santo, Regla, Pincho y Pasmo, todas ellas con nombres de vírgenes que, todas ellas, son madres de Dios; en Juliana y Semproniana, en Olalla y Tribulia, vírgenes carnales que defendieron sus chichas frente a una caballuna caterva de mílites chusqueros de improbable virilidad. Por alguna razón todavía no aclarada, el caso es que nuestro ahelgado se puso a pensar en unos extraños guarismos que había visto en un libro misterioso; lo había recibido como pago por arreglarle la sobrepelliz a un chantre que pasaba las canículas en la casa de al lado. Fibonaci era el libro y quien lo escribió: hablaba de la reproducción de los conejos.
Se dijo: cierto seise encierra una pareja de conejos. ¿Cuántas parejas de conejos habrá en un año si se supone que todos los meses cada pareja engendra una nueva pareja que, a su vez, puede reproducirse a partir del segundo mes? Bien pensado podía echarle una apuesta al gremio de alarifes; si lo resuelven les pago un buen companaje, en caso contrario me hacen el arreglo de las algorfas. Sabía que daría con la tecla porque los viejos alfayates aprovechan mucho el tiempo en estos pueblos, y de la misma manera que (según dejó dicho un santo Antonio de Cerdeña) un corrector de pruebas puede trabajar y, al mismo tiempo, pensar en la liberación de su guilda, así yo puedo pasarme el día inhalando preferentemente con la dalia y, a la vez, calcular el antilogaritmo de siete millones doscientos cincuenta mil catorce coma setenta y ocho; este santo Antonio miraba muy alto, pero en mi parecer no atinó en eso; en cambio, un servidor es capaz al unísono de estar en misa y repicar. Ah, ¡qué belleza tienen los guarismos de Fibonaci! Ni siquiera Los cuatro muleros, que cantara el Niño de Marchena, llega a igual lontananza. Pero, además, demuestran que estas invenciones sirven para mucho. Con estos guarismos yo estoy en condiciones de saber qué proporciones tendrá, dentro de un año bisiesto, mi granja de conejos, y de esa manera puedo comprarme una dentadura postiza. Desde luego, no entiendo por qué el viejo Euclides se puso como un pavo real cuando, al descubir los números primos, se dijo: ¡qué maravilla, no sirven para nada! Lo que es asaz falso, pues aplicados convenientemente yo conseguí acertar en el cupón de los ciegos corriendo el año de la muerte de don Juan Belmonte, que se pegó un tiro en la sien porque ya no se le empinaba alejandromagno.
Y con la misma elegancia que se levantan los bueyes del agua de la acequia Gorda, así caminaba despaciosamente el viejo alfayate: con el calañés en su lugar descanse; con el cerón en el sitio adecuado; con unas unas antiguas antiparras, acomodadas suso sus napias; y unas abarcas ayuso sus piés. Dejó atrás la nueva almazara y la casa de Ricardo, el recovero que, de cuando en vez, hacía de cosario diplomado. Y con el mismo regomello que aprientan los fríos de Moclín, el anciano ahelgado se dice explica para sus mientes que una cosa es la sinalefa y otra (muy distinta) es el sinalagma, aunque sí tienen mucho que ver las espingardas con los anacolutos del padre Ripalda.
A eso de la mitad del camino (y sin tirar membrillos redondos que pusieran la acequia de color amarillo) el viejo alfayate no daba por donde tirar; quiero decir que no se acordaba de la casa del compadre albéitar. Y, poniéndosele la cara de gualda encendida) no tuvo más remedio que preguntar a un mozuelo:
n A la paz de Dios ¿dónde está la casa del albéitar?
n ¿Qué dice usted, buen hombre?
Pasaron cinco lustros y nadie daba razón. ¿Qué es un albéitar, de qué me habla, buen hombre? Y todas esas cosas. El anciano ahelgado, en puertas del desespero, encontró al fin a un joven, recién llegado de tierras lejanas.
n A la paz de Dios, mozuelo, ¿dónde esta la casa del albéitar?
n A usted le estaba yo buscando, buen sastre. La casa del veterinario está a la vuelta de aquella esquina.
Sanseacabó, 23 de Floreal de 1789
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