PRIMERO
Ante las profundas transformaciones que atraviesan nuestro tiempo (tanto en la escena internacional como en el campo de las relaciones económico-sociales), el movimiento sindical tiene que volver a definir todo el cuadro de sus opciones estratégicas: sin esta capacidad de innovación se arriesga a verse desplazado. Este es el momento, también para la Cgil, de una discusión a tumba abierta. Pero ya no es suficiente una gestión meramente táctica, capaz de afrontar las emergencias que se presentan cotidianamente sin un diseño estratégico de más largo respiro[1]. Es urgente e indispensable abrir esa discusión, sin esperar la próxima cita congresual. Para que esa discusión sea productiva es necesario un espíritu abierto, yendo más allá de las lógicas de pertenencia a unos u otros grupos y de las conveniencias burocráticas, la Cgil debe estar a la altura de los nuevos desafíos, tal como lo ha sabido hacer en otros momentos decisivos de su historia; para ello tiene necesidad de un gran esfuerzo colectivo de elaboración e investigación.
SEGUNDO
El sindicato actúa (y así debe ser cada vez más) en un horizonte global: ello exige una estrategia capaz de dirigir ese proceso. Pero el movimiento sindical no está suficientemente ubicado en ese estadio ya que no cuenta con estructuras internacionales verdaderamente eficaces y dinámicas que superen los particularismos nacionales[2].
Se hizo una gran e imponente movilización contra la intervención militar en Irak. Esta guerra ha representado una gravísima ruptura de las reglas del derecho internacional, inaugurando la estrategia de la ´guerra preventiva´. El movimiento sindical ha sido un actor importante de esta movilización[3], y continúan siendo válidas las razones de ese esfuerzo porque estaban en juego (y siguen estando) cuestiones esenciales y de principio que se refieren al orden internacional y a la regulación del derecho del uso de la fuerza. Pero ahora, tras el final de la guerra, una vez superada la fase del más fuerte empeño emotivo, hay que traducirlo en propuestas políticas y programáticas, y es en ese aspecto donde resultan evidentes nuestras debilidades estructurales.
El problema que debemos encarar es el funcionamiento de todas las instituciones internacionales[4]; éstas piden una profunda reforma democrática, con el objetivo de poner fin el dominio unilateral de las grandes potencias y corregir radicalmente la orientación neoliberal, hoy dominante, que tiene como objetivo exasperar las desigualdades a escala mundial. Para abordar este orden de cosas, es necesaria una fuerte iniciativa internacional sobre la base de: un programa, una plataforma reformadora y la construcción de un sistema de alianzas. Todo ello con la orientación de obtener resultados concretos.
Es más evidente, todavía, esta necesidad de acción política incisiva en el contexto europeo en el momento en que se ha abierto el proceso de definición de las bases constitucionales de Europa, de reforma de sus instituciones, en un cuadro geopolítico de extraordinaria novedad con la ampliación al Este, con la construcción de un sujeto político totalmente inédito y de gran complejidad. Del éxito de estos procesos dependerá tanto el futuro de los equilibrios mundiales, como la función histórico-política de Europa y su capacidad, o no, de constituirse como sujeto político autónomo y de expresar su propia estrategia global. En una situación de esta naturaleza, el movimiento sindical no puede limitar su iniciativa a las formas tradicionales de la solidaridad internacional o una genérica inspiración pacifista sino que debe proponerse una intervención en lo más vivo de los procesos que se están definiendo[5].
La dimensión internacional debe adquirir una dimensión estructural en todo el trabajo sindical; es decir, no solo reservada al área de los especialistas sino que debe afectar al modo de ser de un sindicato plenamente responsable de las interrelaciones globales que recorren todos los aspectos de nuestra experiencia social.
TERCERO
El contexto político italiano está fuertemente condicionado por las tensiones y contraposiciones que vienen del actual gobierno de centro-derecha; se trata de un encontronazo político que se refiere a todas las cuestiones decisivas de la vida democrática. Pero la situación está lejos de ser estable, y hay en curso diversos procesos en la sociedad italiana y en sus orientaciones de fondo que hacen que el cuadro político sea más inestable y esté más abierto, como lo demuestra con claridad la última edición de las elecciones administrativas. Ahora estamos entrando en una nueva fase política con todas las relaciones de fuerza puestas en entredicho.
La tentativa de construir en torno a la derecha un sólido bloque social empieza a mostrar evidentes contradicciones, especialmente porque el gobierno no ha conseguido garantizar las condiciones de un nuevo ´mmilagro económico´ y un nuevo ciclo de desarrollo; antes al contrario, ha llevado al país (y a la economía) a una situación muy caótica, con un efecto general de stagnación y pérdida de competitividad[6]. En esta coyuntura, los procesos sociales de fondo son los elementos decisivos, y en ese lugar se encuentran las posibilidades de desarticular las bases de apoyo de la actual mayoría. El centro-derecha intentó representar y organizar un determinado proceso social, haciéndose eco de los impulsos individualistas presentes en las gentes y ofreciendo a una sociedad incierta e insegura una perspectiva de crecimiento y relajamiento de sus vínculos, de liberación e innovación[7].
Según esta representación ideológica, la derecha opone a la izquierda estatalista, burocrática y asistencialista --que tiene bloqueadas las energías del país-- el modelo de una sociedad abierta y dinámica, reconociendo la iniciativa personal y ampliando la esfera de las libertades individuales. Este es un esquema que ha funcionado políticamente, pero que no va bien en el plano de la realidad, que no tiene resultados efectivos y por ello toda la situación política puede ser reabierta y conducida hacia nuevos caminos. En este contexto, la iniciativa sindical puede desarrollarse positivamente y favorecer también avances de carácter político.
El sindicato, de hecho, interviene directamente en las contradicciones sociales, y puede intentar reorganizar sobre nuevas bases (sobre una plataforma política más avanzada), la acción de la representación social, sus relaciones y sus objetivos. Pero debe quedar totalmente claro que el sindicato interviene exclusivamente sobre el campo de la organización social y de la representación de intereses; es en ese terreno donde se mide con la acción de gobierno y con las fuerzas políticas, valorando las diversas líneas programáticas, según el método de la representación del mundo del trabajo. El sindicato no hace oposición ideológica, no se orienta aprioristicamente en un campo político, sino que interviene autonómamente en la dinámica de los procesos sociales.
La autonomía es la condición que determina la fuerza y capacidad de incidir, de orientar las relaciones de poder en la sociedad, de condicionar el mismo proceso político. Obviamente, no se puede prescindir del contexto político en el que se interviene, ni se puede concebir la autonomía como una especie de agnoticismo político.
El contexto actual, con un gobierno de centro-derecha que dispone de una amplia mayoría parlamentaria y que se inspira en un agresivo programa neoliberal, sitúa al sindicato frente a una prueba difícil. Sin embargo no es aceptable la representación de estas situaciones como la instauración, cada vez más completa, de un régimen, de un sistema de poder compacto y exclusivo para el que se han cerrado todas las opciones y sólo existe la posibilidad de una extrema acción de resistencia. Este es un planteamiento completamente equivocado, ya sea en el plano político, porque como se ha visto es una situación en movimiento y no se trata de un bloque social consolidado, ya sea especialmente si se refiere al plano sindical, colocando al sindicato en un terreno impropio, de una oposición al sistema, de tipo ideológico, que le situaría definitivamente fuera de juego.
CUARTO
La autonomía del sindicato tiene su fundamento en la función de representación social que actúa según su propia dinámica, no coincidente con los tiempos y formas de la política[8]. Cualquier superposición de estos dos planos produce efectos negativos porque debilitan la acción sindical y la constriñen a un papel subsidiario respecto al sistema político, su capacidad de síntesis y mediación social. En este sentido, es necesaria una opción muy clara y limpia, superando definitivamente todo residuo de ´colateralismo´ y contrastando abiertamente todas las presiones políticas que querrían volver a llevar al sindicato a una determinada área de influencia con el argumento de que, en un sistema bipolar, también la sociedad civil debe encuadrarse y tomar posición hacia uno de los dos campos contrapuestos[9]. Debemos rechazar dicho argumento: el bipolarismo político no debe conducir a una colonización del conjunto de la sociedad, sino que al contrario tiene que estar presidido por una fuerte autonomía de los sujetos sociales. Porque aquí está en juego el modelo de democracia que queremos construir en nuestro futuro[10].
De un lado está la democracia ´verticalizada´ y plebiscitaria que hace descender todo de la legitimación popular del gobierno y de su líder, trastabillando todos los sistemas de autonomía, desde la magistratura a la información, desde las autonomías territoriales a las sociales. Y, de otra parte, está la idea de una democracia alargada y estructurada que reconoce el pluralismo de la sociedad y concibe la misma acción de gobierno, no como acto de decisionismo que se trasmite jerárquicamente de arriba hacia abajo, sino como un proceso participativo y consensuado en el que entran en juego toda la red de las autonomías y de los cuerpos intermedios.
El tema de la autonomía tiene, así pues, complejas y muy relevantes implicaciones político-institucionales. Ceder en ese punto, significa dejarse llevar por el terreno del populismo; lo que comportaría que el sindicato perdiera su fisonomía, convirtiéndose en una pieza de maniobra del juego de la competición bipolar al servicio de cualquier aspirante a líder carismático. Las dos ideas-fuerza del sindicato son: autonomía y representación, dos caras inseparables de un mismo proceso. Si uno de estos dos elementos entra en crisis, distorsiona necesariamente al otro.
Ahora bien, hay que poner en marcha ese proceso, sabiendo que estamos ante un compás de espera, que autonomía y representación son hoy, por muchas razones, objetivos a reconquistar y reactivar con un trabajo sindical que vuelva a establecer una estrecha relación con el mundo del trabajo y con sus transformaciones[11]. Nuestro objetivo es representar el mundo del trabajo que cambia. Y ello exige una fuerte innovación de toda la acción sindical y de sus instrumentos organizativos[12]; y reclama, como condición de partida, un fortísimo anclaje en el principio de autonomía ya que la representación no se establece por una vía política o ideológica sino sólo mediante una relación directa con las exigencias sociales y sus dinámicas. La vía del sindicato es siempre práctica y experimental que no viene de la teoría sino de la experiencia concreta de los sujetos sociales[13]. La autonomía es, sobre todo, la originalidad específica de este recorrido que parte siempre de la realidad social y acompaña sus movimientos, sin estar nunca constreñida por esquemas ideológicos preconstituidos. Sin autonomía no existe sindicato sino un subrogado de la política, un movimiento que tiene en la esfera política sus motivaciones y sus efectivos centros de decisión. La plena reconquista de la autonomía es, pues, el salto decisivo y la primera obligación de la acción sindical.
QUINTO
Hablar de una ´reconquista de la autonomía´ o de ´resindicalización´, significa reconocer que, para la Cgil, hay un problema no del todo resuelto en lo que atañe a su relación con la política. Así pues, es preciso hacer un balance de los últimos acontecimientos sindicales, caracterizados por una gran movilización de masas y, junto a ello, con una creciente dificultad en las relaciones unitarias; en esta fase se combinan elementos de fuerza y debilidad.
La Cgil --poniendo con claridad el tema de los derechos y asegurando una línea clara de contraste respecto a los procesos de precarización del trabajo--se ha colocado a la cabeza de una gran movilización civil y democrática y ha conquistado, en diversos sectores de la sociedad italiana, una posición de enorme prestigio. Sobre este mismo terreno se han puesto en evidencia serias divergencias con la Csil y Uil que han conducido a la firma por separado del ´Patto per l´Italia´. Hoy nos podemos interrogar sobre varias decisiones tácticas y si, de verdad, en todas ellas se habían agotado las posibilidades de una mediación unitaria. Pero, más allá de esta reconstrucción crítica, hay un aspecto político que es decisivo: frente a las dificultades unitarias, una gran parte del grupo dirigente de la Cgil y de su cuadros optó por el camino de la autosuficiencia; la Cgil, de esa manera, se creyó finalmente libre de hacer valer, sin condicionamientos, su posición política y dirigir ella sola la confrontación, asumiendo el papel de punta de lanza de la movilización política contra el gobierno[14].
Así se han producido una serie de acciones unilaterales, como por ejemplo manifestaciones y huelgas, francamente no todas convocadas por una efectiva necesidad, con el resultado de generalizar la división, dándole a todo ello una validez estratégica[15]. De esa manera se puede crear una falsa prospectiva política, poniendo en sordina el problema de la unidad y cultivando la ilusión que es suficiente la ´coherencia´ de las posiciones, aunque sea pagando el precio del aislamiento. Así, lo único que cuenta es tener razón ´en el fondo´. Pero el fondo de un determinado problema es inseparable del contexto y perspectiva estratégica general y, por ello, una serie de posiciones justas en su singularidad puedan dar lugar a una línea errada o contradictoria, especialmente porque no se valoran todos los efectos políticos y de contexto de una opción concreta. Es por esta incertidumbre estratégica que la fuerza de la Cgil (su capacidad de movilización) se arriesga a convertirse en una debilidad. Al final de esta etapa sindical, la Cgil se encuentra en una posición crítica, ya sea por las rupturas acaecidas en el tejido unitario (que no ha sido ocasionales sino insistentes y sobrecargadas de significado político y estratégico), ya sea por los efectos de ´politización´ que se derivan de ello, por la impresión (real o presunta) de una suplantación de funciones en el terreno político con el objetivo de condicionar a los dirigentes de los DS y ofrecer una interlocución política a los movimientos sociales, para poner las bases de un nuevo proyecto[16].
De manera que debemos hacer un balance crítico y no autocomplaciente. Y hemos de rechazar la tesis que contrapone fuerza de movilización e inspiración unitaria porque en una prospectiva de más largo respiro es verdad, exactamente, su contrario: un movimiento tiene tanta más posibilidad de incidir y de durar cuanto más amplia y unitaria es su base social. Los reflejos de tal concepción han sido ampliamente medidos con la derrota súbita en el ´descuelgue´ de la firma del convenio colectivo de los metalúrgicos. Un grupo dirigente responsable debe saber comprender cuando se ha acabado un ciclo político y es preciso rectificar. Nosotros estamos ahora en esa tesitura. Podemos dejar que las cosas sigan su curso por la fuerza de la inercia y adaptarnos a la perspectiva de una Cgil que cambia su estatuto político y substituye la unidad con la autosuficiencia. O viceversa, podemos dar el sentido de un cambio, siempre y cuando que esta señal sea explícita, declarada y visible.
SEXTO
Esta necesaria tarea de corrección --la batalla sobre los derechos-- no ha sido enterrada. Este es un tema central y estratégico, tanto en el prisma político como en el sindical. Porque está en juego el modelo social, su sistema de relaciones y el papel que en dicho sistema tiene la persona-trabajador, ya sea como titular de una efectiva ciudadanía o como una mercancía de intercambio supeditada a las lógicas inestables del mercado. Es evidente que la cuestión de los derechos, sobre todo en el caso de los derechos sociales, tiene mucho que ver con el cuadro de los poderes, ya que un derecho es solo virtual si no hay un poder político que lo garantice y lo haga efectivo. Todo el camino del moderno constitucionalismo europeo, hasta la reciente Carta de Niza, es la tentativa de alargar la esfera de los derechos y darles una fuerza jurídica vinculante; pero es un camino accidentado que se confronta con la efectividad de las relaciones de fuerza y la materialidad de los procesos políticos concretos. Entonces, el problema actual es el de conjugar el tema de los derechos, no solo en términos declamatorios o propagandísticos sino en el terreno de la acción política y sindical. Para el sindicato, se trata, en primer lugar, de ´contractualizar´ los derechos; de volver a acudir todo el edificio contractual para ofrecer a los trabajadores un fuerte sistema de garantías e impedir la balcanización del mercado laboral, bajo el dominio de la precarización y la flexibilidad salvaje. Es en la concreción del trabajo sindical cotidiano donde hay que tener, de modo firme, la brújula de los derechos y la dignidad del trabajo, buscando cada vez más los posibles puntos de este avance. Aquí se coloca la necesaria acción de contraste con la Ley del mercado de trabajo y la iniciativa de relanzar los proyectos de ley que ha propuesto la Cgil, como base de una amplia discusión política y sindical.
Se trata de un sendero totalmente opuesto al que se intentó con el referéndum por la extensión del artículo 18: el camino de un negocio ruinoso, de una prueba de fuerza, llevando el debate sindical al territorio de la confrontación política, con el resultado de socavar la autonomía de los sujetos sociales y aventurándose en un conflicto político-ideológico de dudoso éxito, como lo han demostrado los acontecimientos posteriores.
El referéndum ha sido oportunamente desactivado por una aguda conducción política de los mayores partidos del centro-izquierda. La Cgil se ha encontrado en evidentes dificultades y, al final, tomó una posición discutible y de escasa eficacia[17]. Pero esto es también la consecuencia de errores y errores e incertidumbres anteriores. Porque desde el principio no se atajó la movilización de algunas importantes estructuras cuando recogían firmas para el referéndum y no se contrastó con fuerza, en el terreno político, la idea de una radicalización, de un choque frontal según el cual no había ningún espacio de negociación sindical. El referéndum nace de este equívoco: que los espacios de la concertación han sido destrozados, y que con este gobierno y estas contrapartes empresariales sólo es posible actuar en una línea de resistencia[18].
La Cgil no puede dejarse llevar por ese terreno. Ahora, una vez archivado el referéndum, el tema de los derechos puede volver a nuestras manos.
SEPTIMO
Si verdaderamente se pone en marcha un proceso de resindicalización, según las dos coordinadas de la autonomía y la representación, también la perspectiva de la unidad sindical puede tener actualidad y de modo más realista puede ser un objetivo para ahora, no como un espejo de un futuro imaginario. Hablamos de volver a tomar, a todos los efectos, la unidad de acción entre las tres confederaciones, y no del objetivo más ambicioso de la unidad orgánica que, evidentemente, tiene una necesidad de tiempos más largos de maduración y podrá ser el inicio de un progresivo acercamiento, en el terreno contractual, reivindicativo y programático, también de un consiguiente cambio del clima político en las relaciones recíprocas. Este es un acto necesario de realismo, debiendo registrar la rapidísima involución que se ha dado en estos años, ya pasado el momento en que la unidad orgánica parecía estar al alcance de la mano. E son muchos las responsabilidades, también en el interior de la Cgil, de aquel fracaso.
Ahora se trata de volver a poner en marcha un proceso, valorando con objetividad la situación dada y las diversas posiciones. Como siempre ocurre en momentos de ruptura, existe la tendencia a dramatizar los puntos de desacuerdo y cada confederación pone énfasis en su espíritu de organización, tendiendo a escenificar sus diferencias como contraposición de modelos estratégicos opuestos, y mientras dura esta situación, el contencioso se retroalimenta, y sobre todo se introduce en el cuerpo activa de las organizaciones un aspecto integral de clausura y desconfianza. Lo que primero se debe hacer es ir al fondo del problema, singularizando cuáles son los puntos de diferenciación verdaderamente substanciales, debilitando y relativizando toda la sobrecarga ideológica que, unos y otros, han puesto en marcha de modo instrumental. Al final de esta operación, encontramos naturalmente un pluralismo de intentos y culturas sindicales, también en el interior de cada organización, aunque ninguna discriminación de principio, si no sobre el tema crucial de las reglas de la democracia. Todo lo demás forma parte de una normal dialéctica sindical que puede inscribirse dentro de un proceso de mediación unitaria. Así pues, hay que concentrar nuestra atención y nuestro esfuerzo en el problema de las reglas democráticas.
Podemos seguir útilmente las indicaciones que están en el documento ´Per riprendere il cammino dell´unità sindacale´, firmado por Gino Giugni y otros autorizados exponentes de la cultura democrática italiana. Sugerimos que el camino a recorrer es el de la ´definición de un código de autoregulación´, elevando a un segundo momento la eventual disposición legislativa y el terreno de mediación entre los dos extremos de una democracia o solo asociativa o solo refrendataria, y singularizado en ´red representativa y unitaria´ de las RSU que pueda ´jugar un importante papel en la definición de un sistema de democracia sindical´[19].
Sobre la base de un modelo de ´democracia representativa´ que conciba la representación en la empresa como el punto efectivo de conjunción entre afiliados y trabajadores, se puede construir un sistema de reglas donde el pluralismo sindical se pueda desarrollar sin efectos destructivos y sin actos unilaterales, gestionando las diferencias y definiendo los instrumentos de legitimación de las decisiones.
Los dos sencillísimos principios reguladores podrían ser los siguientes: hay que medir la representatividad de las organizaciones y todas las decisiones se legitiman por el principio de mayoría[20]. Por otra parte, es necesario un esfuerzo de las organizaciones para privilegiar el recorrido unitario, buscando en aquella sede la solución de los puntos de conflicto, lo que puede traducirse también en normas de comportamiento de manera que cada organización no esté vinculada sólo a sus mecanismos internos, sino que quede bajo la norma, mediante su autónoma y responsable decisión, a un sistema de reglas que le exija la búsqueda de soluciones unitarias a lo largo de todo el proceso contractual, desde la plataforma hasta el acuerdo[21].
A partir de estos principios, no es empresa imposible elaborar un protocolo que regule todas las relaciones sindicales. Por otra parte, existe ya, en el sector público, un modelo de regulación que puede ser, con todas sus necesarias adaptaciones, extendido al sector privado.
La Cgil tiene que tomar la iniciativa. Y para que ello sea creíble y estimulante, debe asumir el compromiso que, desde ahora, no pondrá en marcha ningún acto unilateral (plataformas, paros, acuerdos), elevando todas las cuestiones de controvertidas a una sede unitaria de verificación y mediación. Debe quedar claro que la Cgil no es un obstáculo a la unidad ( en la situación actual, eso no resulta evidente)y que, por el contrario, somos nosotros quienes invitamos a las otras confederaciones a un acto común de responsabilidad. Ello tendría un fuerte impacto en las relaciones sindicales y movilizaría todos los grupos dirigentes y nuestras estructuras en la búsqueda de objetivos, aunque fueran parciales, de unidad, ya fueran sobre el terreno de las reglas ya fuesen sobre las políticas reivindicativas. Este fuerte relanzamiento de la iniciativa unitaria está ya maduro. Porque, frente a la estagnaciónde nuestro sistema productivo y a la pérdida de competitividad (y frente una acción de gobierno, que no ofrece ningún lugar efectivo de debate y concertación) los elementos de convergencia entre las tres confederaciones son objetivamente muy fuertes, y ya existe un común interés en superar la fase de las divisiones para afrontar un momento político-social de gran dificultad.
OCTAVO
El acuerdo firmado entre Cgil, Csil, Uil y Confindustria es la señal más importante y significativa de la convergencia programática entre las tres confederaciones sobre asuntos de fondo del desarrollo del país. Se trata de un paso que va en la justa dirección y que ha sido adecuadamente apoyado, representando la base de la iniciativa sindical de los próximos meses y las opciones de política económica que deberá asumir el gobierno.
En este cuadro es preciso que retorne el tema del mezzogiorno al esfuerzo nacional, y que esta opción por la competitividad puede representar la leva posible para empeñar al país a competir en Europa y en la economía mundial, a la par que los otros países avanzados.
Las decisiones de las confederaciones sindicales y de la Confindustria de ejercer conjuntamente una presión ante el gobierno para realizar una política de desarrollo, corrigiendo en aspectos esenciales (investigación, formación, infraestructuras y mezzogiorno) la línea que se ha llevado hasta ahora, representa una novedad política importante, porque se rompe el colateralismo que había caracterizado toda la anterior gestión de la presidencia d´Amato[22]. También esto es una señal del nuevo clima político que se está formando en el país. Habrá que gestionar este acuerdo a nivel territorial, singularizando todos los interlocutores posibles (institucionales y sociales) para un relanzamiento de políticas de concertación, también en el contexto del nuevo reparto de los poderes, plasmados en las nuevas normas constitucionales.
NOVENO
La concertación sigue siendo la gran opción estratégica del sindicalismo confederal, ya sea a nivel central ya sea a niveles descentralizados. El punto de referencia, todavía válido, es el sistema de relaciones que fijó el Protocollo Ciampi en el año 1993 que puede ser modificado y puesto al día en su instrumentación concreta, pero que es actual en su inspiración general. Tras la entrada del euro --que fue posible incluso gracias a dicho acuerdo-- se trata, ahora, de volver a definir los objetivos macroeconómicos del próximo futuro, decidir qué política de rentas y desarrollo son necesarias hoy, confirmando que las opciones de este alcance pueden ser eficazmente perseguidas sólo con el concurso de las fuerzas sociales y con el método de la concertación. Este es un punto decisivo de la crítica al actual gobierno que, de hecho, ha abandonado la concertación, y la crisis de ésta coincide, también, no casualmente con una grave ralentización del desarrollo.
De ello no debemos concluir, de ningún modo, que la concertación es ya una opción política liquidada para siempre (alguien ha dado un suspiro de alivio, porque el sindicato vuelve a ser un sujeto conflictual y antagonista), pero contrariamente debemos ejercer una fuerte ofensiva hacia el gobierno para que se reabra una verdadera mesa de discusión; y con el mismo método debemos operar en nuestras relaciones con las instituciones locales que presentan un cuadro político bastante diferenciado. La concertación, como método y sistema, es el modo en el que el sindicato realiza su confederalidad, su capacidad de medirse con los problemas generales del país, superando la dimensión corporativa y asumiendo vínculos de coherencia y responsabilidad de cara a determinados objetivos compartidos. Hoy el tema central, el objetivo del debate, es el desarrollo y el empleo.
DECIMO
La discusión sobre la estructura del sistema contractual y sus reglas está abierta. El sistema, actualmente en vigor, ha conseguido sus objetivos de fondo; por ello, hay que descartar las hipótesis que prefiguran un modelo totalmente alternativo, como por ejemplo las que se orientan hacia un total vaciado de contenidos de los convenios nacionales de ramo.
El sistema contractual, organizado sobre dos niveles, fundamentalmente tiene el defecto de ser un sistema paticojo, porque el nivel descentralizado no está garantizado para todas las empresas y afecta sólo a una parte todavía minoritaria del mundo del trabajo. Existen aquí dificultades objetivas y estructurales, dadas las características de nuestra estructura productiva, basada ampliamente en las pequeñas empresas. En esta situación, un sistema que desplace drásticamente el baricentro contractual del nivel nacional al descentralizado, se arriesga a dejar totalmente al descubierto --sin protección negocial-- sectores decisivos del trabajo dependiente. El desplazamiento hacia el segundo nivel --que, no obstante, es necesario-- debe ser verificado y graduado, empezando por experimentar nuevas formas contractuales por áreas territoriales, polígonos industriales y sectores del artesanado. Es decir, se trata de consolidar el segundo nivel, procurando hacerlo efectivamente exigible y generalizado, y en relación a este proceso podrán ser gradualmente innovadas las características del convenio nacional, manteniendo una estructura de dos niveles y excluyendo la solución de los convenios regionales que determinaría una ruptura vertical entre regiones fuertes y regiones débiles. En esta prospectiva, el convenio nacional, más allá de defender el poder adquisitivo de los salarios con inflación real, debe convertirse también en un instrumento de reforma e innovación de las políticas contractuales, apuntando a un reforzamiento cualitativo y a una extensión cuantitativa del segundo nivel, con la intención de determinar de manera más concreta las materias negociales, tales como organización del trabajo, sistema de horarios, salarios de productividad, procesos formativos, instrumentos de participación...
En esta perspectiva, que actúa en una lógica de prudente gradualidad, se sitúan también los procesos de integración europea, con la posibilidad de estructurar una efectiva coordinación de las dinámicas negociales, examinando las diversas hipótesis de articulación de la negociación colectiva para superar la actual fragmentación. Pero cada vez es más urgente volver a abrir una discusión sobre los objetivos de la vida contractual. Mientras que el mundo del trabajo ha cambiado radicalmente, nuestras políticas reivindicativas no se han reelaborado seriamente[23]. Es el momento de abrir en el sindicato y con los trabajadores una gran discusión de masas sobre este aspecto.
El giro está en el hecho de que, con el asentamiento de la economía post-fordista, no son ya suficientes las tutelas en el centro de trabajo, sino que se precisa tener en cuenta la ´carrera laboral´a lo largo de toda la vida, la posibilidad de gestionar los procesos de movilidad, disponiendo los recursos necesarios para orientarse en el mercado laboral y no ser rechazado hacia el mundo precario y marginal, o con la expulsión anticipada del trabajo con las consecuencias que todo ello comporta a la condición del trabajador anciano.
El proceso de envejecimiento de la población, la particularidad del fenómeno demográfico en Italia, el bajo nivel de participación en el mercado laboral de los ancianos y las mujeres, las expectativas de envejecimiento activo y de una condición de una edad más libre, obligan al sindicato a encarar los problemas del trabajo y de su calidad, la formación permanente y la calidad de vida que piden nuestros mayores[24]. El eje de las políticas reivindicativas plantea cada vez más una fuerte integración entre la fábrica y el territorio. Entonces, frente a este proceso, cambian las prioridades. Hoy, los temas cruciales son la formación, el crecimiento de una profesionalidad polivalente, el control de la flexibilidad, el gobierno de los tiempos de trabajo, la construcción de un sistema de tutelas sociales que se inserte en experiencias de trabajo irregular e intermitente, la reforma de todos los instrumentos de gobierno del mercado laboral, para conseguir verdaderamente un sistema eficaz de orientación profesional y de encuentro entre demanda y oferta. En sustancia, se trata de construir un política reivindicativa y contractual que encare las nuevas modalidades del trabajo y que contraste los procesos hoy prevalentes de precarización y negación de los derechos, reafirmando un renovado equilibrio de la relación entre contratación y ley.
El proceso de cambio que está en marcha, con el tránsito de la rigidez de la fábrica fordista a la flexibilidad del ´capitalismo molecular´ no puede ser bloqueado o arruinado; sobre ese terreno es posible reconstruir una práctica sindical que sea capaz de tutelar las nuevas formas de trabajo. Pero, para ello, es necesaria una política reivindicativa que esté a la altura de intervenir no sólo en el particular centro de trabajo sino en todo el difuso proceso social en el que está insita la fuerza de trabajo.
Nuestro tema es, pues, la cualidad social del proceso de modernización. Modernizar significa inspirar la innovación (tecnológica, productiva, organizativa) a los valores del orden del día de la historia moderna: autonomía personal, iguales derechos, primado de la persona. En este sentido, la modernización no es la amenaza sino que es la investigación de las soluciones adecuadas, en coherencia con el sistema de valores que históricamente hemos elaborado.
He aquí dos temas.
El primero es la necesidad de una revalorización de los niveles salariales, sobre todo los de la franja laboral de los más débiles, que están ya en el umbral de la pobreza, y de una política salarial global, capaz de negociar los salarios reales, valorizando la profesionalidad. Y simultáneamente ponemos el problema de cómo asegurar a las pensiones en mantenimiento del su valor y del poder adquisitivo, también en relación a la evolución del pib y la productividad general, activando una política de tutela de las rentas netas sobre la base de una solidaridad explícita hacia el segmento de los más débiles. Esto debe ser un objetivo central de la política de rentas, en línea con los mayores países europeos. Se inscribe también en este aspecto la batalla contra las formas de dumping social para regular la economía submergida y el cumplimiento de los convenios colectivos en un contexto en el que las medidas adoptadas por el gobierno no han producido efectos significativos. También la acción del sindicato ha sido inadecuada en este asunto. Lo que obliga a poner a punto una línea de conducta más eficaz, capaz de agrupar y promover la movilización de los interesados. El segundo tema, más complejo, es el de las formas de control y participación de los trabajadores en la vida de las empresas y en sus opciones estratégicas: es el asunto, que nunca se ha encarado seriamente, de la democracia económica. En este campo, hay que rectualizar las diversas elaboraciones sindicales y confrontarlas con las diversas experiencias que se han realizado en el cuadro europeo, utilizando todos los nuevos espacios que se han abierto con la normativa sobre la empresa europea. Con este objetivo, pueden concurrir diversos instrumentos (consejo de vigilancia, accionariado, instrumentos de cogestión, etcétera) integrados e implementados en un proyecto general de reforma democrática del sistema de la empresa. UNDECIMO
Las nuevas características del mercado de trabajo exigen hoy, mucho más que en el pasado, un sistema de Estado de bienestar, capaz de construir para todos una red eficaz de protecciones sociales, compensando los fenómenos de precariedad y discontinuidad del trabajo, considerando también el nuevo fenómeno de la inmigración y sus complejas implicaciones sociales. Es necesario un Estado de bienestar universal e incluyente, que se oriente a la persona, al ciudadano y asegure los derechos fundamentales de ciudadanía a todo el mundo. Esta opción es incompatible con una línea de política económica que apunte a una radical reducción de la presión fiscal, ya que ello significaría necesariamente la privatización de los servicios sociales y la creación de nuevas desigualdades. Y es incompatible con el mantenimiento de posiciones de privilegio para ciertas categorías, como lo fue durante largo tiempo, antes de la reforma Dini en el sector de la previsión social, y como todavía amenaza con reproducirse en varios campos, si falta una acción política responsable por la igualdad de los derechos. El Estado de bienestar constituye el terreno decisivo en el que se enfrentan culturas políticas opuestas: el modelo de una competición sin reglas que deja actuar libremente los espíritus vitales del mercado o la construcción de una sociedad solidaria y cohesionada. En este sentido se ha rechazado netamente el ataque gubernamental al sistema de pensiones.
Y va aparejada una más amplia plataforma de relanzamiento y recualificación del Estado de bienestar, considerando en su conexión los diversos tipos de intervención: políticas asistenciales, formativas, amortizadores sociales, medidas de sostén a las rentas... Hay que reorganizar y potenciar el conjunto del gasto social. En esta operación de relanzamiento del Estado de bienestar es necesario superar toda visión centralista y estatista. Y son decisivas la aportación de las instituciones locales y la integración de la intervención pública, con la iniciativa de la vasta red asociativa que constituye el ´tercer sector´.
El principio de subsidiariedad asume todo su significado en ese campo en cuanto se trata de intervenir no burocráticamente, sino con una relación de vecindad en las necesidades sociales concretas de las personas y de la comunidad, ofreciendo servicios diferenciados y personalizados y utilizando para ello todo el gran patrimonio del voluntariado. Mientras que la esfera de los derechos fundamentales tiene que estar regulada en el plano constitucional según el principio de igualdad, las modalidades concretas de actuación y organización del Estado de bienestar deben estar articulados en los diversos contextos territoriales. El sindicato debe ser un actor decisivo en la concertación social de tales sistemas[25].
También en este campo, la dimensión europea será cada vez más decisiva, siendo necesaria una obra de progresiva armonización de los sistemas sociales nacionales. Debemos prepararnos para ello, sin encerrarnos en una autosuficiencia nacional, sino, al contrario, planteando, en el futuro, el papel de la autoridad europea en la coordinación de las políticas económicas y sociales y en la defensa y relanzamiento del modelo social europeo.
DUODECIMO
La Cgil tiene necesidad de realizar una profunda renovación organizativa para encarar la complejidad de problemas que hemos dibujado en una responsable perspectiva estratégica mayor.
La estructura actual es demasiado pesada y burocratizada y, sobre todo, muy escorada hacia un sistema social y productivo que ya ha dejado de existir. La consecuencia es una tendencia a la estabilización y no a la innovación, a la defensa de los aspectos tradicionales y no a un proceso de sindicalización de nuevos sujetos sociales[26]. El reto de la reforma organizativa es demasiado complejo y lleva consigo numerosas implicaciones que deben considerarse atentamente sin improvisación alguna. Lo importante, finalmente, es abrir un debate y tomar en serio dicha cuestión que, hasta la presente, sólo ha sido vagamente abordada, pero nunca se ha sometido a una profunda verificación.
Indicamos a continuación, en una primera aproximación, algunas posibles líneas de intervención:
n un proceso substancial de descentralización de las responsabilidades de dirección de los recursos, creando un sistema de autonomías territoriales, capaz de cotejarse con el nuevo cuadro institucional;
n una fortísima inversión estratégica en la dirección de la sindicalización de las nuevas formas de trabajo;
n una potenciación de la horizontalidad territorial y una reorganización territorial de la Cgil, como contribución a un posible proceso de reunificación del trabajo fragmentado y de sostén al federalismo solidario, construyendo un Estado de bienestar local, mediante el desarrollo de la negociación social y la participación de la ciudadanía activa[27];
n la organización de una seria batalla política interna de cara a plantear nuevos criterios de selección de los grupos dirigentes, superando las lógicas de fidelidad, conformismo o pertenencia a las diversas corrientes políticas, que determinan en el cuerpo de la organización numerosos efectos degenerativos e impiden una renovación cualitativa de los órganos de dirección en los diversos escalones[28];
n un proceso real de democratización, con la organización sistemática de momentos de consulta y verificación, en los grupos dirigentes y entre los afiliados, con una lógica abierta y no sobre la base de acuerdos ya preconstituidos en el vértice[29];
n el pleno reconocimiento del pluralismo interno que no se aborda en las áreas congresuales, también con la autonomía de cada dirigente, orientado a construir un sistema de dirección más abierto y plural que englobe toda la complejidad de las culturas políticas presentes en las organizaciones[30];
n una reforma de los órganos de garantías y control, mediante una composición de tales institutos, dictada por una competencia jurídica y requisitos de autonomía e independencia, y no por razones políticas[31];
n la construcción de una red de relaciones con los saberes externos, con los especialistas, con la cultura científica, considerando este trabajo como un antídoto respecto a las tentaciones de autosuficiencia y de fundamentalismo de organización[32]. DECIMOTERCERO
La cultura política del sindicato, y especialmente de la Cgil, tiene sus bases en la tradición reformista del movimiento obrero, en el proceso histórico que ha creado las más importantes instituciones, donde han tomado cuerpo los objetivos de solidaridad y cohesión social. Esta inspiración reformista de la Cgil es, hoy, abiertamente reivindicada y reafirmada. El sindicato reformista es una organización que no se limita nunca a la acción de protesta, de denuncia y de propaganda sino que construye soluciones, hace la cohesión social y crea procesos reales de solidaridad[33]. Y, fuera de esta tradición reformista, el sindicato se arriesga a desnaturalizar su razón de ser esencial. El reformismo, en esta acepción, no es una ideología, una pertenencia política, una doctrina sino una praxis social, siempre abierta a la verificación y experimentación. El sindicato reformista es el sindicato de la acción concreta que traduce siempre su crítica en acción propositiva y constructiva, sin quedar nunca prisionero de abstractos esquemas ideológicos. De esta inspiración y de esta praxis tenemos, hoy, una extrema necesidad, porque es el único modo de afrontar los desafíos de nuestro tiempo.
DECIMOCUARTO
Es en ese sentido que hablamos, hoy, de ´resindicalización´ para volvernos a relacionar con el gran filón histórico del sindicalismo italiano, a su matriz pragmática y reformista. Lo que no significa, en absoluto, asumir una línea moderada, acomodaticia y subalterna; lo que no representa que ignoremos los elementos objetivos del conflicto social que están en la complejidad y diversidad de los intereses presentes en la sociedad. Lo que se quiere decir es que nuestros objetivos tienen que estar escritos en términos contractuales y reivindicativos: esta es la esencia del trabajo del sindicato en la sociedad y su capacidad de traducción, poniendo a prueba todas las construcciones teóricas en lo más vivo del proceso social[34]. Al contrario, un sindicato politizado (que antepone la pureza de los principios a la verificación de la realidad) acaba perdiendo su propia fuerza porque se aleja de su terreno específico y deja abierta su función de representación social. Por otra parte, no faltan ejemplos en la historia que demuestran esta tesis, esta relación entre ideologización y declive, entre dogmatismo e impotencia sindical. La historia de la Cgil, a pesar de los vínculos tan estrechos que ha tenido con la izquierda política (y que hoy es posible superar de manera definitiva) es una historia sindical condicionada por la política, pero que nunca ha estado alineada a imperativos ideológicos. Ha llegado el momento de hacer valer plenamente nuestra tradición de la autonomía sindical, la función irreducible del sindicato como sujeto de representación. DECIMOQUINTO
Sobre estos temas nos parece útil e inaplazable una verificación interna. En estos años han pasado muchas cosas: demasiados nudos no se han descordado y muchos asuntos políticos conviven en la Cgil sin haberse sometido seriamente a discusión. Este documento es sólo una contribución a esta verificación, sin cerrazón preventiva de ninguna clase, sin lógicas ´de corriente´, y con la convicción de que es necesaria, por parte de todos, la disponibilidad de poner a discusión y generar una nueva fase del debate, con espíritu abierto y sin verdades prefabricadas. Este debate no se refiere solamente a nosotros, dirigentes y cuadros de la Cgil, sino que mira a todo el movimiento sindical y se refiere también, en términos más generales, al destino del país. Para situar adecuadamente nuestra discusión hay que mirar hacia un horizonte mucho más amplio. Porque la función histórica de la Cgil es la de promover el crecimiento civil y democrático del país, activando para este fin una amplia alianza social[35]. De manera que discutir sobre nosotros mismos significa hablar de una acción sindical que se mide con los problemas de la sociedad italiana.
(30 luglio 2003)
A.Amoretti, L.Aprile, R.Bacconi, T.Bellanova, G.Billi, W.Bontempo, S.Borgatti, G.Caruana, S.Casabona, E.Castellano, R.Cavaterra, E.Combattente, M.Comi, G.Coppelli, V.Cucini, G.Cuccitto, G.Di Natale, S.Esposito, F.Fedeli, A.Ferrari, T.Ferretti, G.Festa, V.Galli,F. Giuffrida, M.Giugliano, T.Granato, G.Gregori, P.Lobello, A.Luraghi, U.Marciasini, A.Megale, A.Milani, C.Minniti, A.Panico, A.Panzeri, F.Parenti, C.Parietti, M.Pellegrino, B.Perin, P.Pessa, F.Porcu, F.Rampi, G.Roilo, F.Santambrogi, N.Sigismondi, G.Silvano, G.Soricaro, M.Tarallo, Riccardo Terzi, F.Tuccio
ACLARACION DE JOSE LUIS LOPEZ BULLA
Si el lector estudia atentamente este manifiesto, no tardará en darse cuenta de su importancia. Como primer elemento aclarativo, señalo que uno de los abajofirmantes es un viejo conocido de los dirigentes sindicales catalanes, Riccardo Terzi, durante algunos años primer espada de la Cgil lombarda; la segunda cosa es que la traducción de este papel se explica porque sus reflexiones ponen al descubierto asuntos de no poca utilidad para la acción organizada del sindicalismo confederal español; y, por último, ni entro ni salgo en las ´intencionalidades internas´ (si es que las hay) de este grupo, ni tampoco en la conveniencia o no de dicho documento en las (actuales y fatigosas) vicisitudes del sindicalismo confederal italiano. Las notas que vienen a continuación tienen, por mi parte, estas intenciones: reforzar los momentos de acuerdo con los firmantes, manifestar los contrastes que puedan existir y la aclaración de algunas cosas que, tal vez entre nosotros, no sean excesivamente conocidas.
[*] Traducción y Notas finales de José Luis López Bulla
[1] La tesis de ese papel es que el sindicalismo italiano se encuentra en una nueva fase porque, de un lado, el cuadro político ha cambiado sensiblemente, y, de otra parte, la economía fordista ha dado paso al estadio de lo que los firmantes denominan ´capitalismo molecular´. De ahí que se proponga algo tan significativo como esto: ya no valen los golpes de timón tácticos sino una opción estratégica de largo respiro. Y, como se verá a lo largo de este documento, la
Naturalmente, si el paradigma ha cambiado (como creo que es el caso) atinan estas amistades en la fuerte propuesta de que ya no vale el giro táctico sino que se precisa ordenar gradualmente un tránsito sindical de ´largo respiro´. Pero lo cierto es que se tiene la impresión de que no existen indicios de que se esté estructurando la transición sindical que reclaman Riccardo Terzi y sus compañeros. Dígase con claridad: la pesada herencia (con sus gangas y limitaciones) que dejamos los dirigentes de mi generación sigue vivita y coleando, manteniéndose lo que podríamos denominar la escolástica fordista, es decir, el conjunto de miradas, razonamientos y prácticas del sindicalismo confederal. A lo sumo (y ya ello representa un paso adelante) la literatura oficial habla de innovación, aunque la literatura real no acompaña debidamente a la anterior. Entiendo por literatura oficial la que está definida en los materiales congresuales; la literatura real es la que se expresa, primero, en las plataformas y, después, en los acuerdos firmados. Habrá que diferenciar la literatura reivindicativa (que es de exclusiva responsabilidad del sujeto social) de la literatura negociada, que afecta a los dos agentes contractuales, esto es, sindicato y empresarios.
[2] Dos elementos de consideración aparecen en este parágrafo: uno, el sindicalismo no está convenientemente ubicado en el mundo de la globalización; dos, no existen estructuras realmente eficaces. O lo que es lo mismo: lo primero condiciona fuertemente lo segundo. Pero hay algo más, la empresa (consciente o inconscientemente) asume esta internacionalización interdependiente, mientras que el sindicalismo aparece todavía como sujeto autárquico en su personalidad y prácticas, así en sus peticiones contractuales como en sus planteamientos con relación al Estado de bienestar (el welfare, que dicen nuestros amigos italianos). En la medida que esa asimetría se mantenga (globalizada una, autárquica el otro) la acción colectiva del movimiento organizado de los trabajadores no expresará las utilidades que se le exigen. Lo que tendrá, todavía más, serias repercusiones (negativas) en la mejora de la condición de trabajo y vida del conjunto asalariado. Por otra parte, supongo que en tanto no se resuelva la falta de cultura y práctica globales del sindicalismo –esto es, mientras no salga definitivamente de la escolástica fordista-- no habrá reforma organizativa que sea capaz de dotar al sujeto social de unas estructuras idóneas, ´simétricas´ con la nueva realidad que no ha hecho más que empezar y que ya no tiene vuelta atrás.
[3] Así lo creo yo también. Por eso es realmente fastidioso que se recuerde más la polémica en torno a la conveniencia de paro general de dos horas o de un cuarto de hora que recorrió el sindicalismo confederal español que la movilización en los centros de trabajo. Y como siempre los argumentos (o algunos de ellos) parecían orientarse al siguiente simplismo: vale más la duración de la huelga que la generalización de la misma. Y, de igual manera, me sigue pareciendo obsceno que una parte de los argumentos de los partidarios de tal o cual forma de convocatoria estuvieran más en clave de intereses de pertenencia que de acción colectiva contra la guerra.
[4] Hecho a faltar por parte del sindicalismo confederal una reflexión en torno a la reforma de la Organización
[5] Por ejemplo: no ha quedado claro si el movimiento sindical europeo ha puesto en marcha una efectiva solidaridad con las huelgas bolivianas del mes de octubre de 2003. Seguramente los órganos dirigentes de la CES y de cada sindicato nacional han dirigido cartas tradicionales a los trabajadores bolivianos; pero no se ha hecho explícito movimiento alguno que traduzca la emoción particular de cada trabajador cuando veía las imágenes televisivas en acción de apoyo a tales movilizaciones.
[6] En el ranking del Foro Económico Mundial (año 2003)de las economías más competitivas, Italia no figura entre los veintitrés países de cabecera, el último de éstos es España. Precisamente cuando ha aparecido esta información (noviembre de 2003) el presidente del Consejo Intertextil Español declara en la reunión celebrada en Barcelona que para mantener la competitividad de la empresa hay que deslocalizarla hacia otros países. No parecen palabras improvisadas pues ya el año pasado, en la Feria de Muestras de Valencia, el mismo dirigente empresarial dijo tres cuartos de lo mismo. De donde es fácil sacar una primera (y madura) conclusión: ejecutivos influyentes no apuestan por la innovación tecnológica, sino por el desmantelamiento de industrias y llevárselas con la música a otra parte.
[7] En relación a la crítica de los ´impulsos individualistas´ ¿no sería conveniente una seria meditación en torno a la relación entre lo individual y lo colectivo? Lo digo porque creo que un sindicato con un fuerte carácter incluyente no puede seguir marginando este asunto. No basta la justa condena de la individualización de las relaciones laborales, es preciso avanzar nuevas propuestas.
En ese sentido, parece que el sindicalismo confederal debería reflexionar acerca de estas cuestiones. La reciente aparición del nuevo libro de Ulrich Beck (en esta ocasión con Elisabeth Beck-Gernsheim) La individualización (Piadós, Estado y Sociedad) podría abrir el apetito. Se trata de un autor muy interesante al que debería leerse tan atenta como críticamente.
[8] En efecto, dice bien el documento: ´la autonomía del sindicato basa su fundamento en la función de la representación social, que tiene su propia dinámica, no coincidente con los tiempos y formas de la política´. La cosa es bien sencilla: los intereses del conjunto asalariado (esto es, el objeto de la representación) tienen un nexo común y unitario, cuya naturaleza es social. Mientras que los intereses de la política disponen de un vínculo de naturaleza política que ´separa´ a los representados. Así pues, el nexo social une; el vínculo político separa. A partir de esta consideración se estructura todo el logos de la independencia de proyecto y autonomía de las normas de los sujetos sociales y políticos. Obviamente los tiempos de la acción reivindicativa y social están en función de las conveniencias propias y, de ahí, que no puedan ser subalternos de nadie.
[9] Este es un redactado que me produce algunas complicaciones. La música suena bien, pero el libreto no acompaña en la parte final, adecuadamente, la melodía. Veamos ¿la sociedad civil no debe orientarse hacia un bloque político determinado? ¿Por qué? Otra cosa, bien distinta, son los agentes sociales y los movimientos que, en todo momento, deben ser plenamente independientes y autónomos de cada ´bloque contrapuesto´, y cortar definitivamente todo colateralismo (como dicen los firmantes) con los mentores y padrinos, si es que los tienen. Porque si la sociedad civil, en tanto que ella misma, no se alinea políticamente ¿de qué manera se expresan las relaciones de fuerza y poder institucionales? En otro orden de cosas, sería importante reflexionar sobre la (necesaria) independencia de los sujetos sociales y su (no deseada) indiferencia. Pero ya es un avance lo que se dice en este documento al respecto: ´se mide en ese terreno con la acción de gobierno y con las fuerzas políticas, valorando las diversas líneas programáticas según el método de la representación del mundo del trabajo´, tal como se dice en el tercer parágrafo del capítulo 3 de este documento. De igual manera es sumamente clarificador lo que más adelante se formula como autonomía sindical que no equivale, dice, a ´agnosticismo político´. Lo que viene a demostrar que existen algunos contrastes dentro de este manifiesto. Pero, de ninguna de las maneras, estas desconexiones le quitan importancia y altura de miras.
[10] Y también el carácter democrático y participativo de los sujetos sociales, especialmente del sindicato por la relación que existe entre autonomía y democracia.
Una aclaración: los sindicalistas españoles hemos usado la expresión ´independencia sindical´ en vez de autonomía, que es el concepto que manejan nuestros cofrades italianos. Mantengo lo que he dicho en otras ocasiones: la independencia es un concepto más atinado, ya que se refiere al carácter del sujeto; la autonomía (si nos atenemos a su etimología) expresaría sus normas propias, su auto-nomos. Y se convendrá con un servidor que podría darse el caso de que una organización no fuera independiente y tuviera su auto-nomía, esto es, sus propias normas de funcionamiento.
[11] Estimados abajofirmantes: los estudiosos del sindicalismo italiano necesitamos saber si la autonomía y representación son objetivos a ´reconquistar´ porque se han perdido o diluido en los últimos tiempos o en función de los cambios y mutaciones del trabajo y de las relaciones sociales o por ambas cuestiones. Esta aclaración podría ser de utilidad para el sindicalismo español.
[12] Empezando por el centro de trabajo. Como no quiero insistir en este momento sobre la controvertida relación entre el venerable anciano (el comité de empresa) y el sindicato, remito a quien le interese el asunto a mi correspondencia con Antonio Baylos sobre el modelo de representación, publicado en Revista de Derecho Social, número 22, de octubre de 2003.
[13] ¿Qué quiere decir esta frase? Seguramente las prisas que han tenido los redactores del manifiesto (que se puede observar en las repeticiones lingüísticas y el descuidado hipérbaton de su sintaxis, que han traído de cabeza al traductor) conducen a esta frase que es una medio verdad. Cierto, el sindicalismo se nutre de la observación de la realidad y de los comportamientos de la práctica. Pero no veo la razón para enervar la teoría; desde luego, una teoría sustentada en la práctica real y cómo desbloquearla. Lo que se dice como homenaje a un buen cofrade, nuestro amigo san Antonio Gramsci que dejó dicho algo en torno a la praxis. Mis observaciones al defectuoso redactado original no pretenden corregirle la plana a intelectuales del prestigio de nuestro Riccardo Terzi, un hombre que siempre ha sido muy pulcro a la hora de escribir. Lo que quiero decir es lo siguiente: yo puedo opinar, sin saber poner huevos, acerca de la calidad de los productos de algunas gallinas, especialmente cuando tengo que freírlos y comerlos después ¡figuraros si encima tengo invitados en casa! Pero no importa: recuerdo que en cierta ocasión al magnífico Alfredo Kraus se le escapó un gallo cantando Marina, del maestro Arrieta, en el teatro Campoamor de Gijón; yo oí aquel desafine arrellanado en la butaca de mi casa, viendo la televisión al igual que miles de telespectadores.
[14] De las lecturas que he hecho de la gramática de diversos dirigentes de la Cgil se desprende algo más de fondo, esto es, que en la Csil se está desarrollando un cambio de metabolismo en dos direcciones: a) un sindicato de servicios y b) monopolizar las relaciones con el gobierno, mediante acuerdos más propios de la práctica neocorporativa que del acervo común del sindicalismo confederal italiano. La pregunta que me hago es: ¿dónde se ha puesto más énfasis? ¿en la paciente tarea de evitar la deriva cislina, si es que es así la cosa? ¿o en azuzarles a que sigan por la senda corporativa para que la Cgil aparezca como el único garante de sindicato de clase? Como diría nuestro Jorge Manrique: recuerde el seso dormido... Es decir, recuerden nuestros cofrades italianos que se esfuerzan en empujar a los demás a la impureza la labor paciente de di Vittorio, cuando la ruptura de la Cgil en los años cuarenta, frente al estupor y el nerviosismo de los jóvenes Lama y Trentin. Lo explica Lama en todas las ocasiones que se refieren a las cuestiones unitarias.
[15] En honor a la verdad (y sin contradecir lo que se dice en el manifiesto en este punto) vale la pena recordar que, también, otras organizaciones sindicales hicieron de su capa un sayo con actos unilaterales de firmas de convenios colectivos por separado. O lo que es lo mismo: sería injusto que el lector español pensara que el monopolio de los ´descuelgues´ es cosa de la Cgil. En todo caso, hacen bien nuestros cofrades italianos en poner el acento en esta cuestión porque representa una discontinuidad en los comportamientos históricos de la Cgil. Pero a cada cual, lo suyo...
[16] ¿De qué naturaleza sería ese nuevo proyecto? Sería bueno que se nos aclarara.
[17] El mismo Sergio Cofferati (al igual que el maestro Bruno Trentin) tomaron una posición pública netamente contraria a la celebración de este referéndum. No se olvide que uno y otro fueron los anteriores secretarios generales de la Cgil. Aprovecho para recordar que, cuando las batallas berlinguerianas contra el recorte de la escala móvil, Luciano Lama, siendo primer espada del sindicato, se mostró muy contrariado por la posición del partido comunista italiano que impulsó el referéndum.
[18] Pregunto: ¿nace de ese equívoco el referéndum? Yo tengo, desde la lejanía de los acontecimientos, otro punto de vista. El referéndum nace porque: a) Fausto Bertinotti piensa que es una ocasión de oro para estar en el centro de la lucha política y de esta manera intenta descolocar a los DS; b) porque en estos últimos hay una considerable corriente de opinión cristalizada que, con o sin Bertinotti, hubiera hecho lo mismo; b) y, finalmente, en todo ese embrollo, la Cgil no supo pensar adecuadamente con su cabeza.
[19] La RSU (representanza sindacale unitaria) es el organismo de representación en el centro de trabajo; lo conforman tras los resultados de periódicas consultas electorales que, salvadas las diferencias, recuerdan las de nuestros comités de empresa.
[20] Por supuesto, pero hay que introducir nuevas variables en esta cuestión. Quiero decir lo siguiente: determinadas reivindicaciones (por ejemplo, las que afectan a minorías sensibles) deberían regirse por unas normas de otro tipo. Llamo minorías sensibles a determinados colectivos que nunca alcanzarán la mayoría del conjunto asalariado en el centro de trabajo: minusválidos, jóvenes... No parece que la insistente conminación a que las plataformas y los contenidos negociados contengan cláusulas de discriminación positiva o simplemente atiendan tal condición tengan un buen acomodo. De manera que no basta el llamamiento, son precisas normas internas.
[21] Mejor decir lo siguiente: también estas normas deben tener validez propia, en el interior de cada organización.
[22] El lector español no debe confundir a Antonio d’Amato, presidente de los empresarios italianos, con Giuliano Amato, que fuera presidente del gobierno y, hoy, dirigente de l’Ulivo.
[23] En todos los sitios, al parecer, se cuecen las mismas habas. En resumen, es en los procesos de la negociación colectiva donde se observa el carácter conservador de sus firmantes. Es allí donde se mantiene en formol la escolástica fordista.
[24] Una parte de la izquierda española tiene la tendencia a minusvalorar los efectos del envejecimiento de la población en los sistemas públicos de protección. No obstante, nos encontramos ante una situación que sería de lo más estúpido ignorarla. Según el Informe 2002, Las personas mayores en España, elaborado por el Instituto de Migraciones y Estudios Sociales, el crecimiento medio anual de la población de edad ha sido siempre superior a la del conjunto de la población y en los últimos años se ha incrementado. Si ha principios del siglo XX ese aumento registraba una media anual del 1,6%, en las últimas décadas ese valor se cifra en el 3,7%. España es el quinto país en la Unión Europea con población más envejecida, solo adelantada por estados de mayor peso demográfico: Alemania, Italia, Francia y Reino Unido. Las previsiones de Naciones Unidas (atención sólo son eso, previsiones) revelan que un 37,6% de los españoles tendrán más de 65 años en el 2050, siendo el 13,4% octogenarios. Seguro que un servidor no estará para contarlo...
[25] Lo que no está ocurriendo. El Congreso de la CES, celebrado en Praga la pasada primavera, desaprovechó una oportunidad de oro para elaborar una propuesta de reforma de los sistemas públicos de protección social en la Unión Europea. No es exagerado afirmar que la sintaxis congresual, al menos en ese aspecto, es una letanía de tópicos, frases hechas y vulgaridades. Lo más llamativo de esta situación es que cada sindicato nacional está inmerso en los retales de reformas que sus gobiernos ponen encima de la mesa, de un lado; y, de otra parte, frente a una coordinación (explicitada o no de cada gobierno) cada sindicato va por su lado, así en las propuestas como en las movilizaciones de respuesta o negociación, es decir, en planteamientos separados entre sí y sin ninguno hilo conductor entre ellas.
[26] De hecho se puede decir que la arquitectura organizativa del sindicalismo confederal español mantiene la escolástica fordista de hace treinta años. Existe otro problema: por lo general los diseños organizativos se han visto, por lo general, como variable independiente del proyecto sindical, casi siempre concebido al margen de la ´cuestión programática´. Así pues, el entramado organizativo no ha cambiado en esta fase de pasaje del sistema de gran industria a lo que en este documento se define (acertadamente) como ´capitalismo molecular´.
[27] Con reglas claras, sabiendo lo que le corresponda a cada cual; regulando qué materias negociales corresponden a unos y a otros; estipulando, si es preciso, qué contenidos son sólo (y sólamente) de cada estructura y cuáles pueden ser compartidas y de qué manera.
[28] Esta es una batalla ardua porque las grandes organizaciones no tienen una tendencia a la autorrenovación sino a lo contrario. Tal vez uno de los grandes giros fuera el que intentó en su día el Papa Roncalli, pero a la larga vino el tío Paco con las rebajas. Y, mucho más cerca de nosotros, parecen estar a la vista algunos movimientos de retrovisión. Al parecer, en los textos confederales de cara al próximo congreso, se pretende volver a los tiempos de mandatos sin límite alguno. Se trata, sin duda, de una admiración exagerada por parte de estos retro-reformistas por la antigua constitución de la Serenissima de Venecia que elegía al primer mandatario, el Dogo, hasta que se fuera a la tierra de la verdad, frente a los florentinos que, cada dos por tres, elegían a sus representantes. Me juego lo que sea a que nadie pondrá el grito en el cielo, porque esta retro-reforma favorece objetivamente la condición personal de cada dirigente. Es decir, contradiciendo los aforismos de las cajetillas de tabaco: ese movimiento no perjudica gravemente la salud personal de cada sindicalista.
[29] Hace tiempo que le estoy dando vueltas a la siguiente idea: si la soberanía popular está en el pueblo ¿dónde está la ´soberanía sindical´? Está claro que por analogía podríamos llegar a la siguiente conclusión: si la soberanía popular reside, como queda dicho, en el pueblo, la ´soberanía sindical´ estaría en el conjunto de los afiliados. Más todavía, si la soberanía popular no radica en el Parlamento, tampoco (así las cosas) estaría en los Congresos sindicales ni mucho menos en los órganos dirigentes. La pregunta es: una vez que hemos caído en la cuenta de que, en el sindicato, existe esa laguna -–la ausencia del concepto de ´soberanía´ (con un nombre posiblemente más adecuado)-- ¿por qué no meditar sobre ello?
[30] ¿Tan sólo las diversidades de tipo político? Francamente, me parece de una pobretería intelectual superlativa. Lo es porque este reduccionismo implica un reparto por zonas de influencia de naturaleza política-partidaria que, inevitablemente, se traduce en una lottizzazione en el interior del sindicato: no sólo entre unas y otras organizaciones sino también en relación a las diversas corrientes (estructuradas o no)
de cada partido. Me hubiera parecido más apropiado que se hiciera, en primer lugar, una referencia a las diversidades sociales y categoriales, territoriales y de otro tipo. Pues son, con mucho, más reales que las de carácter político-ideológico.
[31] Muy interesante. Hasta donde yo conozco, es la primera vez que se propone una cosa de este calado. Ahora caigo en la cuenta que en nuestro país nunca hicimos una discusión sobre tan serio asunto... al menos en mis tiempos.
[32] De acuerdo. Ahora bien, ¿dónde están las preocupaciones de los sindicalistas por adquirir más conocimientos científicos y técnicos? Por supuesto, las sesiones de estudio que organizan los gabinetes de formación sindical podrían ser unos primeros elementos. Pero, es sabido que por lo general se dirigen hacia los neófitos. Me imagino que se ha superado aquellos talantes de antaño, que se caracterizaban porque el sindicalista, cuando llega a determinadas responsabilidades, se cree poseedor de algo así como una ciencia infusa.
[33] Dos consideraciones previas: a) todo indica que los abajofirmantes se orientan a una definición programática del sindicato como sujeto reformista; b) sin embargo, a lo largo de este documento la definición de ese carácter se hace ´en negativo´, que adquiere su tonalidad argumental más evidente en el punto decimocuarto de este documento. Desde luego, esta definición ´negativa´ puede ser corregida y en el necesario debate al respecto harían bien en superar los rasgos de tan limitada formulación. El problema, no obstante, es otro.
Inicialmente la expresión ´reformismo´ fue por lo general una idea que estaba vinculada a una de las expresiones del movimiento obrero como contraposición al carácter revolucionario (y rupturista con el sistema social imperante, el capitalismo) de otras componentes políticas o sindicales. En todo caso, la voz ´reformismo´ no era monopolio de organizaciones socialdemócratas u obreras, pues algunos (pocos) partidos burgueses no tuvieron empacho en declararse de esta manera. El problema de nuestros tiempos es que las organizaciones políticas mayoritarias con mucha frecuencia emplea tal término como equivalente a posiciones centristas, dejando de lado la antigua tradición de amplios sectores socialdemócratas. Hoy día no es infrecuente (más bien, es una expresión cotidiana) de partidos como el de José María Aznar, como en su día lo fuera el nombre que, para toda España, pusiera en marcha Miquel Roca i Junyent. Incluso Silvio Berlusconi no le hace ascos a tan venerable vocablo. Se diría, pues, que casi todo el mundo (más allá de colores de babor y estribor) la emplean indisimuladamente. La confusión parece cantada. Hasta tal punto que no me resisto a contar un sucedido. En una sesión parlamentaria, en mi época de diputado catalán, dije más o menos lo siguiente: “Desde mis concepciones reformistas, soy de la opinión que...” Al final de la sesión se me acercó un joven diputado de Convergència i Unió que, estupefacto, me dijo que no sabía que un servidor era partidario de Miquel Roca. Tuve que explicarle, ante el bochorno de su correligionario, el conseller Fernández Teixidó, que el reformismo es una de las tradiciones del movimiento socialista y sindical. De ahí que me parezca que tal formulación (sindicato reformista) produzca más equívocos en la comunicación que ventajas. Posiblemente esta fue una razón que llevó a Bruno Trentin a decir en el Congreso de Cgil (celebrado en Rimini: yo asistí como representante de CC.OO.) que no le gustaba la expresión sindicato reformista y que prefería utilizar el concepto de soggetto riformatore. A un servidor le pasa tres cuartos de lo mismo. De manera que mis prevenciones no vienen de que esta palabra ha tenido tan injusta como mala fama en amplios sectores de la izquierda comunista y socialista en España sino de los equívocos que tiene en la actualidad.
[34] Cierto: la teoría colocada en lo más vivo de los procesos sociales. Aquí, la pluma de los abajofirmantes estuvo más acertada que lo expuesto a final del capítulo cuarto.
[35] Creo oportuno introducir algunos recordatorios para navegantes españoles. Primero, nada que objetar a esta formulación que también es útil en nuestro caso; segundo, debemos sacar conclusiones de algunas cuestiones que ocurrieron en un momento que trajo algunas complicaciones al sindicalismo de nuestro país: las movilizaciones contra la reciente guerra de Iraq. En esta ocasión los sindicatos formaron parte de una vasta unidad social de masas, de una amplia ´alianza´ social. Pero algunas componentes sindicales entendieron que el sindicato era algo así como un realquilado en aquellas movilizaciones, como un doméstico del formidable magma movimientista que luchó contra la guerra. No planteo que el sindicato tenga una posición determinante en estos o parecidos asuntos. Simplemente sostengo la opinión de que son necesarios unos comportamientos claros, previamente fijados, acerca del papel y las responsabilidades de cada cual en ese formar parte de la ´alianza social´. O lo que es lo mismo: ni prepotencia sindical ni subalternidad sindical. A mi juicio, la desgraciada polémica sobre la huelga de dos horas, de un lado, y el planteamiento oportunista, de otra parte, de quienes se dejaron arrastrar fue lamentable. En suma, más allá del error táctico de las dos horas, lo realmente desacertado fue la confusión de roles entre el sindicato y la red de movimientos sociales.
Año 2000
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